Reflejos de soldado

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Arlet estaba cabeceando en su asiento mientras los otros ya se habían dormido; por una seguidilla de pesadillas a ella le costaba conciliar el sueño, algo que la estaba irritando. Al cerrar los ojos la joven veía escenarios de un pasado distante, todos reproduciéndose como películas viejas en su mente. Allí estaba Lerek, gobernando su reino, o disfrutando de los frutos de sus conquistas. De repente Arlet, cansada de sus cabeceos sin fin y de las muchas visiones que plagaban su mente, se levantó y abrió la puerta corrediza de su cabina, saliendo al pasillo.

Las ventanas que miraban al exterior mostraban un paisaje rural bañado por la luz de la luna, una imagen preciosa, pero extrañamente oscura. No había luces en los pueblos que se veían en el horizonte, ni en los caminos o las granjas aisladas; los vampiros no requerían de luz artificial para ver en la noche, sus ojos sobrenaturales les permitían ver como si fuera pleno día, y esto se reflejaba en su cultura y sus necesidades. Algo positivo de esta falta de luz era que en el cielo se podían ver todas las estrellas, miles de ellas, todas brillando con fuerza y orgullo en el firmamento.

—Es una hermosa noche... —dijo para sí.

Entonces escuchó unos pasos a su derecha y, al voltear, vio el reflejo de la luna en un objeto que venía directo hacia su garganta: era el filo de una daga, sostenida por una silueta que estaba junto a ella.

—Descansa para siempre, ganado —dijo el extraño que sostenía la daga mientras esta iba cortando el aire.

Con rápidos reflejos Arlet desvió el cuchillo del asesino y lanzó un par de golpes que dieron de lleno en el rostro de su atacante, que retrocedió completamente confundido por lo que acababa de pasar. Esos golpes que lanzó Arlet no eran solo el resultado de su entrenamiento militar, que había sido brutal en los meses previos a que viajara por el portal abierto por los científicos, sino de algo más. Arlet se sentía más ágil, más rápida, más ligera y más fuerte, habiendo un claro antes y un después desde que había tomado la sangre de Lerek.

El asesino retrocedió unos pasos y replanteó su estrategia, claramente no podría derrotar a este ganado fácilmente, este sabía luchar. Con renovado brío el vampiro se abalanzó sobre su presa, que lo esquivó y le dio un par de golpes más, rompiéndole la nariz.

—¡Maldito ganado! ¡Deja que te mate!

El asesino volvió a retroceder para luego lanzarse al ataque, solo para ser rechazado nuevamente. El trabajo se estaba tornando no solo difícil sino que exasperante. Él esperaba que el ganado se resistiera un poco, como cualquier ganado atacado por alguien que no es su amo haría, pero no esperaba que este fuera tan bueno a la hora de resistir sus ataques, su velocidad y su fuerza.

Arlet, viendo una oportunidad, retrocedió y se marchó del vagón, pasando al siguiente. El asesino la siguió, pero al perderla de vista unos segundos le dio la oportunidad al ganado de ocultarse en una de las muchas cabinas de pasajeros que había en ese otro vagón. No importaba, el asesino daría vuelta todo el lugar si hacía falta.

Con decisión abrió la primera cabina, solo para ser embestido y golpeado repetidas veces en el rostro por una enfurecida Arlet, que no se había ocultado para evitarlo, sino para emboscarlo. Con gran velocidad la joven le arrebató el cuchillo a su asesino y se lo clavó en el ojo, a lo que el vampiro lanzó un grito desgarrador. En ese momento muchos ganados se asomaron para ver qué estaba pasando, a lo que Arlet aprovechó para marcharse hacia la parte delantera del tren, hacia la sección reservada a los aristócratas, buscaría a Lerek, y averiguaría porqué alguien intentaba matarla.

Pirámide de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora