La Stasis de Massalia

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Los aristócratas de Massalia se encontraban todos dentro de sus lujosas zigurats, mirando al exterior por pequeñas ventanas con recelo y miedo en sus ojos. Varios comunes, ahora herejes, habían ganado la Gracia gracias a la extensa red de contrabando que se había apropiado de la ciudad, y pronto, lo sabían todos, estos intentarían imponerse sobre la vieja guardia de Massalia. Algunos, los Desgraciados encargados de custodiar la historia sobre todo, hablaban por lo bajo de una maldición griega que flotaba sobre la ciudad, la sombra de la palabra "stasis", aquel mal que siempre había plagado a las polis griegas, se sentía acechando entre las sombras.

Lerek y su séquito se abrió paso por las desoladas calles del barrio de las zigurats hacia la construcción más lujosa de todas: el palacio del Príncipe de Massalia. En eso, unos dos destacamentos de tropas, formaciones compactas de hombres armados con lanzas y escudos mágicos, intentaron cortarles el paso al palacio, pero Lerek fulminó a estos hombres con una mirada tan amenazadora que no tardaron en abrirle paso acobardados, sus generales, aristócratas, quedaron paralizados frente a sus tropas.

Lerek tenía una presencia imponente, y esta no hacía más que acrecentarse con cada día que pasaba. Sus milagros volvían a activarse y a alimentarse de su Gracia, y su aura se volvía más amenazante en consecuencia, pudiendo ser fácilmente distinguible su nivel de poder.

Con total impunidad, el pretendiente al trono y su séquito subieron por la escalera del palacio-zigurat y llegaron a la cima en cuestión de minutos, sorprendiendo a los trece cortesanos que se encontraban pasando el tiempo en los jardines que rodeaban el habitáculo del zigurat.

—¿Dónde está el príncipe? —preguntó Lerek con tono autoritario.

—Aquí estoy —dijo un joven saliendo del interior del palacio que adornaba el centro de la cima de la zigurat.

El príncipe era un aristócrata apuesto de cabellos negros, el cual andaba vestido listo para la batalla. Sobre su túnica llevaba una hermosa armadura azul, y en su cintura portaba una hermosa espada de bronce.

—Tienes un aura muy distintiva para ser un simple común, pero supongo que eso pasa cuando tomas sangre hasta embriagarte ¿Cuáles son los términos que evitarán la masacre de esta noche, sucio comunero?

Lerek miró al muchacho de arriba abajo, sonriendo, mostrando sus blancos colmillos mientras ladeaba la cabeza a un lado.

—Creo que me has confundido con alguien más, joven príncipe ¡Mi nombre es Lerek!

El príncipe de Massalia, así como todos sus cortesanos, que se habían reunido a su alrededor para defenderlo, se quedaron paralizados en dónde estaban ¿Ese era Lerek? ¿Ese era aquel que fue primero en ser coronado? ¿Ese era aquel que asoló Grecia y derrotó a los ejércitos de los romanos?

—¿Qué haces aquí, Lerek de Latinum? ¡Eres un enemigo del rey-!

Lerek les mostró a todos la espada rota que llevaba consigo y su autoridad cobró una dimensión completamente distinta. Ese Lerek, exiliado por el rey actual de Latinum, tenía el apoyo imperial para hacerse de vuelta con la corona.

El príncipe de Massalia sintió sus pelos erizarse. El rey de Latinum había perdido el favor imperial hacía mucho, pero nadie de Latinum se atrevía a alzarse contra él, no sabiendo los rumores que giraban en torno al soberano y su corte. Pero ahora Lerek estaba allí, un aristócrata poderoso, un ex combatiente en la Gran Guerra, estaba allí ante él, portando el símbolo aprobatorio del Emperador.

—¿Tienes problemas con los comunes, Príncipe?

La sonrisa de Lerek intimidó al príncipe, que dio un paso atrás pese a hacer uso de todo su valor para no mostrar debilidad ante aquel aristócrata y su tenebroso séquito.

Pirámide de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora