LEY DE VIDA

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-Mucha suerte-dijo Leticia presionando suavemente el brazo de Pablo.
El hombre sonrió levemente y se dirigió a la puerta del pabellón. El juicio había pasado el día anterior, y Leticia fue la única que acompañó a Pablo.
-Si necesitas ayuda, llámame-dijo la joven.
-Lo haré.
Entró en el pabellón y cerró la puerta tras de sí. Luego de inspeccionar el lugar, localizó a Saúl en una esquina, con la ropa mojada y rota. Pablo cargó su arma y lo apuntó, temblando. Realmente no quería hacerlo, pero debía. Cuando estaba a punto de apretar el gatillo, el joven habló.
-No aguanto más.
Pablo lo miró, asombrado, y esperó a que siguiera hablando.
-No entiendo nada. Mi Coral está muerta. Vivir no nos sirve para nada. Vivimos sin vivir en un mundo donde los muertos matan. No es justo.
Pablo bajó su arma, y se acercó lentamente hacia él. Podría haber recuperado la cordura y en tal caso no sería necesario matarlo. Eso producía un inmenso alivio en el hombre.
-¿Qué me ofrece la vida?
Pablo dudó antes de responder.
-Seguridad, y ante todo, vivir.
-Sí, seguridad. El supermercado también era seguro, y murieron Lara, Hugo y Ramón. El faro también era seguro y murieron Pedro, Carlos y Eva. El polideportivo también es seguro, y por ahora Coral ha muerto. Ningún lugar está a salvo de ellos.
-Se puede intentar. Yo perdí a mi mujer el día que os salvé en aquel avión. Intenté sacarla y no pude. Luego os ví allí, tan asustados, y os ayudé.
-Tenías una pistola. Yo en tu lugar me la hubiera puesto en la boca y apretado el gatillo.
Pablo tragó saliva. Saúl se había vuelto cuerdo, podía volver a ser como antes, aunque su actitud nunca sería la misma.
-La vida merece la pena-dijo.
-Mientes.
-¿Por qué iba a hacerlo?
El silencio se apoderó del lugar.
-¡Porque sé que quieres matarme!-gritó Saúl mientras se abalanzaba sobre Pablo.
Ni siquiera se había dado cuenta de que se había acercado peligrosamente al muchacho.
-¡Quieres matarme!-chilló el joven mientras golpeaba al hombre.
La pistola había quedado claramente fuera de su alcance, y Pablo estaba atrapado en la espiral de golpes que Saúl le proporcionaba.
-¡Leticia!-gritó mientras devolvía un golpe al chico.
Pero éste se enfureció todavía más y lo dejó al borde de la inconsciencia. Se levantó y puso la pistola en la frente de Pablo.
-¡Vivir no merece la pena maldito mentiroso!
Justo cuando iba a apretar el gatillo, un disparo resonó en las paredes del pabellón. Saúl cayó muerto con un agujero de bala en el ojo.
-Gracias Dios-gimió Pablo.
-¿Estás bien?-preguntó Leticia acercándose al hombre.
Su rostro reflejaba alivio, preocupación y dolor.
-No-respondió-. Pero gracias.

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