Capítulo 12

4 1 0
                                    

Narrado por Amanda a 13 de septiembre de 2016:


Froto y refroto la misma mancha pero no se va, ojalá estuviese aquí Adelina... Mi madre sobria.
Miro hacia arriba y respiro hondo, quizás así deje de pensar estúpideces. Desde que internaron a mamá, las cosas van mejor. Mi cerebro se revela a mis pensamientos pero no le hago caso.
La puerta de la entrada es cerrada con violencia y tras ella unos llantos se escuchan. Suelto mi mayot y corro hacia los llantos. Mi hermana me abraza con fuerza sin decirme nada y sigue llorando sin pausa.
Nos quedamos así durante unos minutos hasta que su respiración se vuelve más regular, aunque no deja de llorar. Sus brazos me sueltan y se me va despegando como un pulpo suelta a su presa.

   -¿Qué pasa Amelia?- Le pregunto con un tono de preocupación creciente.

   -Lucas se va, lejos, muy lejos- Me dice entre sollozos y cuando tengo pensado lo que voy a decirle comienza de nuevo a hablar con un tono de indignación mezclado con impotencia- Y quiere que me vaya con él. Ha tenido los santos cojones a decirme que me vaya con él ¿y tú qué? ¿Cree que me voy a ir así, sin más? Tengo cargos familiares ¿no lo sabe? De verdad que no entiendo, no lo entiendo- De nuevo se para a pensar y con el mismo tono de indignación pero esta vez sin nada de impotencia prosigue- y encima me dice que tú ya eres mayorcita y que te irá bien sin mí-.

Me iría bien sin ti hermanita, pienso para mis adentros e intento quitarle a Lucas toda la presión que mi hermana ejerce ahora sobre él:

   -Lucas solo quiere lo mejor para ti-.

   -Pues entonces que no se vaya- Me dice haciendo pucheros.

Vuelvo a abrazarla pero esta vez la suelto antes y le digo:

   -¿Chocolate?-.

   -No- Me dice secándose las lágrimas.

La llevo hasta el sofá y se saca una caja de galletas de chocolate de detrás de sofá.

   -Así que no querías chocolate...- Le digo poniendo los ojos en blanco y al encendérseme la bombillita, le pregunto- ¿cómo es que nunca encuentro esas galletas?-.

Ella se ríe y me lo confiesa:

   -Vigilo cuando te pones a limpiar para cambiarlas de sitio-.

Le sonrío y apoyo mi cabeza en su hombro.

   -Amelia, tengo ya 21 años- Dejo caer y tras una pausa prosigo- Tengo trabajo y tengo a Tamara... Deberías irte con él-.

Mi hermana no me mira ni se expresa de ninguna forma pero necesito que lo haga, busco de nuevo en su hombro la comodidad y me quedo dormida sin ella haber mediado palabra.

Amelia se mueve y abro los ojos de pronto.

   -¿Te he despertado?-.

La angustia que revelan sus palabras y, aunque en otras ocasiones la hubiese matado, ahora no me apetece discutir más.
Asiento con la cabeza y ella me pregunta:

   -¿Estarás bien?-.

Suelto una sonrisa inesperada y asiento.

   -¿Y me llamarás todos los días?- Me pregunta.

   -¿Me vas a hacer llevar el móvil encima?-.

Al ver mi indignación asiente con una sonrisa y me abraza. Miro el reloj de reojo y me levanto a por mi móvil, creo que es buen momento para avisar a Tamara de que no iré a trabajar.

   -¿A dónde vas?-.

Me quedo unos segundos en blanco pero decido hacerme la graciosa:

   -A por el móvil, para ir practicando-.

Ella se echa una risotada como cuando eramos niñas y yo corro hacia mi habitación. Mi teléfono deja de sonar justo en el momento en el que lo cojo, es un número desconocido así que no le hago mucho caso y busco en mi agenda el número de Tamara. La llamo y tras un par de tonos me lo coge.

   -Amanda me pillas un poco ocupada-.

Su tono acaba por desconcertarme y tengo que tomarme unos segundos para seguir hablando. Escucho la voz de un niño por detrás y una de un chico pero no le hago mucho caso.

   -Tamara, no puedo ir a trabajar, mi hermana esta mal y no quiero dejarla sola- Le comento.

   -Vale, llamo a alguien para que te sustituya, te dejo que estoy muy ocupada-.

Voy a decirle adios cuando escucho un pitido que me indica que me ha colgado. Me doy unos instantes para procesar lo que ha pasado. He escuchado la voz de un niño llamando a su madre antes de que me colgase y me doy cuenta de por qué tenía tanta prisa. Me siento dolida y mirándome al espejo veo de nuevo lo niña que soy y las dudas me entran sobre todo lo que hacemos Tamara y yo. Escucho risas desde el sofá y dejo mis pensamientos de lado. Camino hasta el salón y me tiro sobre mi hermana que no deja de llorar, de alegría supongo.

   -Lucas, que nos vamos a Inglaterra- Le grita.

Mis ojos se abren de par en par y no pienso ni que tengo a mi hermana al lado que me puede ver.
¿Inglaterra? ¿He escuchado bien? A ver mi hermana dijo lejos pero Inglaterra es muy lejos.

   -¿A qué si, Amanda?- Me pregunta mi hermana.

Tardo en contestar pero la miro con una sonrisa para disimular.
Dejo a mi hermana seguir hablando con Lucas y vuelvo a la cocina. De pronto tengo un hambre bestial. Busco en la nevera una pieza de fruta para meterme en la boca pero solo hay manzanas y decido pasar. Cuando estoy a punto de salir veo el bañal y veo como nada mi mayot entre el agua. Me acerco para, instintivamente, volver a frotarlo y me quedo en shock. Veo como la mancha se deshace entre mis manos y, al frotarla con el dedo, se me evapora también la sombra. Sonrío satisfecha por la proeza.
Salgo de la cocina, asomando solo la cabeza para saber si mi hermana sigue hablando con Lucas y, en efecto, siguen de charla.
Camino despacio hasta mi habitación y me cambio. Mayot y tutú.
Saco de debajo de la cama la caja del mp3 que me trajeron los reyes de pequeña y cojo también unos cascos de encima de la mesita de noche. Me dispongo a salir de la habitación cuando mi hermana estaba a punto de entrar y chocamos.

   -Amelia- La nombro un pelin mosqueada.

   -¿Te vas ya?- Parece entristecida.

   -Si, hay cena en el microondas- Le explico.

Ella asiente y me deja pasar solo después de darle un beso. Mi hermana a empalagosa no la gana nadie.
Cierro la puerta de casa, suponiendo que ella ya no va a salir más, y la cancilla con llave.
Camino despacio por debajo de las farolas que me hacen sentir abrigada y no ceso los pasos hasta llegar al parque.
Unos gritos me llaman la atención y me giro para saber de donde proceden. Una pareja juguetea a lo lejos, él la ha cogido por la cintura y la lleva agarrada al cuello.
Comienzo mi calentamiento tras unos segundos de concentración y le doy al play. Pasan un par de canciones cuando me desplomo en el suelo agotada.
Pienso que quizás debiese practicar más pero mis horarios son demasiado estrictos.
Al levantar la cabeza, veo un chico sentado en el banco enfrente a mí y me estremezco.
¿Cuánto tiempo llevará ahí? ¿Me estará observando o simplemente descansa?
Todas mis dudas se difuminan cuando de pronto me pregunta:

   -¿Quieres agua?-.

Abro los ojos como platos, sorprendida, y me doy media vuelta para irme.
El chico me persigue y yo avanzo más rápido hasta que, ya de lejos me chilla:

   -Soy Andres-.

Ese nombre me suena familiar hasta que caigo en quien es.

El BancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora