Una Tierra con futuro

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La crisis de Taiwán había sido abortada a último momento por un esfuerzo diplomático sin precedentes en la historia de la humanidad, decían los noticieros. En una discusión maratónica que incluyó a los líderes de China, Estados Unidos, la Unión Europea, Japón y Rusia, entre otros, las potencias habían sido capaces de desmantelar el aparato bélico que se había puesto en marcha meses atrás.

Arlet, joven oriunda de Dubái, miró aliviada las noticias y con un peso menos en su pecho acudió a sus clases en la universidad. Luego salió con sus amigas a un McDonald y, finalmente, regresó a su casa para encontrarse con que un futuro sobre la Tierra era posible.

La joven estaba comiendo una maravillosa cena con su familia cuando comenzó a llorar, sintiendo en su hombro izquierdo un dolor particular.

—Eres mía —susurró una voz.

Arlet se puso de pie rápidamente y se dio media vuelta, viendo allí a Lerek, delgado como un esqueleto y alto como un minarete, que la observaba con su sonrisa arrogante y victoriosa. La presencia de aquel aristócrata hizo desaparecer el mundo celeste y luminoso que se había formado alrededor de Arlet, el cual se convirtió en un lugar rojizo y moribundo.

La Gran Guerra por Taiwán sí había tenido lugar, las charlas entre las potencias no habían hecho más que añadir leña al fuego y las potencias arrojaron todos sus recursos en la que sería la última gran acción bélica de la humanidad. El mundo era una ruina, todo estaba destruido, y el futuro estaba perdido. A la raza humana solo le quedaba una oportunidad para escapar de su sentencia de muerte, y eso era escupir en la cara a Dios y romper las reglas que había puesto para impedir que su dimensión estuviera en contacto con otras.



—¡...Y ese es mi plan! —exclamó Niq golpeando la mesa de la taberna en la que estaba sentada con Lyra.

Lyra miró a Niq y a su ganado, Travis, completamente incrédula. Lo que acababa de escuchar era una locura, una completa locura, pero ese era el sueño de las Colonias, el sueño que todo aristócrata exiliado, que todo amante de la antigüedad, que todo amante de la humanidad y su particular carisma, tenía y atesoraba en el exilio.

—¡Cuente conmigo! —dijo la técnica enérgicamente—. Pero tenemos que andarnos con mucho cuidado... hay rumores preocupantes sobre el rey de Latinum y sus allegados.

Niq había estado casi un siglo fuera de los reinos como para haberse enterado de nada, la verdad era que ella había estado esperando que todo siguiera igual, como era habitual en los reinos del Emperador.

—¿A qué te refieres?

Lyra se puso seria.

—Se dice que el Rey tiene una sonrisa de colmillos.

Niq se turbó y se movió en su silla, impactada por la noticia. Travis, por su parte, desconocía por completo el significado de lo que Lyra acababa de decir, a lo sumo en su mente picaba la sensación de que ya sabía de lo que hablaban, pero ese conocimiento estaba encerrado en los mares de saber que le había pasado Niq con su sangre.

—¿Qué significa eso? —preguntó Travis finalmente.

—Significa que nuestra empresa será más difícil de lo que pensé —dijo Niq mirando de reojo a su ganado.



Arlet se despertó, a su alrededor estaban tendidas las cortinas semitransparentes de la Casa de Recuperación. Estaba en el ala de Cuidados Intensivos otra vez, y no tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado.

—No te muevas bruscamente, estuviste dormida por dos días.

La voz sonaba familiar, era... sí, no cabía duda, era la voz de Sombra. El joven estaba sentado junto a su cama, en una silla de madera, contemplando uno de los cuchillos que siempre llevaba consigo a todas partes, estando siempre preparado para defenderse o defender los intereses de su amo.

—¿Qué pasó? —preguntó Arlet con una voz rota y dolorosa.

—Por lo que nos contó Lerek te rebelaste contra él, a tal punto que rechazaste su beso como lo habría hecho un humano previo a la Conquista... ¿Cómo lo hiciste?

Arlet no pudo contentar, estaba agotada, sus ojos se cristalizaron y solo pudo llorar, grandes lágrimas comenzaron a rodar por su cien y hacia su cabello. Sombra la miraba con intriga y, de forma que solo un experto podría notar, con cierto respeto.

Pasó un día más hasta que Arlet pudo tenerse en pie, momento en que subió junto a Lerek y los demás a su barco a vapor para zarpar hacia el noroeste, bordeando la costa del sur de la Galia, hacia una ciudad llamada Massalia. Las gentes de Cartago Nova no pudieron hacer más que suspirar con alivio la partida de aquel extranjero que, unos días antes, había privado a la ciudad de su mejor duelista.

Fue en eso, mientras el barco zarpaba y todos observaban, que el notario de la ciudad vio iluminada su mente ¡Ese que se estaba yendo era Lerek de Latinum, el hombre que la Reina Dido estaba buscando por todo el Mediterráneo Oriental! Sin perder tiempo el anciano volvió a su zigurat y mandó una paloma mensajera a Cartago diciendo que Lerek había zarpado hacia Latinum, con dirección a, probablemente, Massalia.

Pirámide de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora