Lerek estaba sorprendido, su rival seguía vivo, apenas rasguñado por el poderoso ataque de la espada de Rómulo. La alabarda de su enemigo también era sorprendente: seguía en una pieza, sin daño por el filo expansivo... seguramente estaba encantada.
—¿Quién dijiste que eras? —preguntó Lerek.
—¡La Alabarda del Sol, Augusto!
El hombre se abalanzó hacia Lerek, el cual, precavidamente, comenzó a retroceder y adoptó una postura más defensiva que ofensiva por si su rival aún guardaba un as bajo la manga. Alrededor de ellos el campo de batalla se estaba desorganizando, la falange de la guardia se estaba desarmando bajo los ataques de los Agraciados enemigos, que ya se habían librado, en su mayoría, de los aristócratas de la ciudad.
Merekar sustrajo los cuchillo del cuerpo de su enemiga, una Agraciada de origen Común, la cual cayó muerta al piso, sus ojos desorbitados al ser su alma arrancada de su cuerpo. La situación estaba bajo control, ya no había Agraciados entre los Comunes de esa calle y la turba, aunque enfurecida, no lograría atravesar la mortal falange de la Guardia. La batalla, por lo menos allí, había terminado.
El aristócrata, acompañado de aquellos que habían sobrevivido al combate, comenzó entonces a caminar hacia la avenida principal del Barrio de las Zigurats, llegando a ver la batalla que allí se estaba desarrollando. Lerek estaba a la defensiva, esquivando o deteniendo los ataques de un alabardero mientras que, a su alrededor, el campo de batalla descendía en un espiral de caos y destrucción.
La guardia había roto su formación y combatía a los Comunes en combates singulares, lanzas y escudos contra palos y hoces, mientras que los aristócratas, viendo su mundo al borde de la extinción, estaban al borde de huir a sus zigurats para atrincherarse y negociar su vida con los Comunes victoriosos. La batalla por la ciudad peligraba, si caían las fuerzas de la avenida su victoria en la calle secundaria habría sido para nada, la ciudad caería antes de que saliera el sol.
Merekar saltó a la batalla acompañado de aquellos aristócratas que habían luchado a su lado, atacando a los comunes y alentando a lo que quedaba de la Guardia para que regresara a formar una falange más o menos coherente, pero la cosa estaba difícil, el joven aristócrata y sus aliados tenían que vérselas de lleno contra los agraciados entre los comunes, los cuales, pese a ser más débiles que él, eran más numerosos.
Lerek se dio cuenta de que su enemigo no era uno que podía tomar a la ligera, por lo que comenzó a utilizar todos los milagros que su Gracia había reactivado en él. De repente, el pretendiente al trono de Latinum se volvió ágil como una serpiente, certero como un águila y fuerte como un toro, cosa que hiso retroceder a Augusto, que ahora pasaba a la defensiva.
Su aura radiante también se activó, y Augusto reparó tarde en su existencia, solo dándose cuenta de ella cuando su armadura corporal y su arma comenzaron a levantar temperatura. El guerrero ahora estaba tenía, además de cortes, quemaduras en sus brazos y rostro. Lerek era, sin lugar a dudas, un monstruo.
—¿Qué pasa, Augusto? ¿Acaso te estás quedando sin aliento?
Augusto respondió contraatacando, pero Lerek fue capaz de evadir la alabarda y acertar una estocada en el brazo de su oponente, que tuvo que pegar un salto atrás para tomar distancia a la vez que gruñía por el dolor.
Yafar y su enemiga, la poderosa técnica Lyra, estaban parados el uno frente al otro, trabados en un furioso combate cuerpo a cuerpo que no tenía parangón a nada que nadie a su alrededor hubiera visto jamás; ninguno de los dos se detenía, pese a estar agotados y heridos, y seguían lanzando golpes y patadas sin cesar. La armadura de Yafar, pese a ser mágica, estaba toda abollada allá dónde Lyra había lanzado sus puñetazos, mientras que ella sangraba allá dónde Yafar había conectado sus poderosos golpes.
—¡No te detengas, hace siglos que no me divertía tanto! —gritó Yafar con una gran sonrisa, mostrando todos sus dientes y sus afilados colmillos.
Lyra no respondía, seguía lanzando golpes. En eso, Lyra notó algo con el rabillo del ojo y tuvo que retroceder de un salto, esquivando por un pelo decenas de proyectiles de sangre cristalizada. Zeras había entrado en el combate, pero no solo ella, sino también otros Aristócratas, que se interpusieron entre Lyra y Yafar.
—¿¡Qué hacen!? —preguntó Yafar mirando a aquellos que estaban entre él y su enemiga.
—La batalla terminó, Yafar —señaló Zeras.
Yafar vio entonces que, en efecto, los Comunes Agraciados estaban todos muertos. Tan embriagado por la lucha había estado que había perdido noción de sus alrededores.
—Deja de jugar de una vez —le dijo Zeras—, nosotros la eliminaremos si tú no puedes hacerlo.
Lyra estaba en problemas, entre ella y su antiguo oponente había un total de cinco Aristócratas de los siete que originalmente habían resguardado la calle, y, para colmo de males, estos estaban apoyados por la sángrica aquella, esa que había tomado posición junto a su rival.
Tenía que escapar, por lo que puso en acción su plan de fuga.
—¡Sigan soñando que van a atraparme, idiotas de cuna dorada! —gritó Lyra.
Entonces, de los brazos mecánicos de la técnica comenzó a salir un humo blanco espeso que, en unos segundos, cubrió toda la zona a su alrededor. Nadie podía ver nada, estaban enceguecidos, pero el humo duró medio minuto nomás, y se disipó sin dejar rastro. La técnica no estaba en ninguna parte, había desaparecido también.
Lerek se abalanzó sobre Augusto, el cual solo podía retroceder a la vez que detenía o desviaba la espada de su oponente. No podría seguir luchando más, no con esa herida profunda en su brazo y el agotamiento producto de parar la magia de la espada de su oponente. Fue entonces que Lerek dejó el combate y se alejó de un salto, pero no para huir, sino para lanzar otro ataque con su espada, de la cual salió despedida una onda expansiva filosa, que rápidamente atravesó el espacio entre ellos.
Augusto volvió a interponer su arma contra este ataque, solo que estaba vez, al recibir el impacto, salió volando por el campo de batalla y fue a dar contra una pared. Había detenido el ataque de su rival, sí, pero esta vez había resultado gravemente herido en el proceso.
Lerek vio a Augusto luchando por ponerse de pie y fue en ese momento en que decidió que era hora para acabarlo de una vez y para siempre, pero, mientras estaba caminando hacia él, una pared de fuego se alzó entre él y su enemigo.
—No dejaré que lo asesines —exclamó una voz femenina sobre todo el bullicio de la batalla.
Lerek reconoció en el acto esa voz y, al ver a un costado vio, rodeada de los cuerpos inertes de guardias y aristócratas, a una jovencita vestida en armadura negra.
—¡NIQ! —gritó Lerek con una gigantesca sonrisa de sorpresa y emoción.
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Pirámide de Sangre
VampireLerek, un vampiro de la más alta casta aristocrática, ve su corona usurpa por un aristócrata rival, lo cual lo lleva al exilio en Nueva Babilonia. El antiguo rey de Latinum debe ahora acomodarse a su nueva realidad y asumir que es y será un Desgraci...