La batalla de Massalia

9 2 16
                                    

Lerek marchó junto a otros catorce aristócratas hacia la avenida principal de la ciudad. Allí estaban la mayoría de los hombres de la guardia, quienes formaban una falange de escudos y lanzas casi impenetrable.

—Pronto seré su rey —les dijo Lerek a los catorce aristócratas que estaban a su izquierda y a su derecha, como así también a los hombres de la guardia delante de él—, luchen bien y serán recompensados con ganados y sangre cuando la corona regrese a mi frente.

Los hombres de la guardia comenzaron a soñar con la Gracia, mientras que los aristócratas se regocijaron ante la idea de poseer ganado en abundancia. Lo que este hombre prometía era atractivo, y levantó la moral de todos los presentes.

Mientras tanto, Merekar marchó por su cuenta a la calle oeste del barrio de los zigurats y tomó posición junto a unos tres aristócratas, Yafar y Zeras, entretanto, fueron juntos a resguardar la calle este, formándose codo con codo con unos siete aristócratas locales.



Niq había logrado un acuerdo con los líderes de los rebeldes de Massalia: ella y su séquito les prestarían su ayuda y experiencia militar, y, una vez la nueva aristocracia estuviera asentada, les reconocería por decreto sus derechos y privilegios, siempre y cuando, obviamente, estos proveyeran a ella el apoyo militar en su campaña para tomar la corona de Latinum.

—¿Estás segura de esto? —le preguntó Travis a Niq.

—Es una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar... si ganamos tendremos el apoyo de la nueva aristocracia de Massalia.

—Y si perdemos corremos el riesgo de perder aliados irremplazables, como Lyra o Augusto.

—Ellos no morirán.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque les di órdenes explícitas de retirarse ni bien sospechen que la lucha no va a nuestro favor. Tú te quedarás a mi lado, no entraremos en combate, observaremos desde la retaguardia de la fuerza principal de los comunes, somos demasiado importantes como para ser capturados.

—¿Crees que los comunes logren atravesar las formaciones enemigas?

—Es posible que lo logren por la fuerza de sus números, pero la guardia de la ciudad es extremadamente disciplinada y sabe que sus vidas están en juego. Solo si somos extremadamente afortunados lograremos abrirnos paso directamente... nuestra mejor oportunidad está en derrotar a los aristócratas de la retaguardia y atacar a las falanges por su punto débil.

Travis guardó silencio y observó cómo los hombres y las mujeres de Massalia se encaminaban al campo de batalla... era solo cuestión de tiempo para que el destino arrojara la moneda al aire y decidiera al bando vencedor.



Lerek vio entre los hombros de la formación ante él a los comunes, estos venían desde el final de la calle, agitando armas caseras. Delante de estos iban los Agraciados, aquellos comunes devenidos en herejes que saltarían sobre la falange para intentar destruirla por la retaguardia... esto no sería una batalla, pensó Lerek, sería una masacre.

La muchedumbre de los comunes cargó, alzando estos sus armas, exponiéndose de la manera que solo los inexpertos se exponen a las armas enemigas al cargar. Mientras, la falange de la guardia aguantaba la posición, listos para la arremetida.

Los agraciados herejes pegaron el salto más alto que pudieron al estar a escasos metros de sus oponentes, pasando por sobre las lanzas y los escudos enemigos, listos para enfrentarse a los aristócratas del otro lado. Lerek recibió a tres de estos herejes, y los redujo a pedazos que apenas recordaban a un cuerpo ni bien estos tocaron el piso. Los demás aristócratas, por su lado, batallaron en con apenas ventaja a los herejes que cayeron junto a ellos.

Lerek estaba por ir a auxiliar a sus aliados cuando desde el otro lado de la falange saltó otra ola de agraciados enemigos, cosa que lo obligó a voltearse para defender su posición. Fue en eso que Lerek vio a uno de estos agraciados que se acercaban a él, era un hombre de poderoso porte, armado con una alabarda inmaculada hecha de puro bronce... pero lo que vio de este oponente fue su barba, una barba a la espartana, una barba que le recordó a mil y un batallas del pasado.

Ese sería el primero que asesinaría, ese sería el primero que caería de entre sus enemigos, ese fantasma de Esparta sería el primero que haría pedazos.

Cuando el alabardero aterrizó Lerek lo arremetió, atravesando la distancia que lo separaba de él en un segundo, pero las garras del pretendiente de Latinum se encontraron con el mástil de la alabarda, que las desvió a un costado.

Lerek tuvo que poner toda su energía en recuperarse de aquel revés, logrando retroceder justo a tiempo para esquivar el filo del hacha de la alabarda. Los demás aristócratas estaban ahora luchando en desventaja, sus enemigos eran muchos y atacaban todos al mismo tiempo, sin decencia ni honor. Lerek, por su lado, se había encontrado con alguien... "interesante" en el campo de batalla, alguien capaz de detener sus ataques.

—¿Quién eres? —preguntó Lerek—. Tus ojos brillan con fuego y pasión.

—¡Mi nombre es Augusto!

—¿Usas un nombre romano? ¿Acaso no guardas orgullo por tu origen?

—Mi origen es romano, espartano, ateniense, cartaginés y galo, no comparto nada con el Emperador y las tierras de Sumer y Acad.

Lerek comenzó a reír.

—¿¡Usas los nombres de civilizaciones muertas y olvidadas!? ¡¿Acaso eres un Apostata?! ¡Yo soy Lerek de Latinum! ¡Y me encargaré de que-!

La alabarda de Augusto voló hacia Lerek, interrumpiéndolo; su usuario había cambiado de expresión, ahora se lo veía furioso. Lerek tuvo que retroceder un par de pasos para hacer distancia, encontrándose con que su enemigo iba ciegamente por su cabeza.

—¡Lerek de Latinum! ¡Me enfrenté contra ti en el asedio de Roma! ¡En nombre de Rómulo y de Remo, en nombre de Aníbal Barca! ¡En nombre del gran Versingétorix! ¡En nombre de Leónidas! ¡Yo, la Alabarda del Sol, te eliminaré de este mundo!

El alabardero cargó y descargó un ataque poderoso sobre su oponente, el cual lo detuvo sin problemas haciendo uso de su espada, la cual aún llevaba envainada. Lerek miró a su rival y le sonrió.

—Tendrás que tratar un poco más para hacer lo que dices... Apóstata.



Yafar estaba peleando a puño limpio contra los herejes que habían caído junto a él, eliminándolos de uno en uno, mientras que Zeras, hacía uso de su magia de sangre, asesinaba a sus enemigos antes de que estos tocaran el suelo. Fue en eso que Yafar vio una fugaz silueta descender junto a él, la cual le lanzó un puñetazo al estómago que lo levantó unos centímetros en el aire, dejándolo sin aliento.

—¡¿Qué-?!

Su oponente respondió con otro puñetazo, esta vez dirigido a su rostro, el cual lo mandó a volar unos metros por el aire. Sin embargo, Yafar logró caer de pie, aprovechando la distancia para recuperar el aliento y ver a su rival. Ésta era un mujer, una hermosa mujer, de espalda ancha y brazos de... ¿bronce? No cabía duda ¡Ella era una técnica!

—¡Técnica! —dijo Yafar refregándose la mejilla dónde había recibido el segundo golpe—. ¡Estás un poco lejos de las Colonias!

—Estoy dónde me trajo el destino —respondió la mujer, pegando pequeños saltitos mientras relajaba los brazos pero mantenía una postura de combate.

Yafar quedó cautivado ante el aura de rudeza que despedía aquella joven mujer, no era nada como los herejes con los que había estado luchando hasta recién.

—Mi nombre es Yafar, y debo decir que golpes como el tuyo solo he recibido de mi padre y mi hermano. Dime tu nombre, cosa de que no lo olvide mientras te arranco la cabeza.

—Sigue soñando, cuna de oro, la única cabeza que abandonará su cuerpo es la tuya... pero supongo que decirte mi nombre no cambiará nada así que aquí lo tienes: mi nombre es Lyra de las Colonias, y te haré pedazos.

Pirámide de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora