Lerek vio el puerto de Cartago Nova en el horizonte, una joya blanca en la costa mediterránea de Hispania. Su puerto era grande y espacioso, plagado de grúas y pasarelas, y, en él, decenas de barcos de todos los tamaños atracaban regularmente para cargar y descargar mercadería: muchos venían desde las Tierras Lejanas, llenas sus bodegas de chocolate, frutas, verduras, tintes de colores, plumas, animales exóticos y metales preciosos; algunos otros proviniendo del levante, deseosos de llevarse las tan preciadas mercancías de las Tierras Lejanas de vuelta al corazón del Imperio.
—En menos de una hora estaremos en Cartago Nova —le informó Merekar a Lerek.
—Perfecto. Ni bien atraquemos quiero que busquen una Casa de Recuperación para mi ganado.
—Entendido.
Lerek estaba preocupado, Arlet no había despertado y su cuerpo volaba en fiebre; perder a su ganado significaría un grave revés para sus planes. Pero lo peor de todo era que ahora debía cuidarse de Dido, quien, seguramente, sabía ya cuál era su plan, y, de seguro, quería detenerlo... o concretarlo ella misma.
El barco a vapor atracó en uno de los muelles de Cartago Nova y fue Merekar el primero en desembarcar, deslizarse hacia las calles de la ciudad, esquivando a los trabajadores del puerto, buscando con rapidez el Barrio de las Delicias, que encontró al cabo de un rato.
Lerek, por su parte, decidió moverse hacia la salida más cercana de la ciudad, abandonando esta sigilosamente, tenía otras cosas que hacer, y les había confiado el cuidado de su ganado a sus aliados.
Lerek caminaba a paso rápido por las colinas, atravesando así las tierras salvajes del interior de Hispania. El aristócrata pasó junto a ruinas cartaginesas, recordando así las batallas que libró contra los ejércitos romanos y cartagineses que ocupaban la región. Esos sí que habían sido días gloriosos, días en los que un Común podía aspirar a la Gracia, en los que los humanos aún corrían libres por los campos de Europa.
Fue así que encontró lo que estaba buscando, un antiguo altar, un monumento humano a los dioses de la región. Con mucho cuidado, el aristócrata abrió una herida en su mano izquierda y, ceremonialmente, dejó caer su sangre sobre aquel altar de mármol blanco.
—¿Qué deseas, Lerek? ¿Asesinar a todos mis acólitos no fue suficiente para ti? ¿Vienes acaso a burlarte del olvido al que se ha visto sujeto mi culto?
La voz provenía de todas partes, no era posible rastrear su origen. Lerek, entretanto, sonrió.
—Vengo por una funda para mi espada.
—Esa es la espada de Rómulo... así que buscas un modo de contener su poder cuando no la estás usando... ¿Tanto agota tu Gracia el tener esa espada contigo?
—El Milagro de Rómulo es exigente.
—¿Qué harás por mí para que te fabrique esa funda?
Lerek amplió aún más su sonrisa y le dijo al dios del lugar lo que haría, a lo que el dios, sin demora, se puso a trabajar en una funda mágica para la espada de Rómulo.

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Pirámide de Sangre
VampireLerek, un vampiro de la más alta casta aristocrática, ve su corona usurpa por un aristócrata rival, lo cual lo lleva al exilio en Nueva Babilonia. El antiguo rey de Latinum debe ahora acomodarse a su nueva realidad y asumir que es y será un Desgraci...