Los Cuidados del Vampiro

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El dueño del condominio estaba en la calle, frente a la puerta de su edificio. Estaba fumando un cigarrillo armado mientras meditaba sobre qué comer esa noche. El cielo se estaba oscureciendo, pronto, detrás de las nubes, asomarían las lunas y sus cortesanas, las estrellas.

Fue entonces que vio, caminando en su dirección, a un sujeto de augusta silueta cargando a alguien en brazos. Nunca había visto esa figura en su vida, y la capucha le tapaba el rostro; pero más importante, por lo visto, este hombre se estaba dirigiendo directamente hacia él.

El dueño del condominio, oliendo dinero, tiró su cigarrillo y rápidamente entrecruzó los dedos a la altura de su estómago, adoptando una posición servicial y predispuesta. Quizá se trataba de un aristócrata llevando en brazos a su amante, o quizá se trataba de alguien de noble cuna desheredado por algún giro de acontecimientos en la corte de Nueva Babilonia. Sin perder tiempo, el dueño del condominio habló:

—Buenas tardes, caballero ¿Necesita una habitación? Tengo varias disponibles que van desde grandes departamentos a-

—Soy Lerek, quítate del medio.

El dueño del condominio quedó sorprendido un rato, pero no tuvo que pensar mucho para darse cuenta de lo que estaba pasando, además, su olfato captó algo que nunca antes había olido pero supo en el acto lo que era. Aquel hombre, aquel alto y tenebroso individuo, de cabellos largos dorados, tenía un aliento metálico, un aliento a sangre, pero no de cualquier bestia, sino a sangre humana. Lerek había, por lo visto, recuperado su Gracia, y ya se estaba comportando como un aristócrata poderoso.

—Después te pago lo que debo, ahora sal de mi camino —gruñó Lerek, a lo que su anfitrión se apartó, deshaciendo su postura amable en el proceso.



Lerek entró en su pequeño departamento y rápidamente dejó a la muchacha en la cama, desenvolviéndola de las telas con las que la había cubierto. Estaba maltrecha, aún no se recuperaba de su mordida, la cual la había paralizado, y su remera estaba toda ensangrentada donde su unión había tenido lugar.

Lerek fue a buscar un pedazo de tela y la mojó con el agua del grifo, para luego volver con la humana. Con delicadeza, el vampiro le sacó la remera y le limpió la sangre seca de la piel, resaltando en ella los dos puntos rojos que marcaban el lugar dónde habían ingresado sus colmillos.

—Estarás bien. Los efectos del beso se pasarán en unas horas. Sabes, el beso no tiene por qué tener estos efectos, puede ser algo delicioso, si así lo quisieras, claro.

La humana abrió los ojos al escuchar esas palabras, las cuales fueron habladas en su propio idioma.

—¿Dónde estoy?

—En Nueva Babilonia, hogar de los Jardines Colgantes y las primeras zigurats. Trata de no hablar, necesitas recuperar fuerzas. No te preocupes, mi mordida ha hecho que tu cuerpo comience a producir la sangre que te falta, en breve te dará mucha hambre y sed. Ahora que lo pienso, no tengo ni comida ni bebida para ti... y creo que ya sé de dónde sacarla.

Lerek se puso de pie y, con pasos ligeros y apresurados, salió del departamento, dirigiéndose ágil como una sombra hacia la recepción de aquel condominio. Allí estaba el rechoncho señor del condominio, que no se atrevía a mostrarse arrogante ante el vampiro, sabiendo que éste había recuperado su Gracia.

—Enviarás toda la comida que tengas, así como toda tu bebida, a mi habitación. Aquí tienes lo que te debía, usa el resto para amortiguar los gastos de lo que te estoy pidiendo.

Con un rápido movimiento, Lerek sacó de su túnica una bolsa de cuero llena de monedas de cobre, a lo que el dueño del condominio sonrió y asentó en afirmación.

—Enseguida, señor Lerek.

—También trae unas velas, verás, mi invitada no tiene tan buena visión como nosotros. Estoy seguro que un caballero tan refinado como tú tiene unas velas que pueda compartir conmigo.

Las velas no eran una necesidad para los comunes, menos para la aristocracia, siendo vistas más como un pequeño lujo o detalle que utilizar durante las fiestas o las cenas.

—Por supuesto, señor Lerek, enseguida se las alcanzo.



Lerek regresó rápidamente a su cuarto, encontrando a la humana en el suelo. Había intentado pararse, pero sus piernas le habían fallado, ahora, la muchacha estaba en el piso, arrastrándose como un insecto.

—No deberías intentar moverte, no aún.

Lerek levantó a la chica del suelo y la devolvió a la cama, tapándola bien.

—Debes tener frío, mejor quédate quieta, pronto llegará la comida.

—¿Quién eres? ¿Qué eres?

—Mi nombre es Lerek, en el pasado fui rey del Reino Latino. Ahora soy un exiliado, pero eso va a cambiar, ahora que estás aquí puedo enfrentarme al usurpador, tener una batalla contra él y los cortesanos lo suficientemente tontos como para oponérseme.

—¿Qué eres?

—¿Qué soy? ¿No lo sabes?

Entonces, la sangre que corría por sus venas pegó un grito, mostrándole a Lerek las imágenes que le había mostrado en el callejón. Un planeta negro, moribundo, una magia antigua y olvidada, una última esperanza.

—Veo... lo correcto aquí no es responder a tu pregunta, sino hacerte una. Humana: ¿De dónde vienes? ¿Quién eres?

Pirámide de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora