CAPÍTULO 40

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FUEGO

Acababa de hacer una verdadera locura. Había cruzado la linde más de lo debido y ahora me encontraba bajo la ventana del cuarto de Berenice.

Llegar hasta el recinto no había sido muy difícil, pues no estaba muy lejos, solo a una media hora se la linde, quizá menos.

Lo peligroso había sido que había tenido que llamar primero a la ventana de otra chica, con la capucha de mi capa bien puesta para que no se me viera la cara morena, y le pregunté donde estaba el cuarto de Berenice. La chica dudo un momento pero al final me dijo que estaba a dos habitaciones más allá.

Y ahí estaba ahora, bajo la ventana de Berenice. Me quité la capucha, cojí una pequeña piedrita y se la lancé a la ventana, pero sin hacer mucha fuerza. Lo último que quería era romper la ventana y formar un escándalo.

Al cabo de unos minutos ella se asomó a la ventana y lo que vi me dejó de piedra. Berenice llevaba un cuchillo en una mano y un pequeño hilillo de sangre le recorría la otra mano, salido de una pequeña herida que aún así tampoco podía llegar a denominarse cómo un corte grave.

Pero aún así estaba claro que había estado apunto de hacer una locura.

Me puse pálido al pensarlo.

--Berenice... ¿que has hecho...?-- tartamudeé con los ojos como platos sin parar de ver el cuchillo y su pequeña herida alternativamente.

Ella me miró y luego llevó la vista a donde yo la tenia puesta. Abrió los ojos como platos al darse cuenta y se adentró corriendo de vuelta en su cuarto.

Al cabo de unos minutos volvió a aparecer pero ya sin el cuchillo. Probablemente lo habría escondido.

--Tenemos que hablar-- Le dije.

¡Por supuesto que teníamos que hablar! ¡Y ahora más que nunca! ¡La acababa de pillar en pleno suicidio! ¡Esto era muy grave!

Ella asintió con la cabeza y volvió a adentrarse en el cuarto cerrando la ventana y las persianas detrás suya.

Sin embargo yo vi la sombra de su cuerpo desnudandose para cambiarse de ropa. Me puse un poco rojo, pero no aparté la vista en ningún momento. Se la veia tan bella.

Luego apagó la luz y vi como se alejaba del cuarto. Esperé allí donde estaba hasta que ella asomó la cabeza por el muro que daba ala parte trasera del edificio que era donde me encontraba.

Ahora que la tenia más cerca me di cuenta de que estaba peor que antes. Estaba más flaca, más pálida de lo que ya se suponíaque era y unas pequeñas ojeras dibujaban sus ojos.

Aunque claro, yo no estaba mucho mejor.

Ella se había vendado la muñeca para ocultar la pequeña herida que se había hecho.

Ella me miró y nos quedamos en un silencio incómodo sin saber que hacer o decir. Alfinal yo rompí el silencio.

--¿Vamos a la linde?

Pero ella negó con la cabeza.

--Prefiero ir a otro sitio. --Dijo.

--¿A donde?-- Preguntó pero ella no me respondió sino que hechó a andar asique yo la seguí ajustandome bien la capucha de nuevo.

Fuimos por callejones oscuros claramente para que no me vieran y luego llegamos a una ciudad en ruinas. Era escalofriante ver semejante escena. Estaba todo derruido, casas, hogares derruidos y destrozados y también habían tiendas destrozadas y desvalijadas. Esto debía ser a causa de la última guerra.

Llegamos a una pequeña zona de muros en ruinas que probablemente en un pasado había sido una bonita casita.

Berenice se apolló en un muro y se dejó caer hasta tocar el suelo. Luego arrimó las rodillas a su pecho y las rodeo con los brazos. Parecía muy triste y eso me rompió el alma.

Había pensado en repotricarle mil cosas, en hecharle en cara muchas cosas por el daño que ella me había hecho. Pero en esos momentos al verla así, todo mi enfado y mis desdeñosos pensamientos desaparecieron.

Me senté a su lado y esperé a que hablara, porque estaba claro que quería contarme algo.

-- Este es el lugar al que vengo siempre que estoy triste o me encuentro mal.-- murmuró.

Yo suspiré, pero no dije nada.

-- Nunca pensé que puediera pasarme esto. Pero sí es cierto que he tenido muchas señales que me lo indicaban. -- Dijo ella y los ojos se le llenaron de lágrimas.

--¿Que quieres decir?-- Le pregunté delicadamente.

Ella suspiró y se levantó, dió un par de pasos hasta un montón de piedras y tierra que había de los escombros. Se arrodilló allí y levantó las piedras. Luego rascó la tierra hasta desenterrar una pequeña caja de madera.

La levantó y volvió a sentarse a mi lado. La abrió y yo pude ver un colgante un anillo y unas cuantas fotos. Ella sacó dos fotos y me las entregó.

-- Y mi tía me las dió cuando tenía 14 años. Esta es mi familia. Me dijo que tenía un hermano que había muerto en la guerra cuando tenía dos años.

Yo ya no la oía, solo podía mirar las dos fotos que tenia en las manos. En una aparecían cuatro personas: una mujer de pelo negro claro y con los mismos ojos de Berenice. Al lado de la mujer había un hombre de pelo castaño y ojos marrones. Y a la altura de sus piernas dos niños pequeños de no más de dos años miraban a la cámara sonrientes. Creo que no hace falta especificar que claramente éramos nosotros de pequeños.

En la otra foto, que era la que más me cautivaba y me asombraba, estaba el mismo niño pequeño de la foto anterior. El niño me miraba con sus ojillos color marrón fuego y una inocente sonrisa.

Hielo contra Fuego. (LIBRO I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora