Luz de día

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Arlet se despertó, encontrándose inmediatamente con los ojos rojos brillantes de su captor, que la miraba parado junto a la cama. Éste hombre ya no llevaba puesta la túnica con la que lo había visto moverse todo ese tiempo, ahora llevaba una armadura de acero negro, con hermosos detalles y grabados. Solo entonces pudo ella reparar en el rostro de este sujeto, de este Lerek.

Se trataba de un joven apuesto, que no aparentaba pasar los treinta. Su pelo era largo y lacio, de un color rubio destellante que reflejaba la luz del sol que estaba entrando por la ventana de la habitación, y su barba era espesa pero corta.

—Bienvenida al mundo de los despiertos, Arlet.

Solo entonces la muchacha se dio cuenta de que el vampiro estaba siendo golpeado de lleno por la luz del sol, algo que parecía no afectarle en lo más mínimo.

—¿No deberías estar prendiéndote como un fósforo?

—No desde que Ñieptuquet hirió al Dios Sol. Desde entonces el Ojo nos ha dejado en paz, permitiéndonos deambular bajo su luz junto a las plantas y los animales. Aunque, personalmente, creo que es porque ya no quedan humanos que observar desde allá arriba.

Arlet había pensado en escapar cuando el sol saliera, por lo visto esa ya no era una opción.

—¿Te vas a alguna batalla?

—Je, je, je. Así es, voy directo a una batalla; ahora ponte de pie, mi pequeña humana, tenemos que tomar un tren.

—¿Un tren?

—Sí, un tren. Arriba, te dejé ropa sobre la cama. Verás, la manufactura de tus anteriores prendas es extraña en este mundo, no te mezclarías bien con el entorno.

Arlet se dio cuenta entonces que estaba desnuda y que sobre la cama, a la altura de sus pies, había una túnica roja de aproximadamente su talla.

—¿¡Me desvestiste mientras dormía!?

—¿Un ganado con sentido de la vergüenza? ¡Ja, ja, ja! ¡Eso sí que no me lo esperaba!

Arlet se cubrió con la sábana, se puso de pie y abofeteó al vampiro, quien dejó de reírse, sorprendido de lo que acababa de pasar.

—¡Nunca más vuelvas a ponerme un dedo encima!

—Ganado... vuelve a abofetearme y te sacaré hasta la última gota de sangre de tu cuerpo, no quedará nada más que un cascarón vacío. Tomaré tu vida, tu alma, la cual se unirá a las muchas vidas que alimentan los poderes de mi Gracia. Es verdad, mi Gracia durará un mes con suerte, pero puedo apurarme y retomar mi reino antes que ese tiempo pase.

Arlet sintió un escalofrío por todo el cuerpo, aquel vampiro hablaba enserio, matarla no haría más que poner un límite de tiempo a su empresa, no la detendría ni la impediría, ella era, a todas luces, prescindible.

—¿A dónde vamos? —preguntó Arlet sentándose en la cama.

—¡A Nueva Jerusalén! Pediré una audiencia con el Emperador, solicitándole el permiso para recuperar mi reino y mi corte.

El vampiro rompió contacto visual con Arlet, dirigiéndose a la puerta de la habitación, la cual abrió, mirando solo entonces a la humana por sobre el hombro con una sonrisa maquiavélica.

—No te tardes...

Arlet salió de la habitación vestida con la túnica roja. Ahora estaba parada en medio de un pasillo exterior con vista a un jardín. El jardín era precioso, con flores y palmeras datileras. Allí estaba Lerek, parado entre las plantas, mirándola a ella desde la distancia.



Arlet se dirigió a la escalera al final del pasillo y descendió, yendo junto a Lerek.

—¿Lista para partir?

—Creo que sí...

—Perfecto, vámonos de esta pocilga ¡Hasta nunca, lugar de mala muerte!

Pirámide de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora