Leticia, Saúl y Coral habían entrado en una panadería y metían en sus bolsas todo lo que podían. Cuando lo hubieran cogido todo salieron. Iban a volver cuando oyeron un grito de niňo. Los tres se miraron, se volvieron y corrieron en la dirección de la que provenía el sonido. Doblaron una esquina y vieron a un hombre con un niño cargado del hombro huyendo de, aproximádamente, de una docena de zombis. Comenzaron a disparar contra las criaturas hasta que cayeron todas. El hombre, sin embargo, no dejó correr.
-¡Ayuda, le han mordido!-gritó.
Coral dejó escapar una exclamación ahogada.
-Hay que llevarlo al faro-dijo Saúl-. Vamos.
Todos corrieron hacia el lugar donde habían quedado con Lidia y Pablo, y todos juntos, marcharon de vuelta al faro. Entraron precipitadamente en la casa, el niňo había perdido el conocimiento. Alberto y Sandra se incorporaron en el sofá, y Pedro corrió hacia el salón, al oírlos llegar. Eva estaba en su cuarto.
-¿Y Sol?-preguntó Leticia.
-Haciendo guardia-dijo Alberto.
-¿Qué ha pasado y quiénes son estos?-preguntó Pedro.
-Es muy largo de explicar-cortó Saúl, tendiendo al niňo en el sofá-. Rápido, traed el hacha.
-¿Para qué queréis un hacha?-preguntó el padre del niňo.
Nadie respondió. El anciano volvió con el hacha. Le quitaron el jersey al niňo y quedaron desolados. Su herida estaba en el hombro, era imposible salvarlo.
-¡No!-dijo Leticia tapándose el rostro.
-¿Qué pasa?-preguntó el padre, ansioso.
-Lo siento-dijo Pablo.
El hombre cambió lentamente su expresión de tensión por una de profunda tristeza. Se arrodilló sobre su hijo y lloró. Los demás lo observaron atónitos, hasta que los ojos sin vida del niňo se abrieron. Era 1 de ellos. Lidia sacó rápidamente su arma y disparó en el cráneo al zombi. -¡No!-gritó el hombre, lleno de sangre. Y siguió llorando, antes los entristecidos ojos de todos.
-Toda mi familia se ha ido-gimoteó.
-Ahora nosotros somos tu familia-dijo Alberto.
