Arlet era observada atentamente por sus compañeros de viaje, que no paraban de mirarla desde que había tomado la sangre que Lerek le había dado antes de subirse al tren. Dos de sus acompañantes en la cabina eran gemelas idénticas, preciosas de rostro y silueta, de cabello rojizo y pecas en el rostro, y ojos verdes destellantes, según lo que Arlet pudo deducir al mirarlas, estas no llegaban a tener más de dieciséis años de edad. A simple vista no había como distinguir la una de la otra, pero un observador más atento se daría cuenta que las pecas en sus mejillas y pómulos no estaban exactamente en el mismo lugar.
—Te apuesto a que ha entrado en servicio hace menos de un mes —le susurró una a la otra.
—Te apuesto a que lo hizo hace más de un mes —le respondió la otra en el mismo tono silencioso.
Otra de las presentes, la chica que estaba sentada a la derecha de Arlet, era una joven de quizá dieciocho años, delicada de figura y tímida de expresión. Su vestido era una hermosa túnica púrpura con bordados de oro en las mangas y la cintura; era, a todas vistas, una belleza, una rosa exquisita de cabello castaño, piel marrón oscura y ojos de un celeste pálido. Ella no dijo nada y apenas hacía contacto visual con Arlet, permaneciendo callada desde que había hablado con ella momentos antes, como si verla tomar la sangre cambiara algo.
El cuarto era un joven de cabellos desprolijos, que miraba a Arlet de reojo, como intentando ocultar la atención que le estaba dando. Este era un muchacho atractivo, de veintitantos, y sus facciones eran filosas como dagas, sus ojos de un marrón oscuro y su cabello de un negro profundo.
Arlet no habló ni dijo palabra alguna, se mantuvo callada, tratando de ignorar a todos, pero eso no sería posible, puesto que una de las gemelas se inclinó hacia adelante, acercándose a Arlet.
—¿Hace cuánto tiempo sirves a tu señor? —preguntó la muchacha.
Arlet se sobresaltó, no sabía qué responder, así que inventó algo rápido.
—Menos de un mes —sus palabras no eran ciertas, pero tampoco eran mentiras.
—¡Ja! ¡Gané! —le dijo la gemela de la izquierda a la de la derecha.
—Solo porque cantaste tus términos más rápido que yo, yo también hubiera elegido la opción de "menos de un mes" si me hubieras dado la oportunidad.
Arlet sabía que estaba escuchando un lenguaje nuevo, pero lo entendía a la perfección, y también se sentí capaz de hablar con estas personas. Pero lo más importante era que Arlet sentía que sabía cosas, pero aún no podía ponerlas en palabras; ella sabía historia, filosofía y hasta... ¿magia? Pero estas ideas aún no tomaban forma sólida en su mente, permaneciendo como conceptos abstractos que se le escapaban.
—¿Y? —preguntó la muchacha tímida mirando a Arlet de reojo—. ¿Cómo se sintió tomar la sangre de tu amo?
Arlet volteó lentamente la cabeza para encontrarse con esta muchacha, cuyos hombros estaban descubiertos. La chica respondió alejándose acobardada hacia la ventana, dejando un gran espacio entre ellas.
—Sí —dijeron las gemelas al mismo tiempo—. ¿Cómo se sintió? Dinos.
Arlet sintió que lo que estaba por contar era algo profundamente personal, pero de todos modos abrió la boca para hablar.
—Fue dulce y cálida, como un... beso.
Los ojos de las gemelas centellaron con un brillo de pasión mientras se tomaban de las manos y sonreían lo más que podían; la otra chica se ruborizó e intentó ocultar su rubor con las manos, tapándose el rostro tiernamente. Arlet, que era mayor que todas esas chicas, sintió que de algo no estaba enterada.
—Para nosotras fue como un abrazo en otoño —dijeron las gemelas al mismo tiempo.
—Para mí fue... fue... —la chica de piel marrón estaba luchando contra su timidez lo mejor que podía—. ¡Perdón! ¡Es algo muy personal!
—Oye, chico, ¿cómo fue para ti? —preguntó una de las gemelas al chico que estaba en el vagón con ellas.
—Fue como lamer el filo de una daga.
—Lúgubre... —sentenciaron las gemelas con un tono tenebroso.
Arlet sintió que podía ganar mucha información conversando con esos jóvenes.
—¿Cómo se llaman? Mi nombre es Arlet.
—Nosotras somos Perla y Bella —dijeron las gemelas.
—Mi nombre es Milagro —sonrió la chica tímida.
—Sombra, así me llama mi señor —respondió el joven mirando a las chicas de reojo.
Fue entonces que Arlet notó en las gemelas una marca en el dorso de sus manos derechas, una cicatriz con forma de símbolo geométrico, de un cuadrado dentro de un círculo.
—¿Qué les pasó en las manos?
—Es nuestra marca, ¿te gusta?
Las chicas extendieron sus brazos derechos hacia Arlet, mostrándole las marcas. Pero Arlet no reparó en esas marcas, sino en las cicatrices de mordidas que tenían las chicas en sus muñecas; habían sido repetidas veces mordidas allí, y solo entonces Arlet cayó en la cuenta de que estaba hablando con "ganado", con bolsas de sangre con patas, con la comida de los vampiros.
—¿Y tú marca? —preguntaron las gemelas—. ¿Dónde está?
Arlet no supo que responder, sabía que, en ese mundo, sería extraño decir que no tenía una marca de ganado.
—La tengo en mi brazo.
—¡Muéstranos! —pidieron las gemelas en tono suplicante.
—No, prefiero que no.
—¿Por qué no?
—La chica dijo que no —intervino la chica tímida con cierta valentía en su voz —. Déjenla ser.
Las gemelas hicieron un puchero y se recostaron contra los respaldos de sus asientos, distrayendo sus ojos con el paisaje cambiante de Mesopotamia que atravesaba el tren.
Arlet quiso agradecerle a la chica tímida, a Milagro, pero no pudo decir palabra alguna al notar que, en el hombro derecho de la joven, aquel que estaba dando a la ventana, la chica tenía las cicatrices de repetidas mordidas. En su lugar, Arlet le dedicó una sonrisa a la muchacha, que respondió sobresaltándose y distrayendo su mirada para mirar por la ventana. El tren, rápidamente, se abría paso por Mesopotamia, y la luz del mediodía iluminaba toda la tierra.
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Pirámide de Sangre
VampireLerek, un vampiro de la más alta casta aristocrática, ve su corona usurpa por un aristócrata rival, lo cual lo lleva al exilio en Nueva Babilonia. El antiguo rey de Latinum debe ahora acomodarse a su nueva realidad y asumir que es y será un Desgraci...