Leticia conducía muy bruscamente debido a la herida, y Alberto se preguntó si había hecho bien poniéndola a conducir.
Sandra no paraba de llorar, y Alberto lo hacía también, pero silenciosamente.
-¿Dónde iremos?-preguntó el chico.
-No lo sé-dijo Leticia-, ya estamos muy lejos del supermercado. Podríamos ir junto al mar.
Todos se lo pensaron.
-¿Y si volvemos?-sugirió Sandra.
-Es demasiado peligroso-dijo Leticia-, por cierto, siento lo de vuestro padre.
-Y yo...-susurró Alberto.
-Ese desgraciado de Marcos debería...
Se interrumpió al atropellar un zombi y gritó. Frenó el coche y suspiró.
-Déjame a mí-dijo Alberto mientras cogía el cuchillo que su hermana tenía atado a la cintura.
La criatura estaba partida por la mitad, y su torso estaba sobre el capó del coche, mientras gemía y estiraba sus brazos. Alberto se imaginó que el zombi era Marcos, y hundió el cuchillo en su cráneo. Apartó el cuerpo de la criatura del vehículo y subió en él.
-Podríamos ir a Peňacastillo-sugirió Leticia mientras arrancaba el coche-, a la montaña de Peňacastillo. La recuerdo perfectamente, en una de sus laderas hay una casa enorme, podríamos vivir allí.
-Sí-dijo Alberto-, sería...perfecto. Aunque habría que bajar constantemente a por provisiones.
-Lo sé, pero no importa, es un lugar seguro.
-¿Y mamá?-preguntó Sandra.
-Verás-dijo Leticia-, no sabemos si tu mamá esta viva, pero ahora debes centrarte en sobrevivir. Es duro, pero es así.
Sandra bajó la cabeza, asimilando sus palabras. Leticia dobló una esquina y dirigió el coche hacia el pie de la montaña. Al vehículo le quedaba poca gasolina cuando aparcaron. Era una montaña pequeña, de alrededor de 150 metros. Aparcaron cerca del sendero que llevaba a la montaña. Para llegar hasta él, habían tenido que subir una cuesta muy empinada y entrar por unas escaleras estrechas de piedra. Era prácticamente imposible que un zombi llegase hasta ahí. Leticia aún estaba débil y los niños la ayudaron a subir. Siguieron ascendiendo hasta llegar a la altura de la casa, que estaba a unos 15 metros a la izquierda del sendero. Caminaron cargando pacientemente con Leticia hasta llegar a las puertas de la casa. Estaba cerrada a cal y canto. Así que Alberto arrojó una de las macetas que había, contra una ventana. Entró por ella y abrió a las chicas.
-Espera-dijo Leticia-, puede que haya algún zombi.
Alberto cogió la pistola y registró la casa de arriba a abajo, mientras Sandra y Leticia se sentaban en el sofá.
-Despejado-dijo Alberto.
-Genial-dijo Sandra.
Mientras el chico iba a por algo de comer, Sandra abrió la mochila que había sacado del supermercado, y que había llenado con medicinas, comida y ropa de abrigo.
-Ponte de espaldas-dijo a Leticia-, voy a curarte y a cambiarte las vendas.
La chica sonrió y la hizo caso. Sandra la echó desinfectante en la herida y la cambió las vendas.
-Gracias-dijo Leticia.
Justo en ese momento Alberto volvía con algunas latas de comida. Entre las reservas de la casa y las 3 mochilas llenas de suministros, tendrían para bastante tiempo.
-Este sitio es ideal-dijo Leticia, mientras cenaban-. Tenemos que vivir aquí.
Todos asintieron y se abrigaron. El invierno llegaba.
-¡Tiene que estar vivo, es imposible!-gritó Lidia.
-Lo siento...-murmuró Marcos.
¿Lo sientes? ¿Cómo pudiste dejarlos ahí?
-Yo no quería...
Lidia no habló más. Lo miró con profundo odio y echó a llorar. Eva estaba pálida, pero guardó silencio.
Habían salido todos del supermercado. Y habían guardado refugio en una casa de un enorme barrio. Los zombis no los siguieron apenas.
-Lidia-trató de calmarla Coral-, podemos volver cuando las cosas se calmen allí, puede que estén escondidos.
-O puede que no, que es lo más probable-dijo Pablo.
-Tú no quieres ir porque eres un maldito cobarde-dijo Lidia con rabia.
-Mira, yo no soy ningún cobarde-dijo muy serio-, pero sé lo que se siente cuando pierdes a alguien. Piensas que puedes salvarlos, pero no, ya es tarde.
Lidia aguantó su mirada y se alejó del grupo hasta el sofá del salón.
-¿Qué haremos ahora?-preguntó Saúl.
-Cuando acaben los suministros de esta casa iremos a la siguiente, y cuando acaben los de la siguiente, a la siguiente, y así sucesivamente. Cuando acaben todas tendremos que viajar.
Todos asintieron, conformes. Pero ni Saúl ni Coral mencionaron nada del autobús que vieron.
Cuando cenaban, Coral se acercó a Marcos.
-No te lo he preguntado-dijo Coral-,¿quién mató a Hugo?
-Lo mismo que mató a Lara-respondió-. Un loco.
