Lerek y su séquito fueron personalmente a buscar sus ganados una vez cayó la noche; a estos no los sacaron ni en palanquines ni con escolta, sino lo más discretamente posible, intercambiando la menor cantidad de miradas con los guardias y vigías del Barrio de las Delicias y saliendo del mismo en silencio. Así el séquito y su amo, todos encapuchados, se abrieron paso por las calles atiborradas de la ciudad de Cartago y se dirigieron al puerto, dónde los esperaba la nave a vapor, nuevamente llena de Comunes con experiencia en el manejo de naves semejantes.
Fue en eso que entre ellos y el puerto se alzó una alta pared de escudos rectangulares. La guardia de la ciudad, armados con escudos mágicos y filosas lanzas, les cerraba el paso. Entre estos y Lerek y su séquito se encontraba Sarik, armado con una espada curva y un escudo redondo pequeño.
—¿A dónde van sin la autorización de Dido? —preguntó Sarik.
—Apártate Sarik, y diles a tus hombres que formen un pasillo de honor para mí y para mi séquito, o los asesinaré a todos.
—Sabes bien que una pared de escudos mágicos es más que suficiente para detenerte incluso a ti. No pasarán...
Lerek, en respuesta, desenvainó la espada de Rómulo y la agitó en dirección a la guardia de la ciudad. A último segundo, siguiendo su instinto, Sarik pegó un salto hacia el techo de un edificio cercano. Los escudos que habían estado detrás de él se partieron, y los cuerpos de los guardias fueron limpiamente partidos en dos; el centro de la formación de escudos se había roto por completo, su magia deshecha, y los cadáveres de los soldados se encontraban desperdigados a lo largo de la calle hasta el muelle.
—¿¡La espada de Rómulo!? —preguntó atónito Sarik, viendo desde la seguridad del techo la masacre que Lerek había perpetrado—. ¿¡Te atreves a usar semejante arma contra tu propia especie!?
—Lo que sea por retomar mi trono, Sarik —contestó Lerek.
Sarik saltó desde el techo directo hacia Lerek, pero en su camino se interpuso Yafar, puños cerrados, listo para combatir.
—¡Quítate! —ordenó Sarik, lanzando un golpe con su espada.
Yafar evadió fácilmente el ataque, contraatacando inmediatamente después con un gancho izquierdo, ataque que se chocó contra la hoja de la espada de Sarik, que rápidamente se había defendido.
—¿Puños de acero? ¡Tendrías que usar un arma para vencerme!
—¡Mis puños son más que suficientes!
Otro puñetazo voló, pero Sarik logró evadirlo, retrocediendo unos pasos y preparándose para luchar. Fue en eso que detrás del aristócrata surgió Merekar, listo para apuñalarlo. Pero entonces alguien más apareció en escena, bloqueando el ataque de Merekar, era Drakón, aquel hombre regordete que lo había transportado en su barco días atrás. Éste se interponía ahora entre Merekar y su blanco, blandiendo una maza y un escudo redondo pequeño.
—Deberías cuidar tu espalda, Sarik —dijo el hombre.
Entonces una lanza de sangre voló en dirección a ellos, Zeras había entrado en combate, pero su lanza fue destruida a medio camino. Carim, el otro capitán de la flota cartaginesa, estaba ahora allí, blandiendo una lanza y un gran escudo redondo.
Lerek torció su gesto en una expresión de irritación, simples siervos de Dido se interponían en su camino, y eso no lo toleraría. Sin esperar más marchó hacia estos capitanes, listo para hacerlos pedazos, cuando ante él apareció Dido, vestida con una armadura y armada con dos espadas mágicas.
—No puedo dejar que dañes a mi séquito, ¿qué diría el mundo si dejara que algo así pasara?
—Apártate, Dido.
—No, me enteraré de dónde sacaste a ese ganado tuyo, esta mañana no hiciste nada más que mentirme, jamás te pensé capaz de escupir tantas mentiras sabiendo de lo que mi Milagro es capaz.
—¡Entonces tendré que deshacerme de ti también!
Lerek se abalanzó sobre Dido, sus espadas chocando las unas contra las otras, encargándose Dido de que la espada mágica de Lerek no lanzara ninguna honda cortante ni contra ella ni contra sus aliados.
Los ganados del séquito de Lerek supieron que debían seguir adelante, hacia el barco de vapor. Arlet los siguió, abriéndose paso entre los cuerpos sin vida de la guardia de la ciudad. Ya estaban por abordar el barco cuando alguien apareció detrás de Arlet.
—Quieta ahora... —le susurró una voz femenina.
Lerek logró desarmar a Dido, la cual cayó al suelo. Luego, con un rápido movimiento, el aristócrata atravesó el pecho de su rival con su espada, pero el cuerpo de Dido no se convulsionó de dolor, sino al contrario, la mujer sonrió victoriosa. Entonces, la figura de Dido se volvió espesa, y se deshizo en un charco de sangre.
—¡Una marioneta de sangre! —gritó Lerek incrédulo, dándose cuenta entonces que lo habían embaucado, Dido no estaba allí.
Dido estaba detrás de Arlet, a quien sostenía delicadamente, impidiéndole abordar su barco. Todo había salido como lo planeó: su marioneta de sangre había distraído a Lerek, y sus comandantes a su séquito. Ahora solo tenía que morder al ganado del pretendiente de Latinum.
Sin miramientos, Dido lanzó su mordida sobre el hombro derecho del ganado, atravesando la túnica y la piel de la joven sin piedad. El sabor metálico mezclado con la textura de la tela era un sabor un tanto extraño, estando Dido acostumbrada a las mordidas limpias que le ofrecían sus ganados, pero no estaba haciendo esto por el gusto, sino por el conocimiento.
Fue entonces que lo vio: el mundo en ruinas, el mundo moribundo, el éxodo de los exploradores, los que fueron dejados atrás, aquellos que aún esperan la señal. De repente la sangre se cortó, su mordida había sido arrancada de golpe, desgarrando la piel del ganado del que se estaba alimentando. Detrás de ella, tomándola de los pelos, estaba Lerek, que la arrojó por el aire con todas sus fuerzas hacia un edificio del muelle.
Arlet cayó desvanecida, adolorida, y Lerek la atrapó antes de que se desplomara en el suelo.
—¡Aliados míos! ¡Rápido, al barco! ¡Marineros, sáquennos de aquí!
Zeras lanzó rápidamente una lluvia de agujas de sangre cristalizada, las cuales obligaron a sus enemigos a retroceder. El ataque no era particularmente peligroso, pero era molesto a más no poder. Ahora liberados, Zeras, Yafar y Merekar pudieron replegarse hacia el barco, al cual tuvieron que saltar desde el muelle puesto que este ya había zarpado.
Una vez todos estuvieron a bordo del barco vieron a Arlet, estaba toda empapada en sangre, sangre que brotaba de una profunda herida en su hombro derecho.
—¡Rápido! Hay que parar el sangrado —dijo Zeras, acercándose a Arlet.
Los comandantes de Cartago se acercaron a su reina, la cual los apartó a todos cuando estos trataron de ponerla de pie.
—¡Tenemos que atraparla! —exclamó Dido con una gran sonrisa.
—¿A quién? —preguntó Sarik.
—¡Al ganado de Lerek! ¡La quiero! ¡Quiero todo lo que es, quiero todo lo que puede ser! ¡Preparen los barcos y alisten a las tropas! ¡Vamos a perseguirlos de inmediato!
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Pirámide de Sangre
VampireLerek, un vampiro de la más alta casta aristocrática, ve su corona usurpa por un aristócrata rival, lo cual lo lleva al exilio en Nueva Babilonia. El antiguo rey de Latinum debe ahora acomodarse a su nueva realidad y asumir que es y será un Desgraci...