Prefacio

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La pequeña nota escrita a prisa que el mesero le dio a hurtadillas decía:


"Te espero en la habitación de descanso,

está abierto. Peter me prestó sus llaves.

No tardes".


Maximiliano estaba nervioso cuando envió el recado. No sabía si asistiría pero, si decidía ir, haría todo lo posible para lograr tener entre sus brazos a la mujer que nunca debió tocar. La aventura que mantuvieron había sido un idilio desde el inicio y, sin desearlo, rompió la promesa de no enamorarse. Ahora se encontraba a punto de verla otra vez, pero tenía claro que no serviría de nada decirle a la cara todo lo que sentía.

La boda de Peter no era el mejor lugar, pero ya no podía esperar más. Tomó dos copas de vino blanco, se arregló el saco del traje gris oxford y el cuello de la camisa, alineó su corbata justo como a ella le gustaba y se miró rápido en un espejo que encontró cerca del baño; quería lucir perfecto. Abrió la puerta de la pequeña habitación que se hallaba detrás del salón, apagó la luz y se sentó tranquilo sobre el sillón blanco del lugar privado destinado para que los anfitriones descansaran y se cambiaran si era necesario. El ruidoso festejo continuaba afuera y el reloj de su muñeca caminaba tan lento que lo hizo sudar de excitación. Se sentía intranquilo, pero guardó las energías para cuando llegara el momento. El tic tac le parecía imparable, hasta que por fin la puerta emitió un clic muy suave y su pecho empezó a vibrar como pocas veces había sentido.

—Llega a tiempo, my lady —le dijo al escuchar cómo entraba con su andar tan peculiar, inundando el lugar con ese perfume que tanto lo seducía.

Ella era una mujer que sabía lucir sus atributos. El vestido negro de seda que llevaba puesto tenía un escote en 'V' que mostraba lo suficiente para que él no dejara de mirar, y la abertura de la pierna parecía ser más una invitación a lo prohibido. La estilista le había hecho un peinado elegante y todo el conjunto la volvía irresistible; al menos para él. Apenas la vio, notó que llevaba puesto los aretes que le regaló y eso lo estremeció. Un simple detalle que decía tanto. Esos minutos que le otorgaba eran unos donde aquella dama inalcanzable sería solo para él y no estaba dispuesto a desperdiciar ni uno solo.

—Yo siempre llego a tiempo, querido Max.

"Querido Max" eran las palabras que más le dolieron porque sabía que no las volvería a escuchar de sus labios. Aun así evitó expresar su amargura y se puso de pie con esa distinción que lo caracterizaba, ofreciéndole una copa para que brindaran.

—Por lo que fue —pronunció.

—Por nosotros —brindó, viéndolo encantada.

No había necesidad de decir una sola palabra más, su comunicación siempre había sido por medio del tacto. Maximiliano dejó su copa y la sujetó por los hombros. Con la mayor dulzura que pudo le dio un lento beso. Tenía que darse el lujo de amarla despacio porque esa sería la despedida definitiva y, aunque temía un rechazo, percibió que no se resistía.

—Pudo haber continuado —musitó tras alejarse un centímetro de su boca—. Pero no he sido suficiente.

—Tú siempre serás suficiente para cualquiera —respondió, dejando también su copa y posando las manos sobre su nuca, provocándole con eso un estremecimiento que terminó por excitarlo.

—No tienes idea de lo que se volvió para mí —suspiró con gran pesar. Aunque no quería, salió sin desearlo.

—Sabes que no puedo... —tartamudeó y sintió su respirar agitado cerca de su rostro—. Tú todavía tienes mucho por hacer y yo estuve perdida bastante tiempo. Debes seguir tu vida lejos de mí, es lo mejor.

—No era necesario que me dejaras así... Pero eso ahora no importa —el cambio salvaje en su voz dio la señal y comenzó a bajarle el cierre del vestido, para luego dirigirla hasta el sillón.

En el salón donde se llevaba a cabo la boda, la nota navegaba perdida sobre la charola del mesero que se la entregó, la dueña la había vuelto a colocar allí por descuido y ahora su destino era incierto. Su exnovia buscaba con insistencia a Max, deseosa de decirle que quería volver con él para tener una nueva oportunidad. La nota llegó a sus manos al verla de reojo y reconocer la letra, otorgándole un destinatario equivocado. Era como uno de esos caprichos inusuales que el destino se encarga de fraguar para poder cerrar los capítulos de la vida con un final sobrecogedor. La joven, ilusionada, sonrió al leerla y así, se dirigió feliz hacia la habitación de estar donde nadie la esperaba.

El Intérprete ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora