El beso del vampiro

31 7 1
                                    


Lerek analizó rápidamente la situación: los cinco comunes eran claramente pandilleros, se notaba en sus ropas negras y sus peinados grasosos, y tarde o temprano lograrían superar la defensa de la joven ya que, después de todo, incluso sin Gracia o sangre roja corriendo por sus venas, los comunes eran ligeramente más fuertes y rápidos que un humano promedio. Además, estos comunes sabían luchar, años, quizá décadas o siglos de vida en los callejones y las calles de Nueva Babilonia los habían convertido en valientes y hozados guerreros.

—¡No te preocupes! —dijo uno de estos hombres—. ¡Te dejaremos seca antes de que te des cuenta!

Lerek supo entonces que estos bandidos intentaban devorar a la humana y obtener la Gracia, con la cual se volverían imparables en el bajo mundo de Nueva Babilonia. Estos criminales nunca llegarían a suponer una amenaza para los aristócratas de la ciudad, ni siquiera con la Gracia, por lo que al obtenerla se estaban condenando a volverse Desgraciados a largo plazo, pero hasta que se les acabara la Gracia serían casi indestructibles en los bajos fondos de la ciudad, sobre los que gobernarían haciendo uso de magia y fuerza sobrenatural.

Usando lo último que le quedaba de Gracia, Lerek se abalanzó hacia donde estaba la humana como un ave de presa, fugaz, pasando entre los comunes como una ráfaga de viento. La mujer ni vio venir al nuevo atacante, que se le tiró encima como una bestia cazadora sobre su presa, y lo próximo que supo es que estaba en el suelo, él arriba de ella, respirándole cerca del hombro izquierdo.

La joven gruñó algo, algo que Lerek no entendió, algo en un idioma que el Desgraciado nunca había escuchado, pero eso no importaba, él pronto la entendería, beber su sangre le daría la habilidad de entenderla, de comprenderla fácilmente, como si ella fuera un libro y él un voraz lector.

Exprimiendo toda la Gracia que le quedaba, Lerek redujo a la joven, inmovilizando sus brazos y piernas para, entonces, lanzarse sobre ella para morderla, para clavar sus colmillos en su hombro, para chupar su sangre.

Los comunes retrocedieron unos pasos ni bien aquel Desgraciado clavó sus dientes en la joven, sintiendo un escalofrío recorriendo sus cuerpos de pies a cabeza. Algo estaba cambiando en ese vejestorio, lo sentían en el aire, estaban en peligro.



Lerek sintió la sangre, la saboreó, experimento su calor bajando por su garganta y a su estómago. Todo eso lo dejó extasiado, paralizado, quería tomar toda la sangre de esa muchacha, dejarla seca, recuperar su Gracia y tomar una Vida para así, poderoso, regresar al reino de Italia a reclamar su trono. Por un momento casi se pierde en el placer, pero rápidamente recuperó las riendas de su voluntad y detuvo sus impulsos; no podía dejar seca a esa joven, no, eso sería un error, era mejor conservarla, entenderla y hacerla un Ganado por voluntad propia. Fue en ese momento de decisión que la sangre de la muchacha le habló, le enseñó aquel lenguaje que ella hablaba y le contó en acertijos y oscuras historias de dónde venía esa joven: hambre, un mundo moribundo, una última esperanza, un portal, la última gota de magia de un mundo en sus últimos alientos, el fin de la existencia.



La joven había dejado de resistirse, el Beso Violento había surtido efecto, ella estaba siendo atravesada por debilidad y entumecimiento, ya no podía resistirse a su agresor, estaba rendida a su suerte. Pero su atacante no siguió succionando su sangre, deteniéndose y alejándose de ella, poniéndose de pie, dándole la espalda a los pandilleros.

—Sus vidas no valen nada —dijo el recién llegado con una voz profunda—, basura Común. Ustedes no son dignos de obtener la Gracia. Por su crimen, por haber intentado devorar a este ganado, ustedes, comunes, por orden del Emperador, son condenados a muerte.

Los comunes intentaron rápidamente darse a la fuga, pero en su camino se les cruzó el hombre encapuchado, apareciendo allí en un abrir y cerrar de ojos. Usando sus manos como si fueran espadas afiladas, Lerek descuartizó a todos los pandilleros uno tras otro, hasta que los cinco quedaron muertos a sus pies, su sangre pálida manchando todo el piso y las paredes del callejón.

La joven seguía tirada en el piso, inmovilizada por el beso del vampiro, pero sosteniendo una mirada desafiante, intentando recuperar el control sobre su cuerpo mientras su rescatador se miraba las manos manchadas de sangre y sonreía por debajo de la capucha.

—Serás un ganado de extraordinaria calidad, joven —dijo Lerek en el idioma que antes había hablado la joven—. Ahora que me entiendes podremos tener largas charlas, verás, no me sirve un ganado que se resiste a mis mordiscos. Así que vamos a mi casa, pero antes...

Lerek se arrodillo junto a uno de los cuerpos de los pandilleros y le quitó su ropa, rompiéndola de tal manera que formó una manta con la cual envolvió a la frágil humana, a la cual alzó en brazos delicadamente.

—Ahora sí, vamos a mi casa, allí podrás descansar, comer y recuperarte. Tienes mucho que contarme, y yo que contarte a ti.

Pirámide de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora