Lerek se mostró extremadamente complacido ante su recién hallado oponente... "La Alabarda del Sol", había escuchado ese nombre antes: algo sobre batallas en Sicilia, Cerdeña y Córcega, quizá sobre una que otra escaramuza en Hispania, dónde ese nombre se había mencionado, pero nada más. Aun así, Lerek tenía la sensación de que, en su tiempo, su sola mención significó otra forma de encarar batallas, de comandar sus ejércitos, de planear sus conquistas, quizá él, en la época de la Gran Guerra, fue parte de los famosos "Trece Apóstatas de la Humanidad", aquellos Agraciados que fueron, durante toda la guerra, una espina ponzoñosa clavada en el costado del aparato militar imperial.
Augusto comenzó a atacar, pasando completamente a la ofensiva, manteniendo a Lerek en un mismo lugar y en una actitud defensiva de la que no podía salir si deseaba conservar su cuerpo en una pieza. Los golpes volaban de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, de arriba a abajo y de abajo a arriba, dibujando arcos horizontales, verticales y diagonales.
Lerek, por su parte, solo se pudo limitar a detener y desviar los golpes de su adversario haciendo uso de la espada de Rómulo, que aún llevaba envainada.
—¿¡Por qué no desenvainas tu espada, Lerek de Latinum!? —preguntó Augusto mientras atacaba.
—¿Dónde estaría la diversión si hago eso? —le retrocó Lerek esgrimiendo una gran sonrisa.
Yafar y Lyra intercambiaban puñetazos como si no hubiera un mañana. Ambos se golpeaban, se esquivaban y se bloqueaban, dándose en la cara, en el pecho, en los brazos y en las piernas. Era una lucha que, desde afuera, parecía titánica, heroica, y había atraído la mirada de más de un hereje y un aristócrata que luchaba a sus alrededores.
Yafar estaba sorprendido y su rostro no podía ocultarlo, nunca había esperado que una técnica, alguien que nunca en su vida había experimentado la Gracia, resultara ser tan resistente y habilidosa en combate. Es verdad, los brazos de la joven eran una complicada alianza entre magia e ingeniería, pero eso por sí solo no podía ser la sola causa de su gran poder.
—¿Dónde aprendiste a luchar así? —preguntó Yafar mientras retenía los puños de su oponente con ambas manos, sin poder, por más que lo intentara, romper las manos mecánicas con presión.
—Tuve muchos maestros, algunos honorables, otros-
En ese momento la técnica acortó la distancia con Yafar y le lanzó un cabezazo, el cual hizo que el aristócrata retrocediera un par de pasos medio aturdido, habiendo recibido el golpe directo entre las cejas.
—Eran de la peor calaña —completó Lyra.
—¡Ese fue un golpe bajo! —exclamó Yafar.
Pero, justo al terminar esas palabras, Yafar tuvo que reponerse para desviar un puñetazo que iba apuntado directo a su rostro, el cual, de seguro, le habría dejado un agujero en lugar de cara.
—¡Casi! —gritó Yafar sonriendo.
El aristócrata pasó entonces a la ofensiva y su rival a la defensiva. Sin lugar a dudas había algo especial en esa chica, algo que ardía, muy en lo profundo de su ser, con la misma intensidad que una Gracia ¿pero qué?
Pasaron unos largos minutos antes de que Lerek reparara en sus alrededores. A su izquierda y a su derecha los aristócratas de la ciudad habían perdido terreno, cuatro de ellos estaban muertos en las calles, tres estaban gravemente heridos y los restantes combatían vacilantemente, listos para darse a la fuga de vuelta a sus zigurats si las cosas se complicaban aún más. Pero lo peor de todo era que la retaguardia de los guardias de la ciudad estaba expuesta, y más de uno de los herejes agraciados estaba midiendo el momento de su oportunidad para asaltar la falange por atrás.
—Me temo que nuestra batalla debe terminar aquí, Augusto.
Lerek retrocedió de un salto y en el aire desenvainó su espada. El poder de la espada de Rómulo se dejó sentir por todo el campo de batalla como un latido, era obvio para todos los combatientes que ese artefacto contenía una magia tremendamente poderosa, y este poder estaba a punto de ser liberado.
—¡Hasta nunca, Alabarda del Sol!
Lerek lanzó un tajo al aire en dirección a Augusto, y de la espada salió una filosa onda expansiva. Agusuto no estaba preparado para saltar fuera del camino de aquel poder, por lo que se preparó para recibirlo de lleno el golpe, interponiendo el asta de su alabarda a modo de defensa.
El campo de batalla se agitó, escuchándose una explosión, a lo que siguió el alzamiento de una alta columna de polvo allá dónde Augusto había recibido el golpe. Lerek se mostró desconcertado, no esperaba una columna de humo, sino una de sangre... ¿podía ser...? No, era imposible que aquel sujeto siguiera vivo... y sin embargo, una vez el polvo levantado se asentó, Lerek pudo ver allí parado a su rival.
La Alabarda del Sol seguía allí, en una pieza, empuñando su arma con un fuerte agarre. Pero no estaba intacto, Augusto estaba agotado y sus brazos estaban todos desgarrados, saliéndose de estas rojas rasgaduras una copiosa cantidad de sangre que se derramaba en el suelo roto a sus pies.
—No puedo perder contra ti, Lerek de Latinum —dijo, entre jadeos, Augusto—. Ellos nunca me lo perdonarían...
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Pirámide de Sangre
VampireLerek, un vampiro de la más alta casta aristocrática, ve su corona usurpa por un aristócrata rival, lo cual lo lleva al exilio en Nueva Babilonia. El antiguo rey de Latinum debe ahora acomodarse a su nueva realidad y asumir que es y será un Desgraci...