El Milagro de Atenea

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El muro de fuego impedía a cualquiera acercarse a Augusto, que estaba aprovechando la oportunidad para centrar todas sus energías en cerrar sus heridas, las cuales eran muchas y muy profundas. Niq, por su parte, se presentaba firme ante Lerek, que la miraba sonriendo, erguido recto y alto como una torre altanera, segura de ser inexpugnable.

—¿Qué haces aquí, Niq?

Niq no se sentía intimidada por su enemigo, estaba segura de sí misma y ya se lo había cruzado antes, sabiendo de lo que era capaz.

—Encontré una forma de hacer realidad mi sueño —dijo Niq.

Lerek borró la sonrisa de su rostro y en su lugar surgió una mueca de seriedad.

—¿También encontraste un ganado de otro mundo?

Niq se turbó.

—¿Cómo lo sabes... acaso tú también...?

—Así es, Niq, yo también encontré a alguien que fue capaz de atravesar el Túnel de la Media Noche.

—Entonces no solo buscas recuperar tu corona sino que también buscas cumplir tu sueño...

—Así es, mi preciada Niq. Si las cosas fueran distintas te invitaría a unírteme, haría concesiones y llegaríamos a una especie de mutuo acuerdo... Pero los dos tenemos a alcance nuestros sueños, y estos son claramente incompatibles.

—No te preocupes, jamás me hubiera unido a tu cruzada de todos modos.

—Je, je, je... lo sé, hija mía, ¡Después de todo eres la última gran Apostata, aquella que abrazó la herejía en Latinum!

Larek arremetió contra su hija y atacó desde la izquierda. Niq, haciendo uso de su antebrazo derecho, detuvo la espada de Rómulo en seco, chocando esta contra algo invisible.

—Veo que tus Milagros se están despertando —sonrió Lerek—, ¡Tu segundo Milagro, el Escudo de Atenea, y tu tercer Milagro, el fuego de Vulcano, ya están despiertos! Me pregunto cuanto falta para que el resto despierte.

Niq contraatacó, haciendo uso de sus garras, pero Lerek la esquivó fácilmente y retrocedió un par de pasos para luego arremeter con una seguidilla de rápidas estocadas que su hija detenía usando su escudo invisible, su "segundo Milagro".

En eso llegaron Yafar y Zeras, que se internaron en la batalla, ayudando a girar las tornas de la misma. La Guardia de la ciudad estaba logrando rearmar su falange, y los Comunes perdieron toda su ventaja una vez enfrentados a esta y al encontrarse con que sus agraciados habían sido derrotados.

En eso, Niq logró empujar a su padre de una patada y, haciendo que el muro de fuego se apagara por solo un segundo, retrocedió junto a Augusto, que ya estaba de pie. Ahora lo único que los separaba de Lerek era un muro de fuego, el cual estaba agotando todas las energías de su creadora.

—Tenemos que irnos —dijo Niq.

—No puedo, debo eliminar a Lerek, debo vengar a mis amigos.

—No podrás hacerlo, no en este estado, te ordeno, como tu futura reina, que te repliegues conmigo, nos vamos de Massalia, la rebelión está acabada.

Augusto se apoyó sobre su alabarda y, aprovechando que el muro se había debilitado y permitía ver a través de él, miró a Lerek y le apuntó con el dedo.

—¡Esto no ha terminado!

Luego de esas palabras él y Niq se replegaron, siendo seguidos en todo momento por los ojos de Lerek que los miraba divertido.

—¡Corran! ¡Herejes! ¡Corran y piérdanse en las Reservas del Emperador para siempre!



Travis vio cómo se acercaban a él Niq y un malherido Augusto, y, justo en ese momento, llegaba también Lyra, claramente agotada.

—La batalla está perdida —dijo Niq—, tenemos que irnos, ahora mismo. Los Guardias retomarán el control y la ciudad se volverá un lugar extremadamente hostil para cualquiera que haya estado en el bando de la rebelión.

—¡Maldito aristócrata! —escupió Lyra recordando a Yafar—. La próxima vez te arrancaré el corazón.

—Yo tengo una cuenta que saldar con Lerek, me encargaré personalmente de que vaya a encontrarse con el barquero... solo necesito tiempo, tiempo para que las vidas en mi interior recuperen sus fuerzas.

—Me alegro que todos hayamos encontrado enemigos que nos impulsen a seguir con nuestra empresa —dijo Niq—, pero eso no es lo más importante. Lo importante es que mi padre tiene a alguien como Travis, y debe estar planeando lo mismo que nosotros, solo que para sus retorcidos fines. Tenemos que irnos, y luego planear una forma de quitarle ese ganado que tiene ¡Ahora vámonos!



Los Comunes rebeldes se dieron a la fuga cuando notaron que sus enemigos habían rearmado la falange y esta no daba señal de colapsar, y fue de ese punto en adelante que se dio una masacre en las calles de la ciudad. Los Comunes que no habían entrado en conflicto con los Aristócratas comenzaron a pelear contra los que lo habían hecho, todo mientras que los Guardias de la ciudad y los Aristócratas se lanzaban a la masacre y el pillaje. Se requisaron todas las botellas de mala sangre que se encontraron en los alijos de los contrabandistas y se pasaron a todos los Herejes a cuchillo.

Massalia era un campo de batalla dónde las líneas que separaban a los amigos y los enemigos se habían borrado por completo, ya nadie estaba a salvo, solo los séquitos de los Aristócratas, que miraban todo desde las altas zigurats, estaban seguros.

—¡Tomen posesión de la sangre de los contrabandistas! —gritó el gobernador de la ciudad a sus soldados—. ¡Eliminen a todo el que se resista! ¡La ciudad es nuestra una vez más! ¡Restablezcan el orden del Emperador!

Pirámide de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora