En un abrigo rocoso, entre dos montes boscoso, Niq, princesa exiliada de Latinum, se estaba agarrando de los pelos mientras maldecía por lo bajo a todos los dioses y, sobre todo, a su padre. Sentado a unos metros, sobre el tronco de un árbol caído, estaba el gran Augusto, que afilaba su alabarda. Lyra, mientras tanto, estaba parada en medio de un espacio despejado, lanzaba golpes al aire, simulando una batalla contra su nuevo rival, el aristócrata Yafar. Travis, por su lado, miraba los árboles del bosque y las lunas que se filtraban a la vista entre sus ramas, preguntándose cómo los mares de ese mundo se mantenían tan calmos teniendo tantas lunas tirando de ellos.
—Perdimos Massalia, perdimos el apoyo de los Herejes y el maldito de mi padre ahora tiene un ejército de aristócratas y agraciados a su disposición. Mi Milagro no me dice a dónde ir, sin importar a donde mire siento que nuestra derrota es inminente.
Travis, escuchando esto, se acercó a la princesa, poniendo una ligera mano sobre su hombro y mirándola directo a sus ojos rojizos.
—Entre mis amigos teníamos un dicho sobre el destino y su aparente inevitabilidad —dijo el explorador.
—A ver, compárteme un poco de la sabiduría de tu mundo.
—Que se vaya a la mierda el destino.
Niq, sorprendida por las palabras de aquel humano, sonrió y río entre dientes.
—Suena como una buena recomendación en este momento —sonrió la aristócrata.
—Lo es... Dime ahora a dónde vamos. Tú séquito espera tus órdenes.
Niq miró a los vampiros que le habían jurado lealtad y comenzó a sopesar sus opciones, buscando aquella que no apestara a peligro y muerte. Ella sabía que podía derrotar al destino si se mostraba lo suficientemente determinada, pero igual, no era necesario buscar una empresa casi suicida.
Las ciudades de Latinum estaban fuera de la cuestión, todas se mostraban como bocas de lobos hambrientos y listos para devorarla a ella y sus aliados. Los campos también se mostraban peligrosos, aunque no tanto como las ciudades, por lo que los tenía en consideración. Fue entonces que Niq pensó en las montañas del interior de Latinum, y allí lo vio, una luz, una extraña luz, una que le ofrecía cientos de posibilidades a futuro, una esperanza.
—Iremos a las montañas de Latinum, a Umbria...
Travis sonrió.
—Entonces allí nos dirigiremos.
Pasó una semana hasta que los ejércitos de Lerek pusieron bajo sitio a la ciudad de Génova, ciudad que se encontraba desprovista de defensores profesionales al ser parte de la periferia de Latinum, como Massalia. Génova, más allá de una Guardia de quinientos locales que mantenían lo mejor posible el orden público, no contaba con hombres del Rey o de su Corte, por lo que rápidamente la Aristocracia reinante mandó diplomáticos a tratar la cuestión del ejército que había cortado las rutas terrestres a su ciudad, rutas poco usadas, pero de valor simbólico para la Paz del Emperador que todo lo gobierna.
Lerek recibió a los Aristócratas enviados a negociar, los cuales no lo reconocieron pero sintieron la sospecha de que, a ese hombre, ya lo habían visto antes.
—¿Qué quiere de nuestra ciudad? ¿Acaso eres un Hereje de las Colonias en busca de riquezas? —preguntaron los Aristócratas.
Lerek les mostró entonces su espada rota, la que le había dado el emperador, y los aristócratas, que eran unos cinco, se miraron entre sí sin poder ocultar un deje de alegría en sus semblantes.
—Ya fui rey de este reino y pienso serlo de nuevo —dijo Lerek—, por orden del Emperador así será.
Los aristócratas se postraron a sus pies, bajando la frente hasta el suelo.
—Oh gran Lerek, perdona nuestra falta de memoria, por supuesto que recordamos tu benigno reinado. El rey actual, que su nombre sea por siempre olvidado, ha desgraciado al Emperador y su augusta autoridad al codearse con Herejes y Técnicos de las Colonias, Latinum sufre por eso, ya no fluye la sangre, ya no llegan los ganados ¡Por favor líbranos de semejante rey! ¡Te lo imploramos, oh gran Lerek!
Lerek sonrió.
—Entonces préstenme su fuerza, gentes de Génova, y veré restituida la gloria de Latinum.
Lerek, una vez terminada la reunión con los diplomáticos de Génova, se retiró a su tienda de campaña, para encontrarse allí con Merekar, que lo esperaba junto a la mesa dónde se encontraba el mapa de Latinum.
—¿Qué sucede, Merekar? —preguntó Lerek.
—He escuchado un rumor... pero es tan repulsivo que no sé si es verdad.
—Para que estés aquí significa que debo saberlo, incluso si es mentira ¿No es así?
Merekar asintió.
—El Rey de Latinum, y su corte, tienen sonrisas de colmillos.
Lerek se turbó.
—¿Acaso ese maldito canalla ha mancillado así su honor y su Gracia? ¡Maldito sea, traidor, monstruo sin corazón!
—Es muy probable que tengamos el apoyo de las ciudades periféricas de camino a Roma, pero dudo que aquellas cercanas al Lazio, e incluso aquellas de la Toscana, nos abran las puertas como Génova.
—Lo sé, esto lo cambia todo... nos espera una batalla difícil. Como siempre me has mostrado tu utilidad, puedes irte ahora, Merekar.
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Pirámide de Sangre
VampireLerek, un vampiro de la más alta casta aristocrática, ve su corona usurpa por un aristócrata rival, lo cual lo lleva al exilio en Nueva Babilonia. El antiguo rey de Latinum debe ahora acomodarse a su nueva realidad y asumir que es y será un Desgraci...