El barco arribó a Creta bajo el amparo de las lunas y las estrellas; la Gran Luna brillaba con fuerza en el firmamento, flanqueada por las tres lunas pequeñas, dos de las cuales se encontraban en un perpetuo cuarto creciente, mientras que una de ellas estaba en cuarto menguante. Aquel era un cielo hermoso, poblado de estrellas centellantes, las cual eran visibles claramente gracias a que no había luces provenientes de ciudades densamente pobladas o de pueblos bulliciosos, el mundo era, literalmente, una gran tumba carente de luces artificiales. Arlet no se cansaba de ver ese cielo y de disfrutar de la luz de las lunas, las cuales le permitían ver claramente pese a ser media noche en esa tierra.
Lerek y sus aliados desembarcaron en lo que quedaba de un puerto olvidado por los mapas y el tiempo, abriéndose paso hacia el interior de una ciudad de piedra abandonada y en ruinas.
—¿Qué pasó aquí? —preguntó Arlet, mirando las casas ruinosas desde la cubierta del barco; ella, junto a los demás ganados, no se habían bajado a tierra firme.
—Una masacre, seguramente —le respondió Sombra, que tenía un pie sobre la baranda de popa, mirando el océano—. Los ejércitos del Emperador deben de haber arrasado estas tierras y cazado hasta al último humano que habitaba este lugar... ahora solo quedan sombras y dolorosos recuerdos de lo que una vez fue.
Sombra era un sujeto interesante, Arlet no podía decir si sus palabras eran producto de un profundo cinismo hacia sus amos o de una rebeldía incipiente, que lentamente estaba germinando dentro de su ser. A diferencia de Perla, Bella y Milagro, aquel joven era más acertado en sus observaciones, y se daba menos rodeos, no embelleciendo su discurso con palabras complejas o complicadas descripciones.
—¿Alguno tiene idea de qué pasó con Atenas o con Esparta? —Arlet no estaba segura si esos nombres significaban algo en este mundo al que había ido a parar, pero su mente le decía que, en cierto modo, la historia del hombre siguió un camino similar a la de su propio mundo.
Sombra se sobresaltó, bajó el pie de la baranda y se acercó a Arlet con pasos decididos y ruidosos.
—No menciones los Nombres, solo los Sabios puedes decirlos.
—¿Qué pasa con los nombres de esas ciudades?
—Solo los estudiosos de las Torres tienen permitido indagar en el pasado humano, nosotros no.
—Pero sabes algo, lo veo en tus ojos ¿Acaso te suena el nombre Platón, Aristóteles, Sócrates?
Cada nombre mutilaba más el rostro de Sombra, que se veía completamente fuera de sí.
—Tal vez me dijeron algo sobre esas ciudades y sobre esos nombres, quizá sé que resistieron hasta el último hombre pero no pudieron frenar el avance de los aristócratas y sus ejércitos, pero no puedo mencionar nada más, el resto es un secreto de la Historia que solo los Sabios pueden estudiar.
—¿Y cómo es qué tú sabes tanto?
—Digamos que soy... una sombra.
Lerek y su séquito se abrieron paso hacia la acrópolis de la ciudad, un edificio espectacular que aún conservaba las estatuas de los dioses de los humanos. Era un lugar hermoso, grande y espacioso, a cuyo interior se dirigió Lerek.
Allí había una espada incrustada en el pecho de una estatua, la cual Merekar, Yafar y Zeras no tardaron en notar... esa era una espada mágica, la cual estaba bajo un poderoso hechizo de protección, solo su dueño sería capaz de empuñarla. La espada era hermosa, con una empuñadura de madera y una hoja corta pero ancha, muy parecida a las gladius que usaban los legionarios romanos cuando estos existían.
—¿Un arma humana de la Guerra? —preguntó Zeras levantando una ceja.
—Claramente —contestó Yafar, sorprendido—. Solo ellos eran capaces de este tipo de magia.
Lerek fue hacia la espada y la tomó con la mano derecha. Sus aliados se sobresaltaron, la espada tenía un hechizo que claramente era para rechazar a todo aquel que intentara blandirla sin permiso. Pero Lerek, pese a sacar chispas su contacto, se resistió a este conjuro, negándose a soltar la espada que claramente intentaba deshacerse de él con toda su energía.
—¡Lerek, suelta esa espada! —gritó Merekar—. ¡Te matará!
Pero Lerek no escuchó y siguió sosteniendo la empuñadura del arma, la cual sacó de la estatua como si fuera un instrumento increíblemente pesado. Fue en ese momento que el hechizo de protección se desvaneció, quedando en su lugar una energía mágica de fuerza casi incontenible, la espada vibraba y resonaba en el ambiente.
—Esta es mi espada —dijo Lerek—. ¡La espada del gran héroe romano Rómulo, al cual derroté en los campos de Latinum! Vean su poder, sed testigos de su filo.
Lerek cortó el aire delante de él y una onda expansiva salió disparada hacia adelante, la cual era filosa como el acero de la espada. Todo lo que estaba en su camino fue cortado o partido a la mitad, no deteniéndose ante la pared del recinto, la cual fue atravesada de lado a lado limpiamente, dejando un gran tajo por el que se podían ver las estrellas de afuera.
—Por todos los dioses Lerek —dijo Yafar—. ¿Por qué dejaste esta espada si era tan poderosa?
—Porque no se puede blandir sin Gracia o sin el Milagro de Rómulo. Ahora tengo mi Gracia, y mis Milagros se van despertando uno por uno... vámonos, mis aliados, nuestro barco nos espera.
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Pirámide de Sangre
VampireLerek, un vampiro de la más alta casta aristocrática, ve su corona usurpa por un aristócrata rival, lo cual lo lleva al exilio en Nueva Babilonia. El antiguo rey de Latinum debe ahora acomodarse a su nueva realidad y asumir que es y será un Desgraci...