BANDIDOS Y AMIGOS

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Se habían escabullido de la horda. Ahora, estaban escondidos en la primera planta de unos apartamentos a los que habían entrado rompiendo una ventana con una maceta.

-Muchas gracias, Sandra-dijo Leticia-. De no ser por tu ayuda, ahora estaría muerta.

-No hay de qué-respondió tímidamente.

Se habían puesto a comer algunas frutas que momentos antes habían robado.

-Ahora no tenemos la casa-dijo Alberto-,¿qué haremos?

-Sinceramente, no lo sé-respondió Leticia con pesar-. Por ahora, comamos y descansemos, maňana decidiremos qué hacer.

-Lo primordial sería buscar un lugar seguro-dijo Alberto-. Pero tengamos cuidado, los zombis no son lo único peligroso.

-Es más, las criaturas son menos peligrosas-dijo Sandra, recordando a Marcos.

Todos hablaron, comieron y se acostaron.

El ruido de unos motores los despertó en la noche. Se asomaron con cautela por la ventana y vieron 3 coches que se perdían calle abajo. Decidieron ignorarlos, pero al cabo de un rato, los motores volvieron. Los 3 miraron nuevamente y vieron a los 3 coches de antes aparcando enfrente de ellos. Varios hombres salieron del coche entre gritos furiosos.

-¿Quién coňo se los ha cargado?-gritó uno de ellos.

-Por poco nos pilla la horda, gracias a Dios que llevábamos las armas-aňadió otro.

Alberto vió que había cerca de 8 hombres, y todos tenían metralletas.

-Lo hecho, hecho está-gritó un hombre en una voz muy potente y alta-. Ahora hay que buscar un lugar en el que trasnochar, y de paso saquear.

-¿Crees que los hombres de los que hablan son los de antes?-preguntó Sandra.

Leticia asintió con gravedad.

Algo se les retorció en las entraňas al ver a 2 de los hombres entrar en el edificio.

-¡Rápido, escondeos debajo de la cama y no hagáis ruido!-susurró Leticia.

Cogió el cuchillo que Sandra había tomado del supermercado y los guió hasta la cama.

-Pase lo que pase, no salgáis de aquí-les dijo.

-¿Qué harás tú?-preguntó Alberto.

Leticia no respondió, se fue al baňo del piso y dejó la puerta levemente cerrada. Los 3 oyeron entrar a los 2 hombres. Los niňos aguantaron la respiración sin moverse. Al cabo de un rato, vieron un par de pies moverse por el cuarto. Leticia, por su parte, oía los pesados pasos de uno de los individuos. Cada vez más cerca. La joven apretó el cuchillo con todas sus fuerzas, y cuando la puerta del baňo se abrió, cayó sobre el hombre y clavó el arma en su garganta. Alberto y Sandra vieron que el hombre salía del cuarto. También ellos lo habían oído. Leticia se incorporó, con las manos llenas de sangre. Corrió sigilosamente hasta otro de los cuartos y se situó tras la puerta. Durante un rato no oyó nada. Pero pronto escuchó unos pasos, que intentaban ser ligeros. El hombre entró en el cuarto, estaba de espaldas. Leticia saltó sobre él y le clavó el cuchillo en el pecho, con todas sus fuerzas. El individuo cayó al suelo, con un gemido. La joven respiró, aliviada. Pero al volverse encontró a otros 2 hombres en la puerta, apuntándola. La miraban sorprendidos.

-Vaya- dijo uno-, nunca te fíes de las apariencias.

-Mierda-dijo el otro-, ven con nosotros, nuestro jefe te pondrá en tu sitio. Y suelta el cuchillo.

Leticia hizo caso y salió del edificio, con los hombres apuntándola por la espalda. Alberto y Sandra salieron de su escondite y se asomaron a la ventana. Vieron a Leticia rodeada por los hombres, y cómo uno de ellos se acercaba a ella y la daba una bofetada. Acto seguido, la metieron en uno de los coches y se fueron de allí. Los niňos quedaron atónitos, y después rompieron en llanto.

Sol, Pedro y Carlos habían encajado bien en el grupo. Eran, al parecer, buenas personas que habían sufrido varias pérdidas. Sol perdió a su madre, que era, a su vez, hija de Pedro. También perdió a su padre. Carlos quedó huérfano al empezar todo, y el pobre sobrevivía como podía, hasta que le rescataron con el autobús. Habían dormido y ahora andaban por la carretera, y para el pobre Pedro, de cerca de 70 aňos, era duro. Ellos tenían varias armas, y ahora todo el grupo poseía armas de fuego.

-¿Cómo conseguisteis el autobús?-preguntó Lidia a Sol.

-Mi padre era conductor de autobuses. Y cuando todo empezó nos subimos a él e intentamos sobrevivir. Ni mi madre ni él lo lograron.

Lidia asintió, pensando en su marido y en sus hijos. Eva y Carlos hablaban de lo que echaban de menos de sus antiguas vidas. Marcos iba detrás de ellos, con la cabeza gacha. Cada vez que miraba a Lidia se sentía fatal. Coral y Saúl charlaban sobre posibles lugares seguros, y Pedro y Pablo caminaban en silencio.

-Nos estamos acercando a la ciudad-dijo Coral-. No sé si es el mejor lugar para sobrevivir.

-Nosotros llegamos de allí mientras escapábamos de una horda.

-Sé a dónde vamos-dijo Pablo-pero creo...

Se interrumpió al ver que 3 coches se acercaban por la carretera en dirección a ellos.

HambrientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora