Las sombras de Latinum

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El tren se detuvo en unas cuantas estaciones en el camino a Nueva Jerusalén, subiéndose y bajándose pasajeros en cada parada, renovando así el elenco de personajes que estaban en los vagones del expreso mesopotámico. Había vampiros de todas las culturas, desde estoicos espartanos hasta extravagantes asiáticos de la tierra de la ceda, y si uno buscaba un poco en las cabinas de descanso hasta se podía encontrar con místicos de Egipto y magos de Persia.

Finalmente el manto de la noche alcanzó al tren y, entonces, Lerek le sonrió a su séquito, que estaba a su alrededor, aún en el vagón comedor dónde habían hecho el juramento de sangre, suceso que ya había sido casi olvidado por los demás pasajeros.

—Estén alertas —dijo Lerek sin borrar la sonrisa de su cara—. Se han subido a este tren unas Sombras de Latinum, seguro están aquí para matarme ahora que recuperé mi Gracia y supongo una amenaza para su rey.

—Eso explica la aparición de arañas sin red —murmuró Merekar mirando con sus ojos aguileños a una esquina del vagón, dónde había una pequeña araña negra acurrucada—, nos estaban buscando, y nos han encontrado.

—Igual no pueden hacer nada —dijo Yafar relajándose en su sillón—, hay demasiados aristócratas en este vagón, si intentan algo estarán rompiendo la Paz del Emperador frente a todos.

—¿Crees que eso los detendrá? —preguntó Lerek sonriendo—. Te falta experiencia en intrigas palaciegas. La Paz del Emperador guarda silencio cuando peligran las joyas de la corona.

En ese momento unos dos hombres, vestidos con túnicas negras, se abrieron paso entre los aristócratas del vagón y se abalanzaron sobre Lerek portando dagas mágicas en sus manos, pero su objetivo ni se inmutó, permaneciendo sentado cómodamente en el sillón pese a haberlos visto acercarse.

Yafar fue el primero en reaccionar, saltando de su asiento y deteniendo a uno de los hombres en seco, atravesándole el rostro con su mano derecha extendida como una espada, saliendo esta por la nuca del sujeto. Al mismo tiempo, el otro asesino fue desarmado por una hábil maniobra de Merekar, que le arrebató la daga al asesino y se la clavó hasta el mango en la garganta. Zeras sonreía, relamiéndose los labios de la emoción, aquella batalla la había sorprendido en el buen sentido.

—Muy bien —sonrió Lerek, aplaudiendo lentamente—, serán un buen séquito con el que recuperar Latinum.

Merekar, con ojos concentrados y calculada frialdad, sacó su mano del rostro de aquel enemigo muerto, que cayó seco al piso. Todos los aristócratas que se encontraban en el vagón comenzaron a murmurar escandalizados por el intento de asesinato y la pequeña y breve batalla que había tenido lugar en el tren de su Excelencia, el Emperador del Mundo.

—Me parece que será mejor que nos bajemos en la siguiente parada —dijo el joven vampiro sacudiendo la sangre de su mano.

—No, aunque aún queden alimañas en este tren pienso llegar a la capital usando estos vagones, no pienso llegar a pie como un Común sin recursos.

—Como digas, tú eres nuestro señor, tu voluntad es ley.



En una cabina de pasajeros de la sección reservada para la aristocracia iba sentada una dama vestida con un largo vestido azul oscuro. Su cabello era largo y lacio, de un color azulado, y sus labios estaban resaltados con un labial color rojo sangre. Su piel era pálida, más su color era medio marrón, y sus dedos eran largos y delicados, como las patas de una araña.

—Así que ya encontraste aliados, Lerek —dijo la mujer que, usando magia, veía todo a través de los ojos de cien arañas—. No importa, tu ganado no llegará viva a su destino, mis hombres se encargarán de ello... después de todo... ¿Qué es un pretendiente al trono sin Gracia ni ganado?

Pirámide de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora