En marcha a Las Vegas

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Ya había terminado la prueba de Medusa, obteniendo todo lo que necesitaban de los hijos de Hades. Lo malo es que había terminado herido y la hija de Atenea no le había dejado casi dormir, por lo que estaba cansado.

Tras unos minutos despertó Grover con un gran bostezo indicando que había dormido muy bien en la noche. Pero si estado de animo se arruinó en cuanto vio al Benefactor X con su túnica manchada de sangre en la parte de la cabeza, ya que Annabeth se había preocupado por intentar tratar las otras heridas que tenían en su cuerpo, pero las heridas de su cabeza eran un poco más profundas y no habían parado de sangrar.

- ¿Pero qué ha pasado? -Dijo el sátiro un poco alarmado por como estaba el chico.

- Nada de otro mundo. - Dijo Percy. - Solo me enfrente a una del trió de gorgonas, me hizo la prueba, tuve que combatir y logré pasar la prueba, ahora sé donde tenemos que ir.

- ¿A dónde? - Preguntó Annabeth muy seria ya que podían ir a un lugar muy peligroso.

- A la ciudad del Pecado. - Dijo este. - Las Vegas, deberías saberlo, íbamos allí desde un primer momento.

- Pensé que habíamos cambiado de destino. - Dijo ella mirando a otro lado.

Después de esa pequeña charla, los tres (más bien lo dos que habían dormido) decidieron ir a desayunar a una cafetería que quedaba cerca del parque, como a dos manzanas y media de donde estaban.

A petición de Percy, estos fueron más despacio. Caminaron con calma mientras observaban como las persona de la ciudad de Amarillo hacían sus vida normales, entre ellas los adolescentes que se levantaban temprano para hacer el tonto con sus amigos en la calle o los dueños de pequeños comercios como puesto de comida ambulante. Era todo muy normal, algo que le encantaba a Percy y le hacia gracia ver como Annabeth, la cual no había salido mucho del campamento y se había visto obligada a huir, miraba a sombrada que era cierto que en las calles se podían vender perritos calientes.

Mientras que estos caminaban con calma mientras charlaban de cualquier cosa para que estos no llamaran mucho la atención, sobra decir que Percy estaba manipulando la niebla para que no llamaran a la policía porque un chico vestía como un pordiosero manchado de sangre.

Cuando ya eran las nueve y media de la mañana la cafetería ya tenía una buena clientela, pero por alguna extraña razón, había un hombre que estaba sentado solo en una mesa mientras llevaba gafas de sol en el interior.

Este hombre lo miró cuando entraron y les hizo señas para que vinieran a su mesa mientras también hacía señas a una camarera para que fuese a su mesa para que les tomara nota. Los chicos se sentaron en la mesa y pidieron un desayuno normal, tortitas con sirope y un zumo.

Reinó el silencio por unos segundos hasta que Percy decidió romperlo.

- ¿Puedo preguntar por qué el señor de la guerra nos está invitando a desayunar? - Preguntó congelando a sus dos compañeros por como había formulado su pregunta.

- Veo que la falta de respeto abunda por el lugar. - Dijo Ares mientras tomaba una tostada con mermelada de fresa, le debería gustar por su similitud con la sangre en el color. - Solo os he hecho venir a esta mesa porque quiero que hagáis algo por mí.

- ¿Y por qué deberíamos aceptar? - Preguntó Percy haciendo que sus compañeros se llegaran a plantear seriamente si este chico estaba bien de la cabeza por hablar así con un dios.

- Venga, ¿sigues enfadado por lo del tren? - Dijo con una sonrisa que hizo que sus acompañantes se sintieran un poco más enfadados de lo habitual. - Era divertido. Pero bueno dejemos eso aparte. Necesito tu ayuda para una cosa.

El rey de los mestizosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora