ELECCIÓN

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Carlos había pasado 2 días inconsciente. Y al despertar, débil y pálido, se había puesto a llorar como un niño. Sol le había vendado la herida, y le habían advertido de las dificultades. Pero el chico parecía no oírles. Simplemente se quedaba allí tumbado, con la mirada perdida.

Ya habían pasado 3 días desde que el joven se había puesto de nuevo en pie. No hablaba con nadie, simplemente, se sentaba cerca del acantilado y miraba el mar, casi sin verlo. El Carlos alegre y hablador había muerto. Evitaba a todo el mundo y se encerraba en sus pensamientos. Ni siquiera hablaba con Eva, su mejor amiga. A pesar de todo, el grupo siguió con sus tareas habituales.

-Se nos acaban las provisiones-informó Leticia mientras cenaban comida enlatada.

-Tendremos que salir. Mañana por la mañana, así habrá más luz-dijo Saúl.

-¿Quién irá?-preguntó Pedro.

-Yo-dijo Leticia.

-Y nosotros-sonrió Coral, cogiéndole la mano a su novio.

Lidia se puso tensa. No quería quedarse allí con el violador del faro. Además, si volvía a intentarlo, solo tendría a sus hijos, a 2 adolescentes, un anciano y una chica para ayudarla. No quería correr riesgos.

-Yo también iré-anunció.

Miró a Pablo y le vió mirándola de reojo. Pronto sintió una punzada de miedo. Él podría ser un depravado.

-Mamá, no quiero que te pase nada-susurró Sandra.

-Estaré bien, cariño-dijo Lidia intentando tranquilizarla.

Volvió a sumergirse en sus pensamientos.

Si Pablo era un pervertido, podría intentarlo con Sol, o con Eva o con Sandra. La sola idea la aterraba.

-Alberto-susurró a su hijo-. Cuida a tu hermana y no te separes de ella. Y vigila también a Eva.

-De acuerdo-respondió.

Terminaron de cenar y se fueron a sus dormitorios, todos salvo Leticia, que la tocaba vigilar en el faro 2 horas, después le tocaba a Sol.

Tiempo después, cuando todos dormían, una sombra cogió sigilosamente una pistola y salió al exterior.

Leticia estaba a punto de acabar su turno cuando vió una figura que se acercaba al acantilado. La joven se aproximó al cristal y entrecerró los ojos. Era Carlos. Siguió mirando, preguntándose que hacía allí, y distinguió lo que el chico llevaba entre las manos. Y lo comprendió.

-¡No!-gritó golpeando el cristal.

Pero no la oyó. Se acercó el arma al cráneo.

-¡No lo hagas, maldita sea!-chilló, con los ojos llenos de lágrimas.

Y un disparo llenó el silencio de la noche.

HambrientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora