La vida era una mierda y lo había comprobado en más de una oportunidad.
Escuché una vez que no existe una cantidad finita de momentos tristes que son posibles vivir y que tampoco están repartidos de manera homogénea a lo largo de la vida para que no sea posible prepararse para la situación. Bueno, a mí me parecía que todos los momentos tristes me los habían enviado de una sola vez como para aplanar el terreno para el futuro.
Mis padres fallecieron en un accidente de auto. Fue una catástrofe y aprendí a vivir con ello. Lágrimas, maldiciones, juicios y responsabilidades que no había deseado tomar, pero que lo hice de todas formas. Tuve tres ayudantes que se convirtieron en mi nueva familia.
Luego mi nana falleció de cáncer. No lo vi venir, principalmente porque un año antes la habían diagnosticado como libre de cáncer. Nuevamente, tres personas me ayudaron a salir de eso.
Entonces sí, los momentos tristes no me habían faltado. Y sin embargo, no podía evitar preguntarme cuántos más faltaban por venir. Lo que sí podía afirmar era que ya había pasado lo peor. ¿Qué me podía tocar cuando ya había perdido a las tres personas que más amaba en el mundo? De nuevo, no lo vi venir.
Abuelos maternos. Vaya jodida mierda. Con palabrotas y todo incluido.
Por lo general, creo que es una clase de regla tácita mundial, los nietos se llevan mejor con sus abuelos maternos. No era mi caso, no estaba ni de cerca de ser mi caso.
No había conocido a los padres de mi madre y nunca supe la razón detrás de esa desaparición, mi madre se la llevó a la tumba y mi padre y mi nana también, por lo que viví a oscuras durante gran parte de mi vida. No me importó, si ella no quería que los conociera por algo era. ¿Verdad?
Una persona racional, una persona menos rota y menos desesperada por sentir que no estaba sola, se hubiese negado a conocerlos cuando aparecieron de la nada con una llamada telefónica. ¿Por qué llegar diecinueve años tarde? ¿Por qué llegar cuando ya lo había perdido todo y me estaba acostumbrando a la idea de que era la última de mi familia?
Las razones eran varias y cuando finalmente las descubrí no supe cómo sentirme.
Lo que sí hice, y de lo que no me arrepiento, fue viajar hasta Londres para pasar las vacaciones de verano con ellos. Les di tres meses, tres meses para que me convencieran de que no eran malas personas y que era posible quererlos. Tres meses parece poco, sobre todo comparado con diecinueve años de abandono, pero era lo mejor que tenía y ellos lo tomaron.
Mis abuelos no eran tontos, supieron jugar muy bien sus cartas. Casas que parecían castillos, cenas elegantes, vehículos a mi antojo, fiestas, pasatiempos y la posibilidad de llevar a mis mejores amigos. Pero hubo una carta que fue la mejor de todas y les dio todos los puntos: un trío de oro.
No, no eran Taylor, Theo y Tyler. No era el trío de oro que ya conocía y amaba, era uno distinto y, para otras personas, un trío mejor. ¿Sus nombres? Jaden, James y Julian. Parecía una locura y de cierta manera lo era: los padres de mi madre se habían encargado de conseguir a los guías perfectos para convertir a unas simples vacaciones en unas perfectas. Seguro se pensaron que nada podía salir mal.
Jaden era el inteligente.
James era el agradable.
Julian era el creativo.
Los tres parecían imposible de superar y se ganaron mi cariño. También tuvieron una guerra que enfrentar con otro trío de oro. Sin embargo, esa es una historia más larga de contar.
Les daré cinco adelantos respecto a los sucesos que tuvieron lugar esos meses de verano, aunque no todos son reales: uno de nosotros se confundió, uno tomó una importante decisión, uno de nosotros peleó por un imposible, uno rompió una amistad y uno cumplió una promesa. Es su trabajo descubrir a quién corresponde cada uno de ellos, pero algo puedo asegurarles: luego de ese verano nuestra amistad cambió para siempre.
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Dos por uno (RVB3)
أدب المراهقينRose Valley boys III Orden de las historias: 1- Tres y un cuarto 2- Uno y medio 3- Dos por uno