Capítulo 10

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Narrado por Amanda a 11 de septiembre de 2016:


Después de un mes yendo a consulta con la doctora Soler, hoy iré a mi primera charla grupal que supuestamente me irá mejor. Una pregunta a la que ya me he acostumbrado es qué ponerme exactamente, mi ropa dirá mucho de mí y más a esa mujer, estará pendiente de todo y me pillará en cada mentira.
Me miro al espejo enseñándole dos camisetas, como si este fuese a contestarme o a elegir por mí. Ojalá, que yo firmo... Tiro ambas camisetas y vuelvo a meterme bajo la montaña de ropa que hay en mi armario, con toda la esperanza del mundo.

Encuentro una sudadera gris de chico e intento rememorar de quien podría ser... Le doy la vuelta y tiene mi nombre escrito, eso hace que recuerde de donde salió y, por consecuencia, me tiemblen las piernas.

   -Venga Amanda, que vas a llegar tarde- Me grita mi hermana.

¿Responsabilidad? No, mi hermana no puede estar teniendo responsabilidad.
Me pongo la camiseta sin darme cuenta y salgo a toda prisa.

   -Ten- Me dice dándome un monedero y añade- te llegará para ir y volver-.

   -Me va a llevar Tamara- Le contesto.

Mi hermana me mira poco convencida pero no hace ningún comentario y le doy un beso en la mejilla para despedirme.

   -¿Esta noche vendrá Lucas?- Le pregunto con una sonrisa.

   -Si- Me contesta, va a contarme algo cuando suena el timbre y se queda callada.

   -Será Tamara- Le contesto, le doy otro beso y me voy.

Abro la puerta y Tamara esta allí esperándome.

   -Vamos- Me dice con un tono dulce para variar.

Cierro la puerta y camino hacia ella que me coge de la mano como si quisiera dejar claro que soy de ella. Me suelta para dejarme entrar en el coche y, al entrar, cierra el coche por dentro, lo que reconozco que me incómoda bastante.

   -¿Cómo estas?- Me pregunta.

   -Bien- Le contesto sin mirarla.

   -Levántate las mangas- Me pide.

   -No ¿por qué? ¿no confías en mí?- Le pregunto dándome media vuelta para verla.

   -Levántate las mangas- Repite con la misma tranquilidad que la primera vez.

   -No, no he hecho nada malo, no tengo por qué enseñarte nada- Le digo indignada.

Paso mis manos por encima de las mangas y me cruzo de brazos.

   -Amanda- Me llama comenzando a cabrearse y me repite con la respiración más acelerada- Levanta las mangas-.

   -No- Digo rotundamente.

Veo como en sus ojos brilla una llama y me intento echar hacia atrás pero es tarde, ya me tiene agarrada por la mano y tantea formas de remangarme la sudadera.
Me quedo callada pero no dejo de resistirme, hasta que me araña y pego un alarido de dolor. Suelta mis muñecas de inmediato y yo me encojo. Una lágrima me cae por la mejilla y no sé cómo reaccionar. Ella me seca la lágrima y acaricia mi mejilla con cariño sin dejarme opción a moverme.

   -Lo siento- Me pide disculpas todavía con las manos sobre mí.

Espera unos minutos a que me recomponga y arranca el coche.
No dice nada más y yo en una esquina del coche me lamo mis heridas. El trayecto parece más largo de lo que es, los coches parecen aliarse para que no pasemos y me apetece saltar en movimiento. Intento desaparecer entre los rayos de sol del buen día que hace pero cada segundo, un ruido nuevo me hace volver a la realidad.
Por fin, Tamara aparca y escucho el click que hace el coche al desbloquear las puertas. Sin mirarla, abro la puerta para irme y la escucho disculparse en un tono bajo, que caracteriza sus disculpas siempre.
Salgo del coche y, esa sensación de mejoría no llega, es más al darme la vuelta y ver que Tamara se va de allí, quiero echar a correr detrás del coche y pedirle que me saque de esta, como me saca de todos los marrones donde me meto pero me quedo allí parada sin saber que hacer.
Una pelota choca contra mis pies y, mecánicamente, la recojo para devolvérsela a su dueño.
Al final de la calle veo a un niño corriendo, levanto la pelota a modo de pregunta y él asiente, pongo el balón a mis pies y lo lanzo. El niño levanta el dedo pulgar cuando le llega y me sonríe.
Camino hacia el hospital y busco la planta de la doctora Soler.
Cuando llego, observo que en su puerta pone: "Estamos en terapia" y me vuelvo para atrás.
Voy a sentarme en la sala de espera cuando me encuentro con un par de niños con la cabeza rapada y jugando con un parchís, y decido que es mejor que salga a fuera. Bajo de nuevo en el ascensor con un par de enfermeras y me quedo a las puertas del hospital.
Al rato un muchacho rapado sale del hospital cabreado y se me queda mirando.

   -¿Qué miras?- Me pregunta con mal carácter.

No contesto y dejo de mirarlo. Él comienza a acercarse y yo me preparo para defenderme cuando me enseña un cigarrillo.

   -¿Fumas?- Me pregunta con una sonrisa, parece arrepentido.

   -Si- Le digo cogiéndole el cigarrillo, llevo sin poder fumar meses.

Me da fuego con una débil sonrisa, parece muy cansado.
Charlamos durante unos minutos de las distintas enfermedades que se tratan en este hospital hasta que me pregunta por qué estoy allí y por mi boca solo salen un cúmulo de mentiras:

   -Estoy esperando a mi hermana y me puse a dar vueltas-.

Creo que cuela porque el muchacho no hace más preguntas sobre el tema y, tras unos segundos, se presenta de forma tímida:

   -Me llamó Sergio, si necesitas algo... Yo suelo andar por aquí siempre-.

Le sonrío y ya estoy comenzando a sentirme muy avergonzada por haberle mentido pero no soy capaz de dar marcha atrás.
Seguimos la conversación hasta que me doy cuenta de que se me hace tarde.

   -Tengo que irm...- Le digo.

   -Yo te acompaño- Me corta.

El pánico de que se entere de la verdad me aborda y me quedo callada. Él me mira sin saber bien qué decirme ni qué hacer y, para mi suerte, llega una amiga de Sergio.
Se abrazan y yo veo mi oportunidad para escaquearme. Ni si quiera soy capaz de despedirme y me meto, rápidamente, en el hospital. Camino a toda prisa, vigilando que no me siga y, en el horizonte, veo la puerta cerrarse. Pego un chillido sin pensarlo y la doctora Soler vuelve a abrir la puerta desconcertada por mi reacción.
Enrojezco.
Entro con la cabeza agachada, sin saber dónde meterme y me siento lo más alejada de la doctora que puedo.

La doctora hace levantarse uno por uno a todos los chicos y me doy cuenta de que hay más mujeres que hombres, aunque no le doy mucha importancia. Cuando llega mi turno me pongo en pie y me pronuncio:

   -Me llamo Amanda-. No consigo decir nada más y me vuelvo a sentar sobrecogida, la sensación que me produce es muy fría.
Hacemos un par de ejercicios y una de las chicas se levanta para contarnos una historia. Todos atienden menos yo, que me encuentro pensando en todo menos en lo que dice ella. Al acabar, la doctora me pregunta mi opinión y, tras pensar mil escusas, decido decir la verdad:

   -No estaba atendiendo-.

Mis palabras no son bien recogidas por nadie y sus miradas se me clavan como cuchillas.

   -Vuestros problemas son un asco, no sabéis lo que es la vida- Me desahogo.

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