Subieron corriendo la cuesta, pero era tarde. La horda ya los había visto y subía tras ellos. Ascendieron por la escalera de piedra y corrieron por el sendero hacia la casa. Entraron en ella.
-Coged todas las bolsas, ropa y agua que podáis.
-¿Por qué?- preguntó Sandra.
-Los zombis no pueden subir hasta aquí-dijo Alberto.
-Sí, sí que pueden-dijo Leticia tras una pausa.
Hicieron caso a Leticia y salieron de la casa. Los zombis estaban preocupantemente cerca. La joven le dió una pistola a Sandra y cogió otra para ella, Alberto ya tenía. Las pistolas que encontraron en la comisaría podrían salvarles la vida. Echaron a correr hacia el sendero, y las criaturas los siguieron, lentas. Los 3 fueron en la dirección contraria a las criaturas. Estuvieron así largo rato, hasta que descendieron y finalmente salieron de la montaña, volvían estar en la ciudad. Corrieron a una dirección al azar, y doblaron una esquina. Se encontraron con 3 hombres que estaban destrozando la vidriera de una tienda, probablemente, para saquearla. Los individuos repararon en ellos y detuvieron su labor. Leticia se guardó la pistola en un bolsillo trasero del pantalón, antes de que lo vieran. Uno de los bandidos sonrió siniestramente.
-Vaya, vaya-dijo al tiempo que sacaba una pistola y los apuntaba-,¿qué tenemos aquí?
Los hombres imitaron al que parecía ser el jefe y los apuntaron con pistolas. Sandra y Alberto a su vez, los apuntaron a ellos.
-Bajad las armas-advirtió otro de los hombres-, y manos arriba.
-Haced lo que dicen-susurró Leticia, tensa.
Los niňos dudaron, pero obedecieron.
-Así me gusta-dijo el jefe-. Bien, hace tiempo que buscamos una mujer para el grupo. Somos más, pero todos son hombres. En cuanto a los niňos, podemos buscarles algún trabajo.
El hombre siguió hablando, pero Leticia no lo escuchaba, estaba oyendo la mezcla de gritos y gemidos que emitía la horda que los había seguido por la montaña. Habían bajado la montaña y estaban cerca de ellos. Aguardó a que los zombis se acercasen más.
-¡Te acabo de hacer una pregunta!-gritó el jefe.
-Dios santo...-dijo uno de ellos al ver a la horda aparecer.
Leticia no esperó. Sacó su pistola y disparó al jefe en la pierna, que cayó al suelo, entre gritos. Apuntó a otro de los hombres y le dió en el cráneo. El último estaba apuntándola cuando recibió un disparo en el estómago. Miró a Sandra, sostenía el arma y la miraba con los ojos como platos. Leticia se quedó sorprendida y miró a Alberto, estaba como ella, alucinando.
-¡Corred!-gritó Leticia tras sobreponerse de la sorpresa.
Los tres huyeron por las calles de la ciudad. Mientras los bandidos eran devorados.
Todos salieron aturdidos de las tiendas. Solo vieron a Saúl en mitad de la carretera, atónito, y un autobús volcado un poco más allá.
-¿Se puede saber qué ha pasado?-gritó Pablo, saliendo de la tienda.
Los demás también salieron. Saúl se lo explicó todo. El autobús que vieron antes de salir del supermercado y el incidente. Mientras hablaban, la puerta del vehículo se abrió de golpe.
-¡Mierda!-gritó una voz femenina-¿Dónde está el idiota que nos ha disparado?
En ese momento, una mujer de unos 25 aňos salió del autobús. Tenía pelo negro, ojos marrones y de estatura media. Al ver a tanta gente, se asustó y sacó una pistola, apuntándolos frenéticamente.
-¿Quiénes sois?-preguntó, temerosa.
Saúl apuntó a la mujer con su arma.
-Relájate-dijo Pablo-, somos inofensivos. Saúl baja el arma, maldita sea.
El muchacho le hizo caso.
-¿Hay alguien más ahí dentro?-preguntó Lidia.
-Sí.
-¿Cómo te llamas?-preguntó Coral.
-Sol.
-¿Y los demás que están contigo?-aňadió Pablo.
La mujer pareció dudar antes de responder.
-Pedro, mi abuelo, que se a hecho daño por el accidente, y Carlos, un chico al que rescatamos hace tiempo.
El grupo se lo pensó un poco antes de hablar.
-¿Tenéis rumbo?-preguntó Lidia.
-Solo sobrevivir.
-Igual que nosotros-dijo Saúl.
-Podéis quedaros con nosotros-dijo Coral, mirando a Pablo.
-Al fin y al cabo, cuantos más seamos mejor-aňadió Eva.
Sol sonrió y los dos desconocidos salieron del autobús.
