Acorralada

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Lerek se detuvo y su séquito se detuvo con él. Sabía que el Emperador no se había tragado su mentira, y que este mandaría alguien a buscar la verdad, por lo que tenía que actuar rápido.

—Aliados míos, debo pedirles algo.

—¿Qué cosa? —preguntó Merekar con tono sombrío.

—Tendremos que romper la Paz del Emperador.

—¡¿Romper la...?! —exclamó Yafar—. ¿¡Estás loco!?

—El mismísimo Emperador debe haber enviado a alguien a buscar a mi ganado... mientras hablamos probablemente uno, no, dos aristócratas, acompañados por miembros de la Guardia Imperial sin insignias, deben estar de camino al Barrio de las Delicias.

—Supongo que tenemos que evitar que se lleven a tu ganado —sonrió Zeras emocionada—, ¿pero qué tiene esta humana que te lleva a enemistarte con el Emperador?

—La humana es extremadamente valiosa para mis planes; el Emperador me negó ganado o sangre para retomar Latinum, cuento solo con ella para el sustento de mi Gracia.

—Dijiste que los hombres del Emperador irán sin insignias —dijo Merekar—, eso significa que serán ellos los que romperán la Paz del Emperador si intentan secuestrar o matar a tu ganado. Tendremos vía libre para eliminarlos si los atrapamos infraganti.

—Debemos impedir que secuestren a mi ganado y exponerlos —sonrió Lerek, mostrando sus colmillos—. Yafar, tu irás a buscar a la Guardia Imperial del Barrio de las Delicias, les dirás sobre el complot contra mi persona y mi ganado, pero omitirás la información de que el Emperador es quien envía a los criminales; seguramente te encontrarás con un capitán que no querrá inmiscuirse en el asunto, sabrá, en el fondo, que irá contra el Emperador si actúa contra el complot, pero si insistes lo suficiente deberá, aunque de mala gana, despachar a sus hombres a las calles del Barrio de las Delicias. Merekar, Zeras, ustedes dos vendrán conmigo, encontraremos a mi ganado y la defenderemos de los hombres del Emperador. Vamos, no podemos perder tiempo, cada segundo que nos demoramos es probable que capturen aquello que es de mi propiedad.



Arlet se encontró con que el Barrio de las Delicias carecía de callejones o lugares dónde esconderse, siendo sus residencias ínsulas que ocupaban cuadras enteras o grandes templos rodeados de plazas y jardines, los cuales descansaban sobre plataformas piramidales. Había túneles que atravesaban las ínsulas, los cuales se podían usar para cortar caminos entre calles paralelas, pero estos eran extremadamente limpios y Arlet supo de inmediato que se estaría exponiendo y quedando vulnerable si se quedaba dentro de uno de ellos.

Arlet, de todos modos, tuvo que usar uno de estos túneles para esquivar un grupo de tres hombres encapuchados que doblaron una esquina delante de ella. Segura de que no la habían visto o identificado, Arlet se dispuso a atravesar el túnel en silencio, pero fue entonces, cuando estaba emergiendo en la otra punta del túnel, cuando se chocó con una figura. En un momento pensó que era uno de aquellos que la buscaban, pero rápidamente se relajó al encontrarse con que no era otro que Sombra, el ganado del misterioso Merekar.

—Sombra, necesito tu ayuda, me persiguen.

—¿Quiénes?

—No lo sé, me andan buscando y puedes estar seguro de que no son enviados por Lerek.

Sombra lanzó una mirada atenta a los alrededores y volvió sus ojos sobre Arlet, que era apenas más baja que él.

—Debes ir al templo del Dios Plateado, señor de las estrellas. Sigue esta calle por dos cuadras y luego dobla a la derecha, allí te encontrarás con el templo del dios.

Luego de estas palabras Sombra pasó junto a Arlet y se perdió entre las sombras del túnel tras ella. La joven no perdió tiempo y comenzó a ir hacia donde le había señalado aquel enigmático joven.

Así, Arlet llegó ante un gigantesco templo de piedra que descansaba sobre un zigurat en miniatura. En su fachada, el templo tenía grandes columnas enchapadas en plata, y sobre la superficie delantera del techo del pórtico había estrellas de zafiro y diamante, que representaban la vía láctea. El edificio era espectacular por donde se lo mirase, pero había un problema, sus grandes puertas estaban cerradas.

Arlet subió las escaleras del zigurat y comenzó a tocar las gigantescas puertas con fuerza, esperando que alguien respondiera; pero nadie salió a recibirla, ni le prestó atención a la conmoción. La joven se dio vuelta entonces, encontrándose con que en la plaza frente al templo se habían formado unos treinta y dos hombres encapuchados y armados con espadas cortas que relucían bajo la luz de la luna, habían rodeado la base de la escalera del templo.

—Ya no tienes a dónde ir —dijo uno de los dos hombres que encabezaba la formación, un sujeto alto y de ancha espalda—. Supimos que vendrías aquí cuando nos reportaron que no estabas en tu cuarto... por suerte te atrapamos antes de que ingresaras al templo ¡Ríndete ante mí, ganado de Lerek, y te garantizo tu seguridad y tu vida!

—¡No le pongas ni un dedo encima a mi ganado, perro de la corte!

Arlet reconoció esa voz orgullosa y cargada de autoridad enseguida, era Lerek.

—¡Careces de la autoridad y las razones para estar aquí! ¡Lárgate o sufre las consecuencias!

Lerek apareció entonces por el flanco derecho de la formación de los enviados del Emperador y comenzó a abrirse paso entre estos como si ellos fueran ceda y él fuera una filosa tijera, cortando y arrancando miembros y cabezas con una facilidad y velocidad claramente sobrenaturales. Sus movimientos eran borrosos para Arlet, a quien le costaba mantener dentro de su visión al veloz y brutal Lerek, lo que sí podía ver eran los pedazos que volaban por los aires por allí por donde pasaba Lerek.

Por unos diez segundos volaron brazos, piernas y cabezas por doquier, deteniéndose la masacre solo cuando los enviados del Emperador impusieron ante Lerek un muro de escudos redondos que él, solo, no podía atravesar a mano limpia.

—Lerek de Latinum —dijo el hombre alto y ancho que claramente mandaba entre esos hombres—, ¡será un honor enfrentarme a ti en combate!

—Verás que no soy fácil de vencer, perro de la corte.

Pirámide de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora