La disculpa del Emperador

13 3 7
                                    


Los hombres de la guardia imperial persiguieron a Issa y Ashe por el crimen de romper la paz del Emperador, pero no pudieron atraparlos, escapándose estos dos aristócratas del Barrio de las Delicias tras pegar un salto sobre la muralla del mismo, cayendo en las calles alborotadas de los barrios de la Aristocracia, donde eran inmunes a cualquier persecución por ley, siendo solo el Emperador quien podía ordenar detener a alguien que estuviese en esa parte de la ciudad.

Lerek se acercó a Arlet, su figura alta y delgada le hacía parecer a un ser salido de una pesadilla, y le sonrió, mostrándole sus afilados colmillos.

—¿Te encuentras bien, mi precioso ganado?

—Detesto que me digas "ganado".

—¿Prefieres tu nombre humano, Arlet?

—Por supuesto...

—¿Me darás tu sangre voluntariamente si te llamo de esa forma?

—Jamás...

Hubo un silencio unos segundos entre los dos, la luz de la luna destellaba sobre la armadura ensangrentada de Lerek, que estaba empapado en sangre de pies a cabeza.

—Extraño que no entraras al templo —dijo Zeras, que acababa de ascender las escaleras del zigurat y se posicionó a la derecha de Lerek.

—Está cerrado —le contestó Arlet con tono irritado.

—Su puerta principal está cerrada, sus puertas laterales están abiertas. Si hubieras entrado hubieran puesto bajo sitio y estricta vigilancia el templo, pero no hubiera sido necesario este baño de sangre.

Lerek estaba quieto ante Arlet, ignorando a Zeras, sonriendo como un demonio, goteando sangre su vestimenta bajo la armadura. Arlet sentía todo su cuerpo gritándole que escapara, que se marchara de ese lugar, pero luchó contra sus instintos y se quedó, sabía tanto que no había escape como que esto sería más peligroso que quedarse.

—Tu cuerpo ya sabe lo que quiero —dijo Lerek sin borrar su sonrisa—, por eso estás nerviosa...

El cuerpo de Arlet respondió a estas palabras dando un paso atrás, topándose con las puertas cerradas del templo. Arlet sabía lo que le esperaba... dolor, mareos, náuseas, entumecimiento, pérdida del conocimiento. Lerek no tardó ni un segundo en reclamar lo que él creía suyo, adelantándose hasta Arlet, inmovilizándole un brazo con una mano mientras con la otra le corría la parte de su túnica que le cubría el hombro izquierdo. Arlet no podía resistirse a la fuerza del vampiro, que descendió sobre ella con rapidez, clavándole los colmillos en exactamente el mismo lugar de siempre, succionando su sangre mientras su magia hacía efecto en el cuerpo de la joven, que se sentía debilitada y anestesiada, con una insoportable incomodidad en el lugar dónde se habían clavado los colmillos del vampiro.

—¿No la tienes domada aún? —preguntó Zeras sorprendida—. ¿Debes forzarla para que te alimente? Vaya, eso no me lo esperaba.

Arlet no podía hacer más que transformar su cara en una llena de rabia y dolor y, lentamente, perder el conocimiento, algo que era, cada vez, más fácil.



Arlet se despertó en una gran habitación; no estaba en el pequeño cuarto que le dieron en la ínsula horas atrás, sino en un lugar amplio, ventilado y con muchas ventanas. Ya era de día y su estómago le estaba reclamando un banquete. Fue entonces que vio que en la habitación no estaba sola, a su izquierda y a su derecha habían dos camas más, en las que estaban Perla y Bella, ambas mirándola fijamente, como analizándola.

Pirámide de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora