Arlet se despertó mareada por el hambre y el entumecimiento, que lentamente dejaba lugar a un dolor ponzoñoso en su hombro izquierdo. Todo se volvía a repetir, su cuerpo se sentía fatal, sus extremidades apenas le respondían, y una necesidad casi animal de devorar cuanta cosa estuviera a su alcance le plagaba la mente.
La joven no tuvo que mirar demasiado, junto a la cama donde estaba acostada había una bandeja llena de frutas, verduras y carne asada. Sin perder ni un segundo, Arlet trajo la bandeja sobre sí y comenzó a comer desaforadamente, como si hubiera estado una semana entera en una isla desierta.
—Tranquila, mi preciosa, no vaya a ser que te atragantas con un hueso.
Solo entonces Arlet reparó en la figura de Lerek, que estaba junto a ella, sentada al borde de la cama, mirándola con sus ojos rojos mientras sostenía en sus manos una copa de cristal llena de vino.
—Bebe, necesitas todos los nutrientes que puedas obtener para reemplazar la sangre que me diste.
Arlet le arrebató la copa a Lerek de la mano y la tomó toda de un solo sorbo. El gusto del vino era dulzón, apenas si ardía, y tenía una textura deliciosa para su paladar. Al cabo de unos minutos ya no quedaba comida en la bandeja y la copa, pese a haberse rellenado varias veces, estaba ahora completamente vacía.
—¿Dónde estamos? —preguntó Arlet mientras se limpiaba la boca con el borde de la manga de su túnica.
—Ahora mismo estamos atravesando el desierto del oeste, camino a Nueva Jerusalén. Dormiste mucho tiempo.
—Me refiero a dónde estoy.
—Estás en una habitación de la aristocracia. El señor del tren me permitió traerte a modo de disculpa por el incidente ocurrido.
En eso la puerta de la cabina se abrió, y por ella ingresó un hombre de excéntrica túnica púrpura. El sujeto era alto, fornido y de rostro afilado; sus dedos eran largos y delicados, y sus ojos de un rojo carmesí brillante.
—¿Cómo está, señor Lerek? ¿Acaso su ganado requiere de más comida para recuperarse?
Lerek sonrió.
—Por supuesto, más comida siempre es bienvenida.
—Pensé que diría eso.
El hombre aplaudió dos veces y salió del camino, ingresando a la habitación una joven mujer que cargaba con ella una bandeja llena de delicias que le hicieron agua la boca a Arlet. Una vez la bandeja vieja fue retirada y reemplaza por la nueva, la joven humana se abalanzó sobre los dátiles, las manzanas, el pan y la carne, no discriminando entre sabores y texturas, devorando todo lo que estaba en su bandeja en cuestión de minutos.
—Señor Lerek —dijo el vampiro de púrpura—, ni bien lleguemos a Nueva Jerusalén me encargaré personalmente de entregarle una carta al emperador para que lo vea, será una forma de compensarle por el peligro que pasó anoche.
—Muchísimas gracias, señor Kerim, que apoye mi empresa es justo lo que necesito. Mientras más rápido pueda ver al Emperador, mejor.
—Sepa, señor Lerek, que el Emperador lo verá ni bien ponga pie en Nueva Jerusalén, puede confiar en mí. Ahora, si me disculpa, debo ir a limpiar el desastre causado por las Sombras de Latinum, casi la mitad de mis guardias están muertos o desaparecidos, y el ambiente entre los aristócratas es explosivo por decirlo de alguna forma.
El hombre se marchó, dejando solos a Lerek y a Arlet, la luz del sol ingresando por la puerta de la cabina.
—Aún sigues sin ofrecerme tu sangre voluntariamente, Arlet ¿Cuándo dejarás de resistirte a tu destino?
Arlet frunció el ceño, no pensaba entregarse voluntariamente así nomás, y menos a un vampiro, a un monstruo chupasangre salido de las pesadillas del mundo.
—Nunca te la daré voluntariamente, Lerek.
—Oh sí lo harás... quizá no hoy, pero lo harás... ahora quédate aquí, iré por más comida.
Lerek se dirigió a la entrada de la cabina y se marchó, cerrando la puerta tras de sí, dejando sola a Arlet, a quien aún le gruñía el estómago. La habitación estaba apenas iluminada por la luz que se filtraba entre las cortinas de las ventanas de la cabina, que era enorme, espaciosa y cómoda, un despilfarro de riqueza y buen gusto.
—Detesto esta hambre... —dijo la joven agarrándose la panza.
Fue entonces que miró la mordida en su hombro, los dos puntos de sangre estaban allí, ya coagulados, pero estaban allí, mirándola, recordándole su destino. Lerek había mordido con precisión de cirujano en el mismo lugar que la última vez, asegurándose de no marcar de más a su ganado con cicatrices o abriendo más su herida.
—Maldito infeliz... ya me vengaré de esto, de alguna forma me vengaré de estas mordidas, lo juro...

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Pirámide de Sangre
VampireLerek, un vampiro de la más alta casta aristocrática, ve su corona usurpa por un aristócrata rival, lo cual lo lleva al exilio en Nueva Babilonia. El antiguo rey de Latinum debe ahora acomodarse a su nueva realidad y asumir que es y será un Desgraci...