La ciudad de Massalia

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La ciudad de Massalia estaba parcialmente deshabitada, con sus barrios periféricos completamente abandonados por cualquier criatura inteligente, viviendo en ella perros y gatos callejeros. En estos barrios del silencio los hermosos edificios de fachada griega eran víctimas del paso del tiempo y el avance de la naturaleza propia de la Galia. La población original de la ciudad había sido de por lo menos unos diez mil humanos, y ahora solo la ocupaban unos siete mil comunes y una reducida élite aristocrática, que solo se ocupaban de mantener los edificios más cercanos a la costa, aquellos que utilizaban para habitar y "vivir".

—No se separen —dijo Augusto llevándose su alabarda al hombro mientras caminaba con sus nuevos aliados por las calles semidesérticas de la ciudad—. Massalia está al borde de una revolución comunal... no son pocos los Comunes que han ganado la Gracia gracias al contrabando y desean ingresar en las filas de la Aristocracia de una forma u otra.

—Los aristócratas nunca permitirán sangre nueva entre sus filas —sentenció Niq mirando a los comunes que se abarrotaban en las veredas, bebiendo copiosas cantidades de cerveza, perdiéndose en un sueño de borrachera, hasta el momento no se habían cruzado con ningún agraciado, pero Niq esperaba que eso cambiara más cerca de la costa—, sus demandas nunca serán escuchadas.

—La única opción que queda entonces es un conflicto civil —saltó Lyra, entrechocando sus puños el uno contra el otro—. ¿Podemos quedarnos a ver qué pasa? ¡Mejor aún! ¡¿Podemos quedarnos y participar de la contienda?!

Niq meditó un segundo llevándose una mano al mentón. La idea tenía fundamento, podían hacer muchos aliados si una nueva élite reemplazaba a la vieja gracias a su ayuda, pero había algo latiendo en su mente, algo que ya había sentido una sola vez antes, pero eso era imposible, eso que había sentido lo había experimentado bajo circunstancias extremadamente específicas... quizá su Milagro estaba desgastando de más su Gracia, ya había pasado antes, quizá podría desoír a su Milagro mal alimentado y ver cómo iban a evolucionar las cosas.

—Sí, podríamos quedarnos, pero no nos meteremos en el conflicto cuando este suceda hasta que yo de la orden... mi Milagro me hace sentir que algo sucederá en esta ciudad, pero al mismo tiempo me aconseja que tengamos extremado cuidado al momento de actuar.

Lyra bufó decepcionada, ella quería una buena pelea, mientras que Augusto, portando su alabarda como si estuviera marchando junto a un ejército, mantenía un semblante serio y disciplinado. El guerrero ya había marchado por esa ciudad, mucho tiempo atrás, cuando los humanos la poblaban y la llenaban de encanto y dinamismo... era una tragedia ver a Massalia estancada, inmóvil, perdida en un mar de atemporalidad propia de los inmortales. Para él la victoria de los vampiros en la Gran Guerra significó el fin de una era, de una forma de vida, del fin del dinamismo de la muerte y el nacimiento. Los humanos, por lo menos antes de que sus líderes se embriagaran de poder y se volvieran temerarios supremacistas, habían sido grandes comerciantes, artistas y aventureros, dispuestos a todo por darle una pizca de picardía a su vida ¿Cuántas mujeres habían caído en brazos del gran Augusto, cuantas veces había discutido con comerciantes el valor de las cosas terrenales, o cuantas veces había combatido con grandes guerrero portadores de Milagros en el coliseo? Él era famoso en el mundo humano, conocido por ser un gran amante, un insaciable aventurero y un rapaz negociante, siempre rodeado de humanos talentosos y poderosos que llamaba "compañeros" ¡Augusto era, para el desagrado de la doctrina imperial, un amante de la humanidad!

Lyra, por su parte, veía en la ciudad la decadencia propia de los dominios del Emperador. Ella se había criado en las callejuelas de las caóticas colonias de exiliados, de herejes, y había vivido mucho tiempo solo con su nombre como propiedad, pasando sus días en la más absoluta pobreza y estando expuesta a mil y un peligros, uno de los cuales llegó a alcanzarla y costarle caro.

El simple recuerdo le hizo cerrar los puños de bronce... su venganza aún no estaba completa, aún le quedaba un par de malditos que cazar, pero eso podía esperar...



Lerek caminó por las calles de Massalia rumbo al Barrio de las Zigurats seguido por su séquito y sus ganados. La ciudad había probado su caída en desgracia al no contar con un Barrio de las Delicias funcional, cosa que obligó a todos a tener que andar con sus ganados, siendo el bote a vapor una opción no viable ante la posibilidad de que Dido estuviera infestando los mares alrededor de los núcleos centrales de Latinum.

Los comunes los miraban de reojo, algunos de forma amenazante, contando claramente con Gracias ardiendo en sus almas, otros, la gran mayoría, habían rehuido a la tentación del poder y conservaban sus existencias sin Gracia, y, en consecuencia, sin la maldición de la sed pendiendo sobre sus cabezas. Estos último miraban a los recién llegados con desconfianza, temiendo una intervención de Roma o, peor aún, del Emperador en persona.

—Que antro tan repugnante se ha vuelto Massalia —gruñó Lerek—, y pensar que tendremos que depender de los ineptos de sus gobernantes para que nos aprovisionen para nuestro viaje hacia Génova.

—¿Cómo estamos seguros de que nos ayudarán? —preguntó Merekar, siempre atento a los alrededores.

—Oh, lo harán, sus vidas y su posición dependen de ello. Si no me dan auxilio hoy, juro por el dios Sin que los haré decapitar a todos cuando tome mi trono de vuelta.

En eso unos guardias se interpusieron en su camino, cerrándoles el paso al barrio de las zigurats.

—Alto en el nombre de-

Lerek respondió inmediatamente lanzándoles a los soldados una mirada asesina, que por sí sola fue suficiente para romperlos y hacerlos retroceder. Lerek había entrado, a la fuerza, en el Barrio de las Zigurats.

Pirámide de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora