La vieja aristócrata, Desgraciada desde hacía casi cien años, caminaba por las lodosas calles de la ciudad costera en ruinas mientras el sol se ponía en el mar al oeste; ya nadie vivía allí, ni Comunes ni Aristócratas, ni una sola alma había pisado esa tierra en siglos, y esta era considerada parte de los Grandes Bosques, las tierras salvajes que le pertenecían al Emperador.
Aquella ciudad había sido en el pasado una bulliciosa urbe humana, un puerto que conectaba los imperios de las Tierras Lejanas con el Imperio Galoromano. Aún se podía visitar la colapsada estación de trenes de la ciudad, dónde descansaba un tren abandonado que jamás volvería a andar.
Fue en eso que la anciana escuchó movimiento dentro de una casa en ruinas a su derecha y, lentamente, desenvainó una espada curva, que llevaba envainada en su cintura. Tal vez fuera una Desgraciada, pero conservaba sus habilidades marciales con la espada, en su época de Gracia había sido una orgullosa y diestra comandante de los ejércitos Imperiales que asolaron Grecia, la península de los Italianos y, por último, las tierras celtas. Todo eso para terminar siendo descastada cuando sugirió que se perdonara a los Comunes que habían sido arrastrados a un complot contra el Rey al que ella servía.
—¿Quién anda ahí?
La respuesta vino en un lenguaje que no pudo entender, algo raro para ella, puesto que era fluida en más de cien idiomas. En la voz masculina proveniente de la ruina pudo detectar un deje de latín, pero más allá de eso no pudo entender realmente qué decía.
Rápidamente, exprimiendo todas sus fuerzas, la mujer se lanzó al interior de la vivienda en ruinas, encontrándose con un joven humano vestido con una remera y unos pantalones camuflados. La Aristócrata no había visto nunca esos patrones de colores en ninguna vestimenta, pero se dio cuenta claramente que serían útiles para confundir a enemigos que estuvieran a cierta distancia.
El humano balbuceó algo, claramente asustado, pero ese algo no le importó a la Aristócrata. Frente a ella había un humano, un ser de sangre roja, un ganado ¿Qué hacía tan lejos de una ciudad? ¿Cómo había llegado allí, a las ruinas de la costa gala? ¿Acaso había escapado de su dueño?
Fue en eso que a la Aristócrata le atacó una sed insaciable, deseaba la sangre de aquel ganado, deseaba reavivar su Gracia. Haciendo uso de todas sus fuerzas la Aristócrata se abalanzó sobre el humano, aplastándolo contra la pared de la casa en ruinas, lanzándole una mordida directo al cuello.
La Desgraciada esperaba encontrarse ante imágenes de una vida miserable bajo un Aristócrata sádico, así como con los detalles del escape del ganado, pero, en su lugar, se encontró con imágenes de un mundo moribundo, de una tierra chamuscada por el fuego de mil soles y unos magos cosechando todo el poder restante de este mundo para abrir una puerta.
La aristócrata se alejó del humano, que cayó al suelo completamente entumecido.
—¿¡Qué carajo eres, un vampiro!?
La Aristócrata, que había recuperado su gracia, miró al humano, al cual ahora entendía.
—¿Quién eres?
Lerek regresó a Cartago Nova y fue directo a ver a sus aliados. Todos estaban haciendo guardia frente a la Casa de Recuperación dónde habían internado a Arlet, la cual estaba en el ala de cuidados intensivos de la Casa.
—¿Cómo está mi ganado? —preguntó Lerek.
—Los médicos de humanos nos han dicho que está grave —respondió Zeras—, que no pueden hacer ningún pronóstico hasta pasado mañana. Por ahora la están alimentando y rehidratando, así como atendiendo a sus heridas.
—¿Algún problema con las autoridades locales?
—No —contestó Merekar—, hasta ahora creen que somos un ferry turístico que va hacia las costas occidentales de la Galia y las costas del norte de Hispania. Nuestra coartada especial es que se descontroló una fiesta a bordo de la nave.
—Perfecto, que sigan pensando eso, no quiero que le comuniquen nada a Dido, ella es un peligro para nosotros.
Lerek estaba sediento, pero no sediento de bebida, sino sediento de sangre humana; su Gracia era una llama poderosa, pero como toda llama poderosa esta consumía su combustible rápidamente. El Milagro de Rómulo era una carga muy pesada de llevar, especialmente con sangre rebelde, y si no tenía cuidado se quedaría Desgraciado en menos de una semana.
—Volveré al barco... les encargo el cuidado de mi ganado.
—Como digas, Lerek, aquí estaremos —sonrió Yafar confiadamente.
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Pirámide de Sangre
VampireLerek, un vampiro de la más alta casta aristocrática, ve su corona usurpa por un aristócrata rival, lo cual lo lleva al exilio en Nueva Babilonia. El antiguo rey de Latinum debe ahora acomodarse a su nueva realidad y asumir que es y será un Desgraci...