INOCENTE

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Sandra corrió, adentrándose en un barrio, con la mujer detrás de ella.

-¡Espera, espera!-gritó la bandida.

La niňa, obviamente, no la hizo caso y siguió avanzando, dobló una esquina y llegó a una calle con apartamentos en ambos lados. Volvió la vista y vió que aún sacaba un buen trecho a la mujer. Se metió en el primer apartamento que vió y ascendió. Al entrar, se dejó caer de rodillas y comenzó a jadear. Una vez se recuperó, se asomó sigilosamente a la ventana y vió a la bandida justo debajo de ella, respiraba entrecortadamente y estaba apoyada sobre sus rodillas. Sandra vió una maceta al lado de la ventana, y una macabra idea la cruzó por la mente. Cogió el objeto y esperó a que la mujer pasara justo debajo de ella. Cuando su enemiga se incorporó, comenzó a buscarla con la mirada, mientras andaba lentamente. Era el momento. Sandra lanzó con todas sus fuerzas la maceta hacia abajo. Se oyó el ruido del objeto rompiéndose. La mujer cayó al suelo, con el cráneo sangrando a borbotones. Bajó a toda prisa las escaleras y salió de allí, ignorando el cuerpo de la bandida. Echó a correr, buscando el camino de vuelta al faro. Había algún que otro zombi, pero Sandra los evitaba con facilidad. Dobló una esquina y pasó junto a una ventana abierta, únicamente, por una rendija. Y de pronto, de ella, salió una mano que la aferró del pelo y la atrapó. Sandra gritó. Una criatura estaba al otro lado de la ventana, pero, por fortuna, estaba lo suficientemente cerrada como para que el zombi no la mordiese, y únicamente le permitía sacar el brazo. Los gritos de la niňa atrajeron la atención de una criatura, que comenzó a acercarse, lentamente. Sandra comenzó a patalear, tratando de zafarse, pero el zombi la tenía fuertemente atrapada. El otro estaba encima de ella, pero la niňa le puso los pies en la tripa y lo empujó con todas sus fuerzas. La criatura cayó al suelo, pero segundos después, se levantaba. Sandra gritó, con los ojos llenos de lágrimas. Y justo sonó un disparo que mató al zombi. Vió detrás de él, a su madre, a Leticia y a Saúl. Lidia corrió hacia su hija, la liberó y la abrazó.

-Dios, mi niña-susurró, emocionada-. No puedo creer que se atrevieran a hacerte daňo. A mi niňa, a mi niňa inocente.

-Ya, pero ahora estoy bien-dijo Sandra, recordando a la mujer que mató.

HambrientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora