Lerek, flanqueado por su séquito, comenzó a caminar hacia los vagones de pasajeros de los aristócratas. El camino era uno corto desde el vagón comedor, solo tenía que pasar por el vagón biblioteca y el vagón de descanso, por lo que pronto llegaron a las gigantescas cabinas de las que disponía la Aristocracia para descansar y pasar el rato.
Lerek no tenía que revisarlas una por una buscando a la persona que perseguía, la podía oler en el aire, como un sabueso a su presa. Ese perfume a flores primaverales de Latinum, ese olor dulzón, casi tóxico... no cabían dudas, era ella, ella estaba en el tren.
En eso, Lerek y su séquito fueron atacados por unos tres encapuchados que salieron de repente de una de las cabinas, pero estos no tuvieron ni una sola oportunidad, eran vampiros sin Gracia, armados con armas mágicas sí, pero sin Gracia con la que respaldar el peligro que suponían sus herramientas asesinas.
Cuando cayó el último de los asesinos a manos del séquito de su objetivo, Lerek sonrió.
—No gasten toda su Gracia en estos gusanos. Tomen sus armas y síganme, tenemos a una araña venenosa en este tren, y nos está observando desde todas las esquinas.
Merekar fue rápido en notar las arañas en las esquinas del techo del vagón, las cuales los miraban quietas en su lugar, acurrucadas, esperando no ser descubiertas.
—Sin lugar a duda nos está observando —dijo Merekar— ¿No es eso un problema?
—No —le respondió Lerek—, quiero que sepa que voy por ella.
Arlet sabía que el vampiro al que le había clavado el cuchillo en el ojo la estaba siguiendo, torpemente y constreñido por el dolor, pero la estaba siguiendo. Fue así que se topó con el cadáver de un guardia, aquel que cuidaba el acceso a los vagones de los ganados, había sido degollado, su sangre clara estaba por todo el suelo a su alrededor.
—Veo que intentaste protegerme... —dijo Arlet, saltando el cuerpo —. Una pena que no lograste parar a ese desgraciado.
La joven entró entonces en un vagón iluminado, como todos los otros, solo por la luz de la luna, la cual se filtraba por los ventanales de las paredes. Arlet podía ver, no perfecto pero podía verlos claramente, todos los muebles que había en el vagón. Había un montón de sillones largos, de esos dónde la gente suele acostarse, y vidrieras con distintas reliquias y decoraciones. En ese momento no había nadie en ese vagón, pero Arlet sabía lo que pasaba allí cuando había gente: allí se alimentaban los vampiros cuando tenían urgencia de sangre humana, de sangre de sus ganados.
Fácilmente, la joven comenzó a caminar hacia la entrada del siguiente vagón.
—¡Maldita! —escuchó Arlet a sus espaldas y, al voltear, vio al vampiro tuerto —¿¡Tienes idea de cuánto tiempo tardará en sanar mi ojo!?
Arlet ingresó en el siguiente vagón rápidamente; este era otro vagón para beber, pero en este sí había un par de vampiros aristócratas, que estaban teniendo una conversación ligera entre ellos. Estos notaron rápidamente a Arlet, sacudiendo la cabeza sorprendidos al ver a la joven surgir del vagón siguiente, dónde no debería haber nadie.
Arlet no les prestó atención y rápidamente corrió al siguiente vagón, momento en que el vampiro tuerto surgió del anterior vagón, a lo que los aristócratas respondieron sacudiendo aún más la cabeza, más confundidos que antes.
Lerek llegó ante la cabina dónde se encontraba su presa. A su paso él y su séquito dejaron por lo menos diez cadáveres de asesinos sin Gracia; el tren, claramente, había sido abordado en algún punto por una gran cantidad de agentes de Latinum que, por lo visto, no pensaban en él como alguien fácil de eliminar, amén de cuantos eran.
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Pirámide de Sangre
VampireLerek, un vampiro de la más alta casta aristocrática, ve su corona usurpa por un aristócrata rival, lo cual lo lleva al exilio en Nueva Babilonia. El antiguo rey de Latinum debe ahora acomodarse a su nueva realidad y asumir que es y será un Desgraci...