AMPUTACIÓN

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Era una locura. Era probable que no funcionase. Y en el caso de que funcionase, podría morirse desangrado. Habían trasladado el cuerpo de Carlos al interior de la casa, y lo habían situado en una de las habitaciones. En ese momento Sol tenía un hacha que habían cogido de una caja de herramientas.

-No sé si podré hacerlo-sollozó la joven.

-¡Venga, deprisa!-la apremió Pedro.

Todos tenían sujetado al muchacho. Sol tenía agarrado el brazo izquierdo de el chico, el que estaba infectado. Carlos sabía lo que iban hacer y se debatió débilmente. La muchacha cerró los ojos antes de descargar el primer hachazo, a la altura del codo. El chico gritó de manera ensordecedora. Otro hachazo. Y otro. Y otro. Hasta que el antebrazo inerte de Carlos se separó de su cuerpo. La herida empezó a sangrar brutalmente y el joven había cerrado los ojos desde el tercer golpe. Sol lanzó el miembro amputado al suelo.

-¡Dios, traed las toallas del baňo, rápido!-gritó la chica, desesperada, mientras arrancaba las sábanas y las colocaba en el muňon. Al rato, Lidia y Coral volvieron cargadas con toallas. Sol se las puso y presionó para detener la hemorragia.

-¿Se pondrá bien?-preguntó Eva, llorando.

-No lo sabemos-dijo Lidia, poniéndola una mano en el hombro.

Nadie durmió en toda la noche. Se quedaron en aquella habitación, pendientes de las necesidades del joven. Pablo había llegado hacía rato, y al ver la estampa, quedó perplejo. A pesar de que parecía una locura, había funcionado. Carlos no había dejado de respirar, aunque lo hacía muy débilmente.

-Funciona-dijo Leticia-. O sea, que si te muerden en el brazo o en las piernas...

-Puedes salvarte, contándolas-dijo Saúl.

-Si yo fuese Carlos, hubiera preferido morir-dijo Sandra.

-Tiene razón-apoyó Alberto-. Le será muy difícil coger las pistolas, y apuntar. Y cuando le atrapen, que le atraparán, sufrirá. Y se preguntará que muerte hubiera preferido. En paz, en esta casa, o devorado vivo.

-No digáis eso-les riňó Lidia, furiosa-. Y menos delante de él. Venga, fuera.

Los niňos salieron a regaňadientes.

Un silencio incómodo inundó la habitación.

-Me parece casi imposible que un zombi haya podido llegar hasta aquí-dijo Sol-. Tienen que atravesar la playa y luego, subir por el zoológico hasta el acantilado. Ya es mala suerte.

-Podríamos poner vallas-dijo Coral.

-¿Con qué materiales?-preguntó Pablo.

-Una valla no-dijo Lidia-. Pero podemos poner una cuerda con latas, y con cosas que suenen en las escaleras que suben hasta aquí. Así, si vienen los oiremos.

-Buena idea-sonrió Leticia-. Ningún lugar es del todo seguro. Hay que ser precavido.

Sol sonrió con tristeza. Y le puso otra toalla limpia a Carlos en la hemorragia.

HambrientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora