Los barcos del Emperador eran unos galeones de espectacular diseño, preocupados más en verse bien que en ser efectivos en combate. Estos eran tres, y atracaron en torno a la nave de Lerek, colocándose dos de estos a estribor y a babor del barco a vapor mientras que el otro se cruzaba frente a la proa del mismo; Lerek, ahora el capital de la nave por descarte, esperaba rodeado de sus aliados a los capitanes de aquellos barcos.
Estos capitanes se presentaron rápidamente, uno saltando desde su barco, haciendo una pirueta en el aire, el otro esperando a que le colocaran un puente para abordar con mayor dignidad el barco de vapor. El que había saltado era un hombre alto, de poderosos músculos alargados y de delgada silueta, mientras que el otro era un sujeto medio rechoncho, pero de augusta aura. Un tercer capitán, el que estaba en el barco atracado frente a la proa de la nave a vapor, no se bajó de su barco, sino que permaneció bajo la sombra que proyectaba la vela del galeón. Todos estaban vestidos a la moda babilónica, remeras de seda de mangas cortas y faldas largas.
—¿Hacia dónde fueron los herejes? —preguntó el hombre atlético, lleno de energía.
—Hacia el fondo del mar —sonrió Lerek.
—¿Nos dices que han derrotado a los herejes del atlántico? —preguntó el hombre regordete—. ¡Tonterías! Los hemos cazado por todo el ancho mar y siempre son rápidos a la hora de esfumarse.
El hombre atlético se acercó a Lerek y lo vio directo a los ojos.
—Hey... Dracón, esté no está mintiendo.
—Claro que no, Carim —dijo la voz de un tercero, una voz profunda y cargada de autoridad, una voz, que, a diferencia de las otras, llamó la atención de Lerek—. Están hablando con Lerek de Latinum, ex rey de la península romana y de las costas galas.
Por la proa del barco apareció un sujeto vestido con armadura completa, claramente un guerrero antes que un capitán, pero un capitán al fin y al cabo.
—¡Sarik! —exclamó Lerek—. ¡Tanto tiempo sin verte!
—Lo mismo digo, Lerek. Veo que has recuperado tu Gracia ¿A dónde te diriges con tu poder?
—A recuperar lo que es mío por derecho, retomaré el trono de Latinum.
—Veo, Dido estará feliz de verte.
—Lamentablemente no podré ir a Cartago. Debo ir a Sicilum.
—No irás a Sicilum sin antes pasar por Cartago, ¿o es que acaso tienes una tripulación para manejar este barco?
Lerek borró la sonrisa de su rostro, irritado.
—Eso pensé —sentenció Sarik—. Suban al barco del capitán Dracón, iremos de vuelta a Cartago.
—Tenemos ganados de los que nos acabábamos de alimentar —dijo Yafar—, espero que tengan las instalaciones apropiadas para alimentarlos y mantenerlos.
—Por supuesto que sí —dijo pomposamente Dracón—, mi barco está preparado para hospedarlos, por aquí por favor.
Arlet se despertó en una habitación iluminada por una lámpara de aceite, su estómago le rugía demandante y su cabeza le daba vueltas. Claramente seguía en un barco, pero estaba segura que no era el barco a vapor.
—Arlet, al fin despiertas.
Arlet miró a un lado, allí estaba, acostada en una cama, Milagro.
—Me preocupé, no despertabas...
—¿Dónde estamos? —preguntó Arlet, irritada y adolorida.
—En el barco del augusto capitán Dracón. Nos están preparando la comida... deberían de traerla en cualquier momento.
—Maldición... ese Lerek.
—No maldigas el nombre de tu amo. Ten cuidado a cómo te diriges él.
—Él no es mi amo.
—¿Cómo qué no? Eres su ganado...
—No me considero a mí misma un "ganado", soy Arlet...
En eso la puerta se abrió y junto a un hombre entró un exquisito aroma a comida. El sujeto traía consigo dos bandejas llenas de delicias, la cual Milagro agradeció amablemente, mientras que Arlet, por su parte, le quitó de sus manos la bandeja al sujeto y comenzó a comer sin miramientos.
Deseaba liberarse de Lerek, estaba cansada de que la tomara cuando quisiera. Quería deshacerse de él, de algún modo... pero era imposible, tendría que seguir jugando al juego de Lerek hasta que pudiera hacer otra cosa, después de todo, ese mundo no era gobernado por humanos, sino por monstruos sedientos de sangre.
Los barcos llegaron a Cartago en medio de la noche, estando la ciudad sumida en la más absoluta oscuridad, el cielo sobre ella plagada de estrellas. De lejos parecía una ciudad abandonada, pero sus calles, al contrario de lo que aparentaban, hervían de actividad. Mercaderes vendían sus productos a los Comunes de la ciudad, todo mientras los grandes comerciantes negociaban gigantescos encargos de las Tierras Lejanas; después de todo era desde Cartago desde dónde se organizaba el comercio trasatlántico, ya que era el reino de los cartagineses el que controlaban los puertos de Hispania, a los que llegaban productos tan solícitos en el oriente como ser tabaco, chocolate y café.
Lerek y sus aliados descendieron al muelle y junto a ellos bajó una guardia de honor, los cuales los guiaron por las calles de Cartago hacia la ciudadela, una fortaleza que, en el pasado, había sido el reducto desde el que los humanos se defendieron contra los ejércitos imperiales. Ahora era un opulento palacio desde el que Dido, antigua general de los ejércitos imperiales, gobernaba las tierras de la antigua Cartago.
Lerek fue guiado a la sala del trono, un lugar dónde la gobernante recibía a los enviados de otros reinos, los grandes comerciantes y a los invitados de honor. Ella era una dama hermosa, de cabellos negros y cuerpo delgado, piel pálida como la luna, vestida con sedas rojas de oriente al estilo canónico de la aristocracia, es decir, el estilo Mesopotámico.
—Lerek —dijo la mujer sentada en su trono—. ¡Mírate! Ya no eres más aquel hombre derrotado que vino a mí hace años, ahora has recuperado tu Gracia.
—Dido, veo que no has cambiado en nada.
—Claro que no, no he tenido razón para cambiar. Mis artistas nos mantienen entretenidos, mis comerciantes nos proveen de mercancías y lujos, y el emperador nos otorga sangre en botella y en ganados. No hay necesidad de que nada cambie.
—¿Qué noticias hay de Latinum? —preguntó Lerek.
—¿Latinum? Ese lugar me ha estado dando dolores de cabeza no solo a mí sino que también al Emperador. Tu tierra se ha convertido en un nido de víboras desde que perdiste la corona; Herejes pueblan sus costas y sus antiguas ciudades, incluso hay rumores de que hay herejes técnicos entre ellos.
—Eso jamás se toleraría bajo mi reinado ¿Qué más sabes del usurpador?
—Hay un susurro volando por la corte, pero no sé si será verdad.
—Dímelo, Dido.
—Al parecer el rey de Latinum ha estado... tomando sangre que no es de ganado.
—¿A convertido su Gracia en una abominación? ¿Acaso fue capaz de llegar tan lejos?
—El Emperador le cortó el suministro de sangre hace dos años, así que no me extrañaría que así fuera.
—Debo irme a Latinum cuanto antes.
—Espera, Lerek. Primero deberías descansar en mi ciudad, me han dicho que tus ganados fueron usados hace poco, permite que se recuperen en mi Barrio de las Delicias. Les hará bien pasar un tiempo en mis Casas de Recuperación. Todo irá a expensas mías, considéralo una inversión en tu futuro nuevo reinado, que espero sea mejor que el que hay ahora en Latinum.
—Tienes mi agradecimiento, Dido, reina de Cartago y sus costas.
—Nos vemos luego, Lerek...

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Pirámide de Sangre
VampireLerek, un vampiro de la más alta casta aristocrática, ve su corona usurpa por un aristócrata rival, lo cual lo lleva al exilio en Nueva Babilonia. El antiguo rey de Latinum debe ahora acomodarse a su nueva realidad y asumir que es y será un Desgraci...