Niq, Travis y Lyra caminaban hacia la ciudad de Massalia bajo el fresco sol del mediodía, utilizando una antigua calzada romana que iba de norte a sur. El camino era espectacular, llano, con apenas una o dos malezas creciendo entre los adoquines, la calzada era, en resumen, una maravilla de la ingeniería romana, parte de una red amplísima de caminos que conectaron en épocas previas al ferrocarril a todas las naciones de Europa con su epicentro del momento, Roma.
Travis estaba cautivado por la belleza de la naturaleza que crecía a los costados del camino, pudiendo ver a ciervos, jabalís y otros animales oriundos del bosque que escapaban ante la presencia de los viajeros.
El joven no podía recordar cuando fue la última vez que había visto tanto verde en su mundo, ya que ni siquiera en tiempos previos a la Gran Guerra había habido parques o reservas que pudieran competir con eso que estaba ahora rodeándolo.
En eso, al final del camino, surgió una figura que se acercaba a ellos, yendo en dirección contraria, tierra adentro, alejándose de la costa del mediterráneo. Se trataba de un hombre alto, de espalda ancha y brazos musculosos. Su pecho estaba protegido por una armadura de acero y de sus hombros colgaba una capa que le llegaba hasta las rodillas. Portaba, haciendo uso de la misma como un bastón, una larga alabarda de acero.
—Este es —dijo Niq para sí al ver al hombre, sintiendo que su Milagro le decía que ese era aquel a quien estaba buscando—. ¡Buenos días!
El hombre dejó de mirar el piso para levantar la vista, clavando sus ojos rojos en Niq.
—Buenos días...
—¡Veo que tienes Gracia!
—Una maldición con la que debo cargar todos los días de mi vida, y que me obliga a beber de esto —el hombre alzó una botella de vidrio verde, en cuyo interior había un líquido rojizo, claramente sangre humana.
—¿Cómo la obtuviste?
—¿A la sangre? La venden en el mercado de Massalia los contrabandistas ¿A la Gracia? Luchando contra el Emperador en la Gran Guerra.
—Así que eres uno de los pocos Herejes que lucharon por los humanos, me vendría bien tu ayuda.
—¿Mi ayuda? ¿Para qué?
—¡Para retomar Latinum y convertir este reino en un lugar dónde los exiliados puedan vivir en paz y disfrutar de las delicias del mundo!
—Para eso existen las Colonias de las Tierras Lejanas. Olvídalo, jovencita, no lucharé... solo hubo una razón por la que alcé mi arma y esa razón murió hace mucho tiempo.
—Deberías escuchar mi plan antes de que te marches, viejo Aristócrata.
El hombre, que sí, tenía un aura de viejo y de aristócrata renegado, se dobló en una carcajada.
—¿Aristócrata? —preguntó el hombre riendo—. Vaya, vas enserio con la idea de reclutarme para tu causa, hace más de mil años que nadie me llamó por ese título. Bueno, dime, ¿qué planeas hacer...? ¿Cuál es tu brillante plan?
Niq sonrió, una sonrisa que, lo quisiera o no, era muy parecida a la de su padre.
Massalia era un puerto blanco precioso, con una fachada de ciudad griega antigua, la cual, cada tanto, veía alzarse altos zigurats desde los cuales la Aristocracia administraba los asuntos de la ciudad, como ser la justicia y los días festivos.
Su población rondaba los siete mil habitantes, de los cuales solo cien eran Aristócratas con Gracia. Pero la ciudad no era un lugar donde la Gracia fuera cosa poco común, ya que muchos Comunes se habían Agraciado gracias a sangre que se vendía en sus calles, formándose así un grupo de Comunes que luchaban contra los Aristócratas.
Lerek miró la ciudad y la sonrisa abandonó su rostro. No veía barcos en el puerto, y aquellos que había eran claramente naves de herejes. La ciudad, supo así Lerek, se había vuelto un nido de alimañas.
—¡Oh Massalia! ¿Qué te han hecho? ¡Cuando recupere mi trono estarás nuevamente entre las joyas del mediterráneo! ¡Lo juro por mi honor como Rey!
El alabardero no podía creer lo que le acaban de contar. Eso era imposible y, sin embargo, allí estaba esta Aristócrata, hablándolo como si fuera verdad.
—Joven ¿Es verdad lo que me ha contado?
—Completamente verdad.
—Se da cuenta de que lo que propone puede...
—Así es, lo sé —le interrumpió Niq.
El alabardero se llevó una mano a la frente y luego bebió lo que quedaba de sangre en su botella.
—Entonces vámonos, Massalia queda a unas pocas horas de camino y esa es nuestra primera parada hacia Roma. Mi nombre es Augusto a todo esto, ¿el tuyo es...?
—Mi nombre es Niq. Encantada de conocerte, Augusto.

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Pirámide de Sangre
VampireLerek, un vampiro de la más alta casta aristocrática, ve su corona usurpa por un aristócrata rival, lo cual lo lleva al exilio en Nueva Babilonia. El antiguo rey de Latinum debe ahora acomodarse a su nueva realidad y asumir que es y será un Desgraci...