FUEGO
No me sentía nada bien. Le había gritado. Le había dicho que se alejara de mi. Recordar su expresión cuando lo hice era mucho peor que el horrible dolor que sentía en las manos.
¿Y ahora que les diría a los médicos, cuando fuera a la enfermería para curarmelas? Había probado a curarmelas yo mismo intentando derretir el hielo, pero no había funcionado. Tenía las manos prácticamente blancas y llenas de escarcha. Nada bueno.
Otra cosa horrible era que no era capaz de tocar algo sin aullar de dolor. Lo había averiguado, tras dar media vuelta al recordar que había dejado el libro de biología atrás, e intentar cogerlo. Al final me lo puse bajo el hombro y miré al otro lado de la linde ahora completamente vacío. Ella se había ido.
¡Me arrepentía tanto! Habría querido correr hasta su ciudad y buscarla. Pero eso habría sido un suicidio.
Seguí pensando todo el rato así, arrepentido por lo que le había dicho a Berenice y dolorido por mis manos congeladas.
Y también no podía evitar pensar en que era lo que le había pasado. Desde luego no había sido nada bueno. ¿Le habría hecho daño alguien? ¿Pero quien querría hacerle daño a una niña tan linda y buena?
Llegué al internado en el que residía y entré sin saber que haría primero. Estaba claro que tenía que pasar por la enfermería urgentemente. Pero también necesitaba hablar antes con Kenneth, quizá a él se le ocurriera alguna excusa para justificar el lamentable estado de mis manos.
Decidí ir a hablar primero con él, que sabía que estaría en nuestra habitación.
Cuando entré en nuestro cuarto lo vi tumbado en mi cama leyendo. Él apartó la mirada de su libro y me observó expectante.
-- Hoy llegaste pronto-- dijo -- Si hace sólo 2 horas que te fuiste.
Vale, dicho así más bien parecía que hubiera hechado ya mucho tiempo fuera, pero suponiendo que para llegar a la linde desde allí se necesitaba por lo menos una hora y media... No eran tanto dos horas. Para nada, prácticamente había ido y vuelto de seguido.
-- Sí, he tenido una pelea con Berenice-- dijo bajando la cabeza-- Le dije cosas horribles, no me extrañaría nada que no volviera a la linde nunca más.
Esto último se me ocurrió al mismo tiempo que lo dije y me estremecí solo de pensarlo.
-- ¿Que pasó?-- me preguntó y entonces tras verme la cara puso mala expresión. -- ¿Olle estás bien? No paras de hacer muecas cómo si te doliera algo.
Yo levanté mis manos, enseñándole las palmas blancas y llenas de escarcha, como respuesta.
Él soltó un grito y se llevó las manos a la boca instintivamente.
-- ¿Pero que demonios te a pasado?-- exclamó. Ahora lo tenía a mi lado sujetandome las manos para examinarlas. -- ¡Tienes que ir a la enfermería ya! ¿Te duele mucho?
La última pregunta me hizo soltar una carcajada desganada. ¡Menuda pregunta!
-- ¡Noo! ¡Estoy perfectamente! Tengo las manos literalmente congeladas, pero no me duelen nada! -- Dije sarcásticamente pero más enfadado que otra cosa.
-- Vale, vale. Ve a la enfermería. -- Me dijo y con su mirada me indicó que luego tendría que explicarle con todo lujo de detalles por qué me encontraba así.
-- Ya eso pensaba hacer, pero no se que le voy a decir a la enfermera.
Él se rasco la barbilla con su mano, pensativo.
-- ¡O ya se! -- Exclamó-- Puedes decirle que estábas sacando algo del congelador, tropezaste y por pura reacción pusiste las manos por delante y las apollaste en el frío hielo del congelador.
--Emm... Eso me haría quedar como un idiota torpe. -- Objeté. -- Y además ¡aquí no hay congeladores! El único congelador que hay está en el comedor.
-- Cierto, no me había dado cuenta.
Yo puse los ojos en blanco.
-- ¡O ya se! Podríamos fingir que estuvimos jugando a prueba o verdad, y que como prueba tu tenias que tocar hielo y la cosa salió mal.
No era mala idea, pero no quería meterlo en problemas y eso lo metería en problemas sin duda alguna.
-- No, no quiero que te metas en problemas por mi culpa.
Él se hechó a reír.
-- Mira aunque quisieran castigarme no podrían, porque directamente no tienen con que hacerlo. ¡Si me paso toda la tarde en el cuarto leyendo o en la biblioteca estudiando!
Eso era cierto. Dicen que los fogosos somos famosos por nuestra ignorancia sobre el estudio y por ser adictos a romper las normas una y otra vez, pero desde luego él era una excepción.
Alfinal de discutir un poco no pude más con el dolor de mis manos y me rendí. La treta nos salió bien, salvo porque acabamos ambos los dos castigados sin salir el finde semana, que ya era al día siguiente.
¡Ahora si que estaba perdido! Pretendía ir al día siguiente a la linde para disculparme con Berenice y solucionarlo, pero esta vez el director no estaba en absoluto ocupado, y suponiendo que, después de todas las trasnadas que le había hecho y todos los líos en los que me había metido desde que llegara al recinto, él me había cogido manía.
Recordé mi primer día de clase.
FLASBACK
Yo tenía 12 años y estaba charlando con mi compañero de al lado, haciendo caso omiso de las quejas del profesor. Hasta que este se artó y me amenazó con mandarme al despacho del director, en cuanto se dió la vuelta yo le hice la burla moviendo los brazos y la boca como lo hacía él, toda la clase se descojonó de risa. Y el profesor se dió cuenta y cabreado cumplió su amenaza mandándome al despacho del director.
Lo único que se con seguridad de ese día, es que lo que me pasó en el pasillo cuando iva en dirección al despacho, no fue normal.
Iva caminando cuando derrepente noté una quemazón en el lado derecho un poco por encima de mi cintura, justo donde tenía una marca de nacimiento. Y las manos se me incendiaron y perdí el control. Quemé la pared entera y luego me desmallé. Por último, cuando me encontraron, el director me castigó porque creía que lo había hecho adrede.
FIN FLASBACK
Tras pensar todo esto, mientras caminabamos de vuelta a nuestro cuarto, me llevé instintivamente la mano a mi marca de nacimiento.
Era una marca de nacimiento muy peculiar que incluso me daba miedo por su simple y singular forma. A veces pensaba que era un tatuaje que me habían hecho cuando era pequeño y yo no me acordaba.
La marca tenía forma de gota en llamas, es decir, empezaba redonda con el color y la forma de una gota de agua normal, pero luego remataba en una llama naranja. Lo dicho, una marca muy peculiar y muy extraña.
Volví mis pensamientos de vuelta a Berenice y, una vez entramos de vuelta en nuestra habitación, me preparé para explicarle todo a Kenneth.
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Hielo contra Fuego. (LIBRO I)
FantasyUna guerra sin fin, muchos peligros y amenazas y un secreto que deberá ser descubierto. Un planeta dividido entre el hielo y el fuego en el que sus habitantes son incompatibles y se odian. Berenice, que es una hielana, se dará cuenta de lo equivoc...