Capítulo 8

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Narrado por Amanda a 1 de septiembre de 2016:


Cierro la puerta y pongo el cartel de cerrado. Camino hasta la barra y me pongo a terminar la faena.
Mía se planta delante de la barra y me pregunta si he cerrado. Asiento fingiendo una falsa sonrisa por lo mal que me cae. Espero que no me pida que le abra porque me haría perder tiempo y si quiero volver a casa antes de que amanezca, debo darme prisa.

   -Voy por detrás-.

Asiento, de nuevo ante su voz chirriante, y le doy las gracias. Sigo con mi rutina de rellenar las neveras y las vitrinas cuando me interrumpe Tania:

   -Cielo ¿has cerrado delante?-.

   -Si- Le contesto.

   -Entonces voy por detrás, te veo mañana-.

Se despide haciendo que levante la cabeza para sonreírle y exclama:

   -¡Qué pena que no tengas unos años más!-.

Sonrío, de nuevo, mientras la veo irse y me subo a una banqueta para poner un par de botellas en la vitrina.

   -Tienes la mejor de las edades, no le hagas caso-.

La voz de Tamara me asusta y me tambaleo agarrándome a la columna.
Tamara corre hacia mí preocupada y yo me bajo con cuidado.

   -¿Estas bien? No pretendía asustarte- Me asegura.

   -Tranquila, solo no te escuche entrar- Le contesto para tranquilizarla.

Ella parece volver a su gesto habitual y me pregunta:

   -¿Te ayudo?-.

Asiento y le doy una balleta. Ella se dispersa entre las mesas y yo intento recolocar los vasos. Cuando acabo me pongo a hacer caja y ella me hace una nueva pregunta:

   -¿Cuánto te queda?-.

Su pregunta me hace pensar que está aquí por algún motivo y sin pensar se lo pregunto.

   -Si Amanda, quería pasar un rato contigo-.

Resoplo y me doy la vuelta para poder hablar con ella mirándola a la cara.

  -El otro día no estuve acertada con mis actos,... Me lo pasé bien y me encantaría repetirlo pero la verdad es que yo solo quería sexo y es lo que sigo queriendo... Y lo siento si te hice creer otra cosa- Le digo tartamudeando.

Ella, sin emitir ningún tipo de emoción, me pregunta:

   -Amanda ¿es sexo lo que quieres?-.

Voy a contestarle que si pero ella vuelve a interrumpirme:

   -Amanda eres muy joven, ni si quiera sabrás lo que quieres, aunque creas tenerlo muy claro. Por eso, estaré esperando a que me necesites-.

No sé qué contestarle a nada de lo que ella me ha dicho así que decido sonreirle y volver a lo que estaba haciendo. Ella también sigue a lo suyo.
Pronto, nuestros caminos se vuelven a unir.

   -Yo ya he acabado ¿sigues sin querer tomar esa copa?- Me pregunta.

Niego con la cabeza siendo incapaz de decir nada hasta que veo que se encamina hacia la puerta de atrás.

   -Tamara, espera. No quiero cerrar sola- Le pido.

Ella frena y yo termino de lavar la balleta en un segundo para alcanzarla. Ella abre la puerta, conecta la alarma y sale. Yo salgo tras ella y cierra.
El ambiente se ha puesto muy tenso y pienso si en realidad quiero esa copa, aunque antes de decidirme lo suelto:

   -Quiero esa copa-.

Me tapo la boca como un acto reflejo y ella asiente. Nos encaminamos hasta su coche y me abre la puerta para que me suba. Yo accedo y me acomodo.
Los asientos del coche son más cómodos que mi cama, pienso tristemente.
Me recuesto cuando ella arranca el coche y, sin saber cómo me quedo dormida.

Tamara me despierta y ya no escucho el rugido del coche. Todo fuera está oscuro y me doy cuenta de que hemos llegado. Estoy muy avergonzada pero ella me abre la puerta y me da la mano. Nos guía por la oscuridad hasta la puerta de atrás y me suelta para abrirla. Voy tras ella por el pasillo que va al salón y, tras pasar las escaleras que suben a su cuarto, me paro a contemplar las fotos que hay a los lados.
Hay un marco que me llama más la atención y me paro frente a él para observarlo mejor. Es una Tamara mucho más joven con un niño en brazos, el bebé está apunto de echarse a llorar y ella esta feliz.
Acaricio con el dedo al niño y sigo mi camino hasta encontrarme con otra que también me llama la atención. En esta hay dos muchachos uno mayor, de mi edad más o menos, y el otro es mucho más joven, de unos siete u ocho años.
Mis ojos se llenan de lágrimas, pensando que Tamara podría ser mi madre. Quizás hubiese tenido una mejor vida.
No me doy cuenta de que no está conmigo cuando me llama desde el salón:

   -Amanda, la copa está servida-.

Me tapo la cara con las manos para recomponerme y decido caminar con toda la firmeza de la que dispongo y la cabeza bien alta. Al fin y al cabo no estoy haciendo nada malo, ambas somos mujeres solteras.
Al cruzar la puerta del salón, veo dos copas anchas en la mesa auxiliar del salón y a Tamara sentada con las piernas cruzadas en el sofá. Lleva como una especie de bata de seda rosa palo que no sé de dónde ha sacado pero que le queda extremadamente bien.
Su mano da golpecitos pequeños en el sofá para que me siente junto a ella pero no quiero hacerlo. Agarro la copa y doy un largo trago, casi terminándola.

   -¿Qué pasa Amanda?-.

Su tono suena preocupado, parece que tiene la intención de ponerse de pie junto a mí pero acaba por no hacerlo.

   -¿Qué edad tienen tus hijos?- Le pregunto abiertamente.

Ella niega con la cabeza y yo levanto la voz:

   -¿Que qué edad tienen tus hijos Tamara?-.

Ella se pone en pie, como si ya se decidiese, y yo me disculpo dando un paso atrás:

   -Perdona, no quería gritarte... Solo quiero saber que edad tienen tus hijos-.

Ella cede y me cuenta que: Andrés es el mayor, que tiene veintitrés años y que se acaba de graduar, mientras que el Gonzalo, el pequeño, tiene ocho años y vive con su padre.
Tengo muchas más dudas y necesito resolverlas:

   -¿Cómo te diste cuenta de que querías divorciarte de tu marido?-.

Ella camina hacia mí un poco incómoda y me dice:

   -Amanda es tarde, deberíamos irnos a la cama-.

No.

   -Contéstame, por favor, Tamara- Le pido.

   -Mañana hablaremos hasta que resuelvas tus dudas, ahora debemos irnos a la cama- Me vende.

Te odio Tamara y odio que te comportes como mi madre. Estoy a punto de explotar, solo una gota conseguiría desbordar el vaso.

   -Sé perfectamente que mañana tendrás una excusa para no hacerlo y tendré que aguantarme, así que ¿por qué no me dices ya que no me lo contarás nunca?-.

Sus ojos se abren como platos al ver que la estoy desafiando y cogiendo su copa, sale del salón para irse a su cuarto. Se acabó la conversación. Cuando está en las escaleras la escucho decirme:

   -Sabes donde esta mi habitación y también sabes donde está la puerta. Tú decides-.

Yo decido, yo nunca decido nada. Todo me pone entre la espada y la pared.
Pero, cogiendo la botella de licor de crema, me voy por la puerta. Mi decisión está muy claro.

   -Estoy harta de decidir lo que el mundo quiere-.

Supongo que escucha mi grito, lo he dicho para que me escuche. Cierro la puerta detrás de mí y me dispongo a volver a casa.

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