Batalla en el Barrio de las Delicias

12 3 3
                                    


Lerek mostraba una sonrisa orgullosa y confiada ante sus enemigos, quienes habían cerrado una barrera indestructible ante él, listos para rechazarlo con sus espadas y su muro de escudos si este se lanzaba al ataque. El legítimo señor de Latinum podía romper la formación enemiga si se abalanzaba al ataque, pero era seguro que resultaría herido en el proceso, además, la resistencia de los escudos se potenciaba con cada escudo adyacente, así funcionaba la magia de esos escudos, por lo que optó por seguir el plan trazado con antelación con sus aliados.

—¡Ahora, Zeras! —gritó Lerek.

De repente salieron disparadas, desde las sombras en la retaguardia del enemigo, once lanzas rojas, hechas todas de sangre clara solidificada, las cuales atravesaron a once enemigos, que cayeron muertos o heridos al suelo, rompiéndose así la pared de escudos ante Lerek y disolviéndose parte del hechizo que hacía de estos indestructibles.

—¡¿Un sángrico?! —exclamó el líder de los encapuchados, volteando al lugar del que habían surgido las lanzas, donde se encontró con una joven muchacha que le sacaba la lengua mientras invocaba más lanzas a su alrededor, las cuales se formaban con sangre que salía de sus venas abiertas.

Fue entonces que Lerek se lanzó al ataque, deslizándose entre los espacios abiertos de la formación enemiga, la cual destrozó sin problemas una vez se internó dentro de la misma. Los pobres infelices que quedaron cerca de él fueron destrozados por las garras de Lerek, de las que apenas se podían defender, rompiéndose sus escudos ante los embates más poderosos y sus espadas si estas intentaban detener las garras de su enemigo.

La formación de los imperiales se había roto por completo, ahora estaban todos dispersos por la plaza, y aunque los hombres intentaban rearmar su formación de escudos para recuperar así parte del hechizo que los hacía casi indestructibles, pronto se encontraron con que moverse no era una alternativa, siendo víctimas de las lanzas de sangre que volaban en su dirección a gran velocidad y con extrema precisión, eliminando así a cualquiera lo suficientemente valiente como para intentar reagruparse.

En eso, surgiendo de una sombra espesa que apareció entre algunos de los hombres del Emperador, apareció Merekar, quien, con gran habilidad y fuerza, usando primariamente sus piernas y secundariamente sus puños, comenzó a matar a diestra y siniestra de todos y cada uno de los hombres que estaban a su alrededor, abriéndose paso entre estos a fuerza de patadas y puñetazos que mandaba a sus enemigos a volar, si es que no les arrancaba la cabeza de una patada. Fue entonces que uno de los dos líderes de los Imperiales de incógnito, el más bajo de ambos, se interpuso en el camino de Merekar, deteniendo una de sus patadas usando su antebrazo, congelando al sombrío aristócrata en esa posición.

—¡Tú lucharás contra mí! —exclamó una voz femenina al momento que se le caía la capucha hacia atrás, revelando a una joven de cabellos castaños.

Merekar retrocedió. Esa no era un Común de la Guardia Imperial con una gota de sangre humana corriendo por sus venas, sino una Aristócrata, y por su apariencia delicada y delgada debía de ser una sángrica, cosa que se confirmó cuando esta se abrió las venas con sus propias garras para así formar a su alrededor unas dagas de sangre solidificada, las cuales salieron disparadas hacia él, que tuvo que esquivarlas haciendo piruetas a la vez que retrocedía a una distancia más segura.



Arlet contemplaba la masacre que estaba teniendo lugar en la plaza. De los treinta y dos hombres que había en un principio solo quedaban once. El líder de estos hombres, aquel que le había hablado a Arlet para que se rindiera, estaba desviando a puño limpio las lanzas que le disparaba Zeras, mientras que el otro de los líderes, que se había revelado ser una mujer bajita de cabellos castaños enrulados, estaba luchando contra Merekar, haciendo uso de dagas de sangre que flotaban a su alrededor antes de salir disparadas hacia su objetivo. Lerek, por su parte, estaba deshaciéndose de los Comunes, de los cuales quedaban nueve, ocho, seis, tres, dos, uno...



Ni bien Lerek abrió en canal al último de los Comunes que hozaron desafiarlo se abalanzó hacia el líder de estos hombres. Éste tuvo que darle la espalda a Zeras y enfrentarse a Lerek, por lo que recibió de lleno una lanza en la espalda. Pero esto no era gran cosa, él, aún herido, podía combatir contra Lerek y esquivar las lanzas de la sángrica a sus espaldas.

—Eres poderoso, Lerek, y veo que te has rodeado de aliados capaces, pero mi misión es llevarme a tu ganado y eso haré.

—Todos tus hombres están muertos, perro de la corte, pero admiro tu resolución. Dime... ¿Cuál es tu nombre?

—¡Issa de Menfis! —respondió su rival.

En eso, Lerek una seguidilla de ataques con sus garras, pero estas fueron detenidas por los antebrazos de su enemigo, que eran duros como acero mágico reforzado. Lerek lanzó un par de ataques más, impidiendo que su enemigo se moviera, cosa que Zeras aprovechó, lanzándole unas cuatro lanzas de sangre. Issa no pudo evitar los lanzazos, que se clavaron profundamente en su ancha espalda. Igual él tenía un haz bajo la manga, su Gracia y el Milagro que había absorbido de un humano le daba la capacidad de regenerarse más rápido que un vampiro normal, por lo que las lanzas fueron expulsadas de su cuerpo y cayeron al suelo al tiempo que sus heridas se cerraban.

Fue entonces que a este hombre se le cayó la capucha hacia atrás, revelando a un sujeto calvo, de tez marrón. Era de aspecto estoico y honorable, y se lo veía capaz de una gran sonrisa.

Fue en eso que, por una de las calles que daban a la plaza, llegó Yafar, acompañado de una compañía de cincuenta Guardias Imperiales, quienes, a diferencia de los muertos en la plaza, llevaban sus insignias y su equipamiento mágico completo y en formación.

—¡Alto en el nombre del Emperador! —gritó el capitán de la guardia.

Issa pegó un salto con dirección al techo de una ínsula cercana.

—¡Vámonos, Eshe!

La joven que estaba luchando contra Merekar dejó a su rival y pegó un salto hacia donde estaba Issa, momento en que ambos se replegaron usando los techos, perdiéndose en la noche.

—¡Corre, perro de la corte! —gritó Lerek—. ¡Corre y regresa a tu amo con la cola entre las piernas!

Pirámide de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora