Travis, el explorador

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El joven se despertó hambriento y con el cuerpo entumecido. A su alrededor se alzaban paredes de piedra, todas cubiertas por espesas enredaderas. Un agujero en el techo permitía que se colara la luz de la luna y las estrellas, las cuales brillaban orgullosas en el firmamento.

—No te muevas mucho —dijo la voz de una mujer—, ahí tienes unas raíces, cebollas y manzanas. Todo proveído por las reservas del Emperador. No pude encontrar más, pero debería ser suficiente.

El joven ni miró a quien hablaba, optando por abalanzarse sobre la comida que descansaba a su lado, tragando casi sin saborear los frutos y las verduras, nunca en su vida había padecido tanta hambre. Esta comida, pese a su paso rápido por su paladar, era deliciosa, no estaba cocinada ni nada, estaba directamente arrancada de la tierra y cultivada del árbol.

—¿Cómo es que hablas mi idioma? —preguntó el joven—. Antes sonabas como si hablaras en un trabalenguas.

—Hablaba sumerio, que es la lengua más bella que existe, imposible de comparar con tu primitivo y desgarrado latín.

—No hablo latín.

—No, hablas francés.

—¿Cómo lo sabes?

—Tu sangre me dijo muchas cosas, Travis; cosas maravillosas, cosas horripilantes, no fue difícil de entender, tu voluntad era débil, respondiendo a mis preguntas sin dudarlo demasiado. Es más, se podría decir que fue cooperativa en muchas cosas, como si se hubiera resignado a su destino.

Travis se movió incómodo, aún no se le iba el entumecimiento. Solo entonces vio a su interlocutora; era una mujer hermosa, de prominente pecho, atlética figura y pelo negro como la noche. Sus ojos eran rojos, un rojo brillante que reflejaba la luz que ingresaba por la hendidura en el techo y las ventanas del edificio.

—Dejaste atrás a millones de los tuyos —siguió la mujer—, todo para encontrar un camino en el Túnel que los demás pudieran seguir. Eres un explorador, un buscador de senderos, y lo fuiste desde tu niñez. Travis, puedo ayudarte a iluminar el camino para tu pueblo.

—¿Cómo?

—Bebe esto y lo sabrás...

La mujer le ofreció entonces una cantimplora, que él agarró sin pensarlo dos veces y que, de un saque, tomó, dispuesto a lo que fuera a pasar.

Era sangre, lo que contenía la cantimplora era sangre, pero era una sangre dulzona, una sangre deliciosa. En eso a su mente vinieron imágenes del pasado, de grandes batallas, de vida en suntuosos palacios, de idiomas desconocidos, de palabras, letras y signos, que ahora Travis no solo conocía sino que era capaz de hablar y leer. Y entonces vino otro tipo de conocimientos, conocimientos que se le daban por voluntad propia; así, Travis supo de otros mundos, de otros planos de existencia, de magia y rituales... todo vino a él, como la corriente de un río imparable.



Arlet se despertó, estaba sola en una gran habitación. Los recuerdos de los días anteriores eran confusos, sabiendo solo que había sido cuidada y alimentada entre fiebre, delirios y fuertes dolores.

—Al fin despiertas —la voz era suave, femenina y venía de un lugar cercano.

Arlet giró la cabeza y vio a una joven en una cama; esta no llegaba a los quince años, y tenía vendado todo el cuello y los hombros, su pelo era negro azabache, cortado corto. Esta chica estaba inmóvil, acostada sobre su espalda, mirándola de reojo.

—¿Qué te pasó? —preguntó Arlet.

—Mi amo tenía sed, y se emocionó al verme, me mordió más de una vez y algunas veces me arrancó pedazos de carne, pero pronto estaré bien y lista para servirle otra vez.

—¿Cómo que se emocionó? —preguntó Arlet, consternada.

—Había utilizado su Gracia en un duelo, supongo que sentía como lo carcomía la Desgracia y entró en pánico.

Arlet trató de moverse, pero un potente dolor le asaltó el hombro derecho, allí donde la había mordido Dido.

—No te esfuerces, por lo visto tú amo también...

—¡No fue mi amo! ¡Y él no es mi amo! ¡No soy propiedad de nadie!

Arlet entró en pánico, estaba teniendo un ataque, el estrés ya era demasiado, ya no podía resistirlo más, no podía soportarlo más. Quería irse de allí, escapar a un bosque lejano y vivir como una ermitaña el resto de su vida. Le estaba costando respirar, el dolor del hombro la estaba volviendo loca, quería gritar, quería... quería escapar, quería desaparecer.

—Tranquilízate... ya vendrán con comida para nosotras. Trata de descansar, pronto serás dada de alta, tu herida tal vez fuera un problema, pero ya estás consciente, y eso es bueno.

Arlet se abrazó a sí misma, no quería saber nada con ser dada de alta, o de recibir más tratados como un simple animal, ella era una humana, y era un orgullo ser un humano, y pensaba defender su voluntad.

Pirámide de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora