Leticia, Lidia, Pablo y Sol habían salido a buscar comida. Ya habían pasado 10 días desde la muerte de Coral, y Saúl no mejoraba, al contrario, iba a peor. A veces se quedaba mirando a un punto fijo, otras se aislaba, incluso no comía. Pero lo peor sucedió aquella tarde. Alberto y Sandra jugaban de vez en cuando en la piscina cubierta, y pensaron que sería una buena idea invitarle a nadar. En ese momento, los hermanos jugaban en la piscina de juegos, y Saúl nadaba dando largos, pero se quedó mirando fijamente a los niňos, y algo en su cabeza le pidió descargar la frustración que tenía. Y lo haría con ellos. Salió del agua y saltó sobre la piscina de juegos. Alberto y Sandra lo miraron extrañados, pero justo entonces, Saúl agarró al niňo del cuello y lo sumergió. Sandra gritó mientras le daba puňetazos, pero fue inútil. Salió de la piscina y buscó algo con que ayudar a su hermano. Vió una silla de plástico, se la arrojó, pero no llego a su destino ni de lejos. Lo mismo pasó con la mesa de plástico y con las hamacas. Entonces vió un maravilloso objeto que la salvó la vida tiempo atrás. Podría matarlo, pero era su única opción. Lo cogió y miró a Saúl. Las burbujas que salían antes del agua habían cesado, y ella, asustada y furiosa, lanzó su posible salvación. Bingo. La maceta se partió sobre la cabeza de Saúl, el cuál se desmayó por el golpe. Sandra se dijo que las macetas son mejor ayuda que las pistolas, y justo entonces, su hermano emergió del agua con una gran bocanada.
-¡Casi me mata!-jadeó Alberto.
-Bueno, pero no lo ha hecho, venga sácale del agua.
Le dejaron allí inconsciente, y, una vez se vistieron, salieron al exterior y cerraron el pabellón con llave. Una vez fuera, se encontraron a 2 hombres y 1 mujer desconocidos. Alberto y Sandra rezaron, deseando que fueran buenas personas, de lo contrario, no iban a acabar bien.