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El otoño solía ser mi estación favorita del año. Me encantaba ver los majestuosos colores que tapizaban el monótono asfalto cuando las hojas caen, ver esa interminable alfombra en tonos marrones, amarillos y naranjas, perderme en ellos, cerrar mis ojos y dejarme llevar por la brisa otoñal que acaricia mi rostro, impregnar mi nariz de los peculiares olores de hojas secas y ramas desiertas, escuchar el crujir de las hojas bajo las suelas de mis zapatos y sentirme flotar, ver como el viento las invitaba a una íntima danza seduciéndolas hasta culminar en el humillante y frío suelo al que no pertenecen, llevándolas así al fin del sus días para volverse cenizas y humo. Por todo eso y porque cuando las hojas caían, conocí al amor de mi vida. 

Hoy, el otoño ha perdido su valor para mi, el frío del invierno lo ha acaparado y lo ha matado, sepultado en el infierno. Hoy para mi, el otoño es ácido, lúgubre y oscuro. 

Mis padres se han ido. Mi hermano y Allie también. Estoy sola en la casa con los niños y Derek. No nos miramos, no nos tocamos, no nos respiramos, no nos pensamos, solo subsistimos por los inocentes que hemos procreado. 
Derek no intenta llamar mi atención, y yo no deseo que lo haga. Los niños por su parte no han tomado bien el que nos separemos. Drew lo acepta con dolor porque sabe que es mejor una tranquila convivencia a un matrimonio infeliz, bueno al menos es lo que ha dicho. Pero sé que en el fondo sufre como nosotros. Reggie no sabe lo que significa la palabra divorcio, lo único que sabe es que papá le falló a mamá y ella está triste. 

Hoy los niños han regresado a clases, volvemos a la rutina, levantarme, bañarme, vestirme bonita, claro... omitiendo el paso que llevé por más de 15 años que era alistar la ropa de Derek, me emocionaba cada día por escogerle una hermosa camisa delicadamente planchada y los pantalones finos que combinaba con su calzado y cinturón y a juego el toque especial, elegante, que resaltaba la belleza de su rostro, la corbata, toda esa ropa la compraba yo especialmente para él, lo vestía y calzaba como a mí me gustaba, siempre tan limpio, inmaculado con porte y elegancia, tan perfecto. Sin darme cuenta, lo vestía para que otras lo admiraban... Hacer eso cada día para mí era un deleite y confieso que se siente extraño no hacerlo más, aún no me acostumbro, después, era presionar a los niños que terminen rápido y, bajar a preparar el desayuno, pero esta vez es una rutina vacía, ya no hay conversaciones irrelevantes en el desayuno, ni discusiones tontas mientras viajamos a la escuela, no hay regaños, ni tratos, ni intentos de excusas para no ir a la escuela, las risas se han esfumado, ahora reina el silencio ¿y saben? duele, duele como el maldito infierno.  

¿pero saben que más hay de diferente en esta rutina? Las delicias de la soledad, de sentir que yo soy capaz de hacer algo por mi sin depender de él. Si, todo cambió, y es un mal, pero necesario y todo este amargo sabor pronto pasará, quizá no vuelva a ser igual, pero volveremos a ser felices. Y es la mayor certeza a la que me puedo aferrar. 

He buscado vía internet algún psicólogo, necesito que mi salud mental esté en óptimas condiciones, y también necesito puntos de referencia desde otro punto de vista, quizá pueda entender un poco la situación y tal vez me haga sentir que no esté mal querer sanar sola. 

Entro al inmaculado consultorio, por desgracia está cerca del hospital, a unas manzanas de distancia. Estoy nerviosa, intrigada por la doctora que me atenderá, solo sé eso, que es mujer. Me siento en una sillón blanco, es muy cómodo y relajante, podría pasar horas aquí. 

—Señora Lane, puede pasar... eh ¿señora?
—¿ah? 
—¿es usted la señora Lane? —rayos olvidé que di mi nombre de soltera. Me deslindo del Romanov para volver a ser otra vez yo, Jade Lane. 
—oh, si, si. 
—puede pasar, la Doctora Olivas la espera. 

Me levanto con paso tambaleante, la distancia de la sala de espera al consultorio es muy corta, pero antes de llegar han pasado infinidad de pensamientos por mi mente y quiero salir corriendo, porque siento que es una ridiculez. Más no lo hago, si no me gusta siempre puedo elegir no volver. 

Cuando Las Hojas Caen  (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora