Sueños de un mundo moribundo

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—Cambiaremos de curso —le anunció Lerek a los marineros.

—¿A dónde entonces, capitán? —preguntó el timonel.

—¡A Cartago Nova! Dido y sus hombres piensan que vamos a Sicilum, mejor perderlos, son más que nosotros y harán todo en su poder para arrebatarme mi ganado.

Nadie discutió o protestó, el timonel dio un giro cerrado hacia la izquierda y comenzó a navegar hacia el oeste, en dirección a Cartago Nova. Arlet, mientras tanto, era atendida por Zeras y las gemelas, que intentaban por todos los medios parar la hemorragia que había dejado la mordida de Dido.

La herida era profunda, horripilante e irregular, distaba mucho de una limpia mordida digna de un Aristócrata, pareciéndose más a un agujero dejado por una hambrienta garrapata. Arlet no tardó en perder el conocimiento, cosa que le facilitó la tarea a las gemelas y a su ama, que pudieron cocer la herida del ganado de Lerek, deteniendo así el sangrado.

Una vez estabilizada Arlet, la aristócrata subió a la cubierta del barco para informarle a Lerek el estado de su ganado.

—Dejará una cicatriz, pero vivirá.

—Bien.

—Eso sí, será mejor que no te alimentes de ella hasta que sane por completo.

—¿Cuánto tiempo?

—Quizá un par de meses.

—¡Maldición! ¡Dido! ¡Maldigo tu nombre y tu existencia!

—Será mejor que busquemos una ciudad donde podamos quedarnos un buen tiempo sin ser molestados. Si tiene una Casa de Recuperación mejor, a tu ganado le vendrían bien los cuidados.

—Cartago Nova será un lugar perfecto, está bajo las narices de nuestro nuevo enemigo, que pensará que huimos a Grecia o a las tierras del Emperador. Tenemos que asegurarnos que mi ganado sobreviva, esa es nuestra prioridad.



Arlet tenía fiebre y un profundo dolor en todo el cuerpo, luchaba contra el sueño, pero este ganaba cada vez más terreno. Las pesadillas se agolpaban ante sus ojos, haciéndole agitarse tratando de disipar las escenas que se formaban delante de ella. Allá estaba su casa, la casa dónde había crecido, y en ella estaban sus padres y sus hermanos, quienes la llamaban a comer. Arlet sabía que algo andaba mal, pero los olores del hogar la llevaron sin remedio adentro de la casa; fue entonces, cuando cruzaba el umbral de la puerta, que la vivienda se transformó en un lugar gris, y la palmera datilera del patio se marchitó y se achicharró hasta convertirse en un triste recuerdo de lo que alguna vez fue. El mundo entero, antes vibrante y lleno de vida, se volvió una tumba, un mausoleo en ruinas.

Arlet no podía escapar, todo lo que quedaba del planeta era una tierra yerma y abandonada, dónde esqueletos humanos y animales se apilaban sin parar. Los altos edificios de las ciudades, previos baluartes del capitalismo, se alzaban ahora como monumentos a la decadencia, la negligencia y el despilfarro. Las bases militares, centros del verdadero poder que nunca se había logrado extirpar del mundo, se encontraban todas destruidas por las mismas armas que empuñaban sus soldados.

La Tierra, aquel mundo verde y azul hermoso, era ahora un cuerpo celestial gris y marchito. Solo unos pocos lograron salvarse del final, y estos habían sido llevados a ocupar la parte del planeta que aún podía albergar vida. Allí, la misma ciencia que había destruido todo se encargó de generar una ruta de escape para los últimos humanos sobre el mundo: las puertas al Gran Pasillo.

Primero marcharon los Grandes Exploradores, individuos entrenados para ese trabajo, pero ninguno activó sus balizas de rastreo, ninguno logró comunicarse de vuelta con su mundo moribundo. Luego marcharon los Segundos Exploradores, aquellos que carecían del entrenamiento necesario pero eran la última gran esperanza de la humanidad... entre estos estaba Arlet.

Pero el Pasillo de los Mundos resultó ser más engañoso que lo previamente anticipado, siendo más un laberinto que un camino recto. Pronto todos los exploradores se perdieron, algunos encontraron en aquel laberinto los restos de los Grandes Exploradores, destrozados por el Guardián de los Mundos, otros ingresaron a mundos igual o peor que la Tierra, dónde la vida no era sustentable ni a corto ni a largo plazo, unos se convirtieron en espíritus etéreos al atravesar los umbrales a otros mundos, perdiendo así la capacidad para llamar a casa, y unos pocos ingresaron a unos paraísos tan hermosos que no pudieron verse llamando al resto de la humanidad, intoxicados por el verde y el celeste del cielo.

Arlet, por su parte, perdió su baliza de comunicación en el laberinto mientras escapaba del Guardián de los Mundos, aquel ser que había consumido a otros exploradores antes que ella. Y, gracias a esta persecución, Arlet cruzó la puerta al mundo de los vampiros, un mundo unificado, pero tecnológicamente atrasado... la vida era posible en él, pero su forma de existencia, hasta ahora, era incompatible con la que los humanos estaban dispuestos a soportar. Después de todo esa había sido la directiva: un mundo de preferencia deshabitado, un lugar dónde la humanidad pueda empezar de nuevo...

Pirámide de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora