Capítulo 26

4 1 0
                                    

Narrado por Amanda a 26 de Septiembre de 2016:


Abro los ojos y veo a Carlota, esta desnuda correteando por un bosque. Miro al cielo y veo las ramas del árbol en el que estoy apoyada.
El cielo esta totalmente azul.

Me pongo en pie para corretear tras de ella hasta que la alcanzo.
La admiro a dos centímetros de mí, su piel esta brillante y radiante hasta que de pronto la toco y comienza a ponerse de un tono marrón averdosado.
Se esta pudriendo.

   -Tengo cáncer Amanda-.

Su tono suena casi apagado y, tras él, sus palabras se escuchan como un eco. Mientras ella se disuelve en polvo y la veo desvanecerse con el viento.

Caigo de rodillas llorosa y, sosteniendo un poco del polvo de Carlota que he logrado atrapar, lo pego a mí.

   -Amanda, me voy a Inglaterra y ya nunca me vas a volver a ver- Me dice mi hermana agarrándome del hombro para que me gire a mirarla.

Lo hago pero solo me da tiempo a arrancarle el reloj con la otra mano mientras la veo irse andando. Quiero correr tras ella pero no puedo levantarme, estoy sujeta al suelo.

Las lágrimas resvalan por mis ojos de impotencia y vuelvo a mirar al cielo que ahora esta totalmente oscuro y tenebroso.

Escucho unos tacones tras de mí y me giro hacia el ruido. Es Tamara.

   -¿Satisfecha?-.

No respondo, no entiendo nada.

   -Todo lo que tocas lo destruyes... O se va lejos de ti para que no lo destruyas-.

Más lágrimas se deshacen en mis mejillas e intento secarlas pero al abrir el puño derecho derramo las pocas cenizas de Carlota que logré atrapar.

   -Carlota no-.

Mi grito suena desesperado y, aunque lo intento, no consigo recogerlas y una brisa suave se las lleva.

   -Carlota no se merece quedarse contigo, ella no te entiende- Me dice acercándose más.

El cielo se vuelve a poner azul.
Ella me agarra del hombro y se acerca para besarme.

   -No- Chillo.

Tamara se cabrea y las nubes y la oscuridad apagan el bosque.
Llueve, como si nunca hubiese llovido. Las gotas me hacen heridas en la piel y... Me despierto entre sudores.

Unos pequeños rallos de sol atraviesan la persiana de mi habitación y eso me tranquiliza.
Me seco el sudor de la frente y chequeo que todo este en su sitio.

   -Solo ha sido una pesadilla Amanda, solo eso-.

No consigo tranquilizarme, este sueño me ha dejado muy inquieta pero tengo que seguir. Me levanto de la cama y abro la persiana y la ventana para que respire la habitación.

Me preparo un café nada más que piso la cocina y la mirada se me va al papel del ingreso de mamá.
Debería de ir a verla.
Me lo tomo pensando en qué buses debo de coger para llegar hasta el edificio donde esta mamá y me pierdo con los números.
Saco el teléfono y llamo a mi hermana.
Estoy casi por colgar cuando me lo coge:

   -¿Si? ¿Amanda?-.

Suena desorientada pero me hace gracia que pregunte si soy yo cuando ¿quién le iba a contestar sino?

   -Si ¿qué tal el viaje?-.

   -Ayer no pude contactar contigo ¿por qué no me cogías el teléfono?-.

Su tono no suena muy bien que se diga y decido mentir para esquivar la riña:

   -No lo vi-.

Se hace el silencio unos segundos y, al fin, me contesta:

   -Montar en avión es rarísimo, vas entre las nubes y a veces se mueve como si se fuese a caer pero no, se llaman turbulencias-.

Se me escapa una risa por su forma de explicarlo, parece una niña de cinco años con su primera muñeca.
Su entusiasmo, en realidad, me causa sentimientos encontrados: no sé si me gusta verla feliz o prefería que echase de menos esto.

   -Vaya, a ver cuándo me llevas-.

   -Cuando me asiente, tenga trabajo estable y Lucas pille un piso más grande, te traigo-.

Su seriedad me da una mezcla de vértigo y entusiasmo.
Londres...

   -¿Un piso más grande?-.

   -Hombre, es que de nuestra casita, que había espacio y todo, a esto...-.

Me río, mi hermana siempre ha sido un poco mimada y tiene unos aires de grandeza... Escucho unos ruidos y, de pronto, mi hermana habla un poco más nerviosa:

   -Bueno tata, pásalo bien. Pronto estaremos de vuelta-.

No me da tiempo ni a decirle adiós, cuelga nada más hablar.
Me deja un poco patidifusa pero no le doy más importancia.

Echo mi tazón a lavar y me voy a mi habitación a vestirme.
Cojo una sudadera roja y un pantalón de chándal negro y me los pongo.
Me pongo en frente del espejo y me peino. Fuerzo un par de sonrisas para ver como me quedan y decido irme.

Le doy más volumen a la música, haciendo que no escuche prácticamente nada de mi alrededor. Camino con la cabeza baja hasta la parada del bus y lo espero sentada en el banquito junto a un hombre con maletín.

Pasan un par de autobuses por allí hasta que después de casi una hora pasa el que tengo que coger y nos subimos el señor del maletín y un chico vestido de deportista.
Va casi vacio, este bus va a un barrio bastante empresarial y no vive por allí mucha gente.
Me siento atrás junto a otra chica de más o menos mi edad y me coloco ladeada junto a la ventana.
Veo el camino que va haciendo el bus, como los coches lo adelantan y los semáforos lo hacen frenar. Y pienso en que momento montar en un autobús se ha vuelto una paradoja de mi vida.
Cuando llego a la parada memorizada, me bajo y camino por la acera, que parece el lejano oeste sin nadie.

Nada más entrar una chica me atiende y me dice el número de habitación de mi madre, comentándome que a esta hora no hay actividades y que probablemente este allí.
Subo en el ascensor hasta la segunda planta y busco la habitación 295. Por los pasillos me deslumbra lo que me parece tan lujoso.
Me quedo inmóvil en la puerta hasta que consigo el valor de entrar.

Mi madre se me queda mirando paralizada pero recapacita y corre a abrazarme.

   -Amanda- Lloriquea.

Se me parte el alma en dos pero intento no demostrarlo demasiado. Me separo de ella y me invita a sentarme en el sillón. Le pregunto sobre su estancia, sobre la recuperación y mientras me habla me fijo en la habitación, esta muy ordenada y limpia. Supongo que la limpiara un equipo de limpieza pero no creo que coloquen también todo.

   -Amanda cariño... ¿Estas bien?-.

   -Es que...- Voy a contarle todo lo que ronda mi cabeza cuando un hombre entra en la habitación.

Se queda en la entrada un poco descolocado y mi madre lo invita a pasar.

   -Amanda este es Alberto, un compañero-.

Alberto se me acerca y me da dos besos. Siento que es una presentación demasiado formal y eso me incómoda.

   -Tu madre habla mucho de ti pero solo tenía el gusto de conocer a tu hermana-.

Amelia no me ha hablado nada de este hombre.
Él se acerca a mamá y le da dos besos también. La incomodidad me puede ya y me despido:

   -Bueno mamá, ya vendré más a menudo- Digo levantándome para irme.

Mi madre se queda petrificada por mi repentino adiós e intenta que me quede pero no hay nada que me convenza. Cierro la puerta tras de mí y me voy a toda prisa.

¿Quién es ese tal Alberto?

El BancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora