Una Vida

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Todo mundo quedó paralizado en la plaza, Shuripak estaba muerto, el campeón y defensor de la ciudad de Cartago Nova había caído en manos de un extranjero. Los Aristócratas intercambiaban miradas de preocupación, mientras que los Comunes intentaban procesar lo que acababa de pasar ¿Acaso este extranjero planeaba despojar a su ciudad del honor y gloria recibida de los grandiosos torneos de Cartago?

Lerek, sin ceremonia ni respeto, retiró su brazo del interior de su oponente y lo dejó caer inerte al suelo. La luz se había ido de los ojos de Shuripak, y su oponente lo miraba con una gran sonrisa, una sonrisa demoníaca de victoria absoluta.

A Lerek, por suerte para los sentimientos del pueblo allí reunido, no le importaba proclamarse victorioso y tomar la Gloria de la ciudad para sí, no, estaba interesado en otra cosa.

—Ahora iré por mi premio —sonrió Lerek.



Arlet estaba despierta, sentada en un banco de piedra del jardín interno de la Casa de Recuperación. A su lado estaba Ganado, sus vendajes seguían envolviéndola del pecho para arriba, pero ahora podía moverse, el dolor ya no la incapacitaba del todo.

—Esa es la serpiente —dijo Ganado señalando un punto en el cielo.

Arlet miró en esa dirección y allí la vio, clara como un dibujo, a la serpiente. Era mucho más fácil ver las formas de las constelaciones sin la contaminación lumínica propia de su mundo, entendiendo ahora cómo era que los marineros de la antigüedad se ubicaban en alta mar.

—¡Y allí está la corona!

Arlet no tuvo que ver mucho más allá del dedo de Ganado: cinco estrellas brillaban más que el resto, claramente las joyas de la corona, y a su alrededor se juntaban decenas de puntitos menos brillantes que formaban el cuerpo de aquella obra maestra de orfebrería estelar.

A Arlet le seguía pareciendo una maravilla el poder ver las estrellas y la vía láctea tan claramente, era un deleite que nunca antes había podido disfrutar.

—Me sorprende que no sepas las constelaciones ¿No te las enseñaron en tu Granja?

—Para nada —respondió Arlet—. Ja, ja, mira esas estrellas, parecen un conejo.

Ganado miró en la dirección que señalaba Arlet y vio que, efectivamente, esas estrellas parecían un conejo.

—Veo que por lo menos tienes imaginación —sonrió Ganado.

Arlet le sonrió a Ganado, quizá no tenían muchas cosas en común para hablar tendidamente durante horas, pero lo que hablaban siempre era divertido: hechos históricos graciosos o extraños, rumores y noticias sobre divertidos malentendidos o escandalosas relaciones, cuentos populares y chistes que Arlet no llegaba a entender del todo pero igual le daban risa, en fin, mil y un cosas que hablaron durante su estadía en el ala de cuidados intensivos de la Casa de Recuperación.

En eso, mientras buscaba formas en el cielo, Arlet sintió un escalofrío y, rápidamente, volteó, mirando sobre su hombro. Allí, entre los arbustos, se encontró con Lerek que, alto y con los ojos bien abiertos, las miraba a ambas, con una sonrisa llena de arrogancia.

—¿Qué hacen despiertas a esta hora, ganados míos?

Ganado volteó, encontrándose con Lerek, pero no fue intimidada por el Aristócrata, sino más bien sintió curiosidad.

—Mi amo es Shuripak —contestó con una sonrisa.

—No más, Shuripak murió hoy y según nuestro acuerdo ahora eres mía.

Ganado abrió los ojos como platos, volviéndose estos cristalinos y llorosos rápidamente.

—¿Cómo? —preguntó con voz rota la joven.

—Shuripak ha partido de este mundo, en estos momentos debe estar cruzando el río con el barquero.

Ganado comenzó a sollozar, cayéndole grandes lagrimones por las mejillas.

—Vengo a reclamar mi premio —sonrió Lerek—. Me quedaré con tu Vida.

Ganado se sobresaltó.

—¿Cómo que con mi vida? Aún me quedan muchos años hasta que esté madura para la cosecha...

—Serás una Vida inmadura y de escasa calidad, sí, pero me serás más útil como Vida que como ganado.

Lerek cortó la distancia que lo separaba de las muchachas y tomó a Ganado por los hombros, haciéndola tenerse de pie frente a él. Arlet estaba en shock, sentada, mirando todo; lo que acababa de escuchar lo entendía poco, pero lo entendía: Lerek estaba por alimentarse de esa niña hasta dejarla seca, absorbiendo con su sangre su Vida, su... ¿alma?

Lerek limpió una lágrima de la mejilla de Ganado y luego descendió sobre el cuello de ella, pero antes de llegar a clavarle los colmillos Arlet pegó un grito:

—¡Espera, Lerek! ¡No lo hagas!

Lerek se detuvo a escasos milímetros de Ganado y se retiró lentamente de su cuello, mirando a Arlet con una sonrisa divertida.

—¿Qué? —preguntó Lerek.

Arlet no podía soportar la idea de ver morir a esa joven, imágenes de sus interacciones durante su estadía venían a su mente.

—Si la dejas vivir te daré lo que siempre has querido... —dijo Arlet—. Te daré mi sangre de forma voluntaria.

Lerek abrió bien sus ojos, destellando el rojo en estos.

—¡Ja, ja, ja, ja, ja! —río Lerek—. ¿Acaso tienes idea de cómo dar tu sangre de forma voluntaria? No tienes idea, no es algo que puedas dominar, tu alma, tu mente y tu cuerpo son rebeldes por naturaleza, no eres como el resto de los ganados de este mundo. A ellos los crían desde que la chispa de la consciencia se encendió en sus mentes para ser comida, a ti, en cambio, te criaron para ser humana ¡Y eso le da a tu sangre un sabor que incluso tomado a la fuerza es delicioso!

Lerek sonrió y, de golpe, descendió sobre el cuello de Ganado, perforando su piel con sus afilados colmillos, sorbiendo con fuerza y salvajismo hasta que, del mismo modo violento y sin miramientos, se alejó de la joven, que cayó inerte al suelo, sus ojos congelados en una expresión de horror y shock. Arlet se había olvidado de que fue así como se alimentó Lerek la primera vez que la vio, pero incluso entonces se habían mostrado delicado y con gran tacto a la hora de hundir sus colmillos en su hombro.

—¿La... las has matado? —preguntó Arlet, paralizada.

—Por supuesto, no era un ganado de calidad. Comparada a ti ella no valía ni media corona.

Lerek se acercó a Arlet y con su mano derecha le hizo levantar el mentón, haciendo que estirara el cuello hacia la derecha, exponiendo su costado izquierdo. Luego, lentamente, Lerek descendió sobre ella, mordiendo delicadamente en el mismo lugar de siempre.

Arlet lanzó un grito de dolor, esta vez la mordedura le parecía especialmente dolorosa, no sintió el típico entumecimiento, sino una sensación ardiente y ponzoñosa, como la mordida de una serpiente. Lerek, en respuesta al grito de su ganado, le tapó la boca y siguió sorbiendo su sangre hasta que, finalmente, Arlet perdió el conocimiento.

Pirámide de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora