Sonrisa de Colmillos

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Lerek no encontró resistencia en su marcha por la Toscana. Las ciudades habitadas se rendían ante su ejército, que era cada vez más numeroso, y las urbes abandonadas del interior le daban la bienvenida con sus mil y un edificios plagados de ecos y fantasma. Pronto, Lerek contó con una fuerza lo suficientemente numerosa como para sitiar la mismísima Roma, todo gracias a la antipatía de la Aristocracia de las ciudades hacia el Rey. Pero todo llegó a un alto repentinamente cuando su ejército se topó con otro ejército acampando en una colina, el cual estaba allí, claramente, para cortarle el camino... el Rey de Latinum había, por fin, sacado a sus perros de guerra de sus cómodas alcobas, les había puesto armaduras y armado con lanzas y escudos mágicos. La primera batalla por Latinum estaba por comenzar.



Ambos ejércitos chocaron en una planicie despejada, enfrentándose las infanterías las unas contra las otras en apretadas formaciones que rememoraban las sólidas falanges de los griegos, golpeando las lanzas contra los escudos oponentes haciendo un estruendo parecido a mil truenos. Mientras tanto, detrás de estos apretados bloques de infantería pesada, estaban los Aristócratas, esperando la orden para saltar sobre las formaciones aliadas para caer en la retaguardia del enemigo.

Lerek veía como la batalla se desarrollaba desde la retaguardia del centro y, en un momento clave, justo antes que sus tropas hicieran un empujón, saltó, no a la retaguardia de sus enemigos, sino al frente, blandiendo en su mano derecha la espada de Rómulo.

Con un golpe al aire, Lerek lanzó una poderosa onda cortante que partió a la mitad los escudos de sus enemigos, que no pudieron resistir la poderosa magia de aquella espada mágica. Los soldados enemigos sufrieron muchas pérdidas, varios cayeron partidos a la mitad, algunos cuantos perdieron extremidades y otros cayeron heridos de gravedad... la formación del ejército regular de Roma se había roto en su centro, perdiendo sus escudos en los flancos una buena parte de su poder.

—¡Ataquen! —gritó Lerek y, saltando sobre la formación detrás de él, surgieron varios aristócratas y agraciados con espadas, hachas y lanzas en sus manos.

Había llegado el momento de acabar con los soldados enemigos, en su mayoría Comunes, y pasar a cuchillo a los aristócratas que los apoyaban en su retaguardia, los cuales, extrañamente, estaban usando cascos con máscaras de bronce.



El rey de Latinum estaba en su palacio sentado ante una mesa que reproducía la geografía de Latinum, rodeándolo estaban sus asesores militares y los favoritos de su corte. Todos usaban máscaras de bronce que reproducían los rasgos de un rostro sonriente o furioso, todos excepto el rey, que tenía una máscara de oro, que se mostraba severa y seria.

—Las tropas deben estar enfrentándose al pretendiente en este momento —dijo un consejero señalando un punto en el mapa.

—No ganarán —dijo una voz femenina, proveniente de una dama vestida de negro, la cual no llevaba máscara y se mostraba sonriente, era Mint, la reina de las arañas, ama de los ojos y oídos de Latinum—. Lerek en persona los comanda, y además tiene en su poder el Milagro de Rómulo. Solo hay una forma de vencerlo, y es que tú comandes los ejércitos personalmente, mi rey, señor de Latinum, Alalgar.

El rey de Latinum, Alalgar, se agitó en su asiento, incómodo ante la noticia. Si eso era verdad entonces su ejército de vanguardia estaba condenado. Solo le quedaba llamar a los veteranos del sur, a aquellos que, tras derrotar a Lerek y destronarlo tantos años atrás, se ganaron tierras y mansiones de descanso eterno en el hermoso sur de Latinum. Sí, no le quedaba de otra, debía despachar mensajeros cuanto antes...



Lerek y los aristócratas a su lado miraron el campo de batalla. La lucha había terminado hacía unos minutos y el silencio se había apoderado de la planicie. Miles de cuerpos, la gran mayoría de las fuerzas de Latinum, se encontraban dispersos por todo el terreno, marcando lo que hacía poco había sido la línea frontal de las falanges.

Pero a Lerek no le importaba sus pérdidas o los enemigos que se dieron a la fuga, sino sus aristócratas, aquellos que fueron difíciles derrotar y que usaban máscaras para ocultar, o proteger, sus rostros... ¿Sería verdad? ¿Realmente...? Lerek no dudó, y le quitó el casco a uno de los aristócratas enemigos que habían perecido...

Efectivamente, el aristócrata tenía una "sonrisa de colmillos", ya no tenía ningún diente llano, todos eran colmillos afiladísimos. Ese ya no era un hombre, ya no era un Aristócrata, sino un monstruo, condenado a toda una eternidad de alimentarse de su propia especie... no cabía duda, Latinum era hogar no solo de Herejes y Técnicos, sino de caníbales también.

—Reagrupen nuestras fuerzas y armen campamento aquí, seguiremos marchando hacia Roma mañana a primera hora.

Pirámide de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora