Claramente esa era la mejor opción. Los gemidos y golpes de la zombi se oían por toda la casa llenando a todos de inquietud. Ramón cogió la pala, Lidia el cuchillo, y los pequeños, un tenedor cada uno.
-Vale-dijo Ramón-,listos. Pero por lo que más queráis, no hagáis ruido.
La familia asintió. Empezó la operación. Salieron por una ventana situada en el lateral de la casa. Caminaron haciendo inevitablemente ruido, con la nieve crujiendo bajo sus pies. Finalmente llegaron a la altura de la zombi. A pesar de sus mil esfuerzos por no hacer ruido, la zombi los vió, y la familia rompió en pánico. Echaron a correr hacia la estación de esquí. La criatura no los alcanzaría jamás a esa velocidad. Siguieron andando sin preocuparse de la zombi. En más o menos 10 minutos ya habían llegado a la estación. La familia entró precipitadamente al edificio, buscando ayuda, pero quedaron estupefactos. No había vida. Había zombis por todas partes. Algunos devoraban los restos de una persona y otros vagaban de un lado para otro sin rumbo. Serían cerca de 2 docenes. Pero todos dejaron lo que hacían para fijarse en la familia que acababa de entrar.
-¡Corred!-gritó Ramón.
Los muertos cayeron sobre ellos, buscando su carne. Dieron la vuelta y echaron a correr hacia el aparcamiento buscando el coche frenéticamente con la mirada. Fue Lidia quien la encontró.
-¡Allí!-gritó Lidia seňalando el lugar.
La familia corrió con todas sus fuerzas y quedaron helados al ver lo que momentos antes era un cadáver, levantarse. Lidia abrió el coche y entraron precipitadamente. Ramón cogió el volante y salieron de esa pesadilla. Vivos.
Hicieron 2 horas de viaje. En esas 2 horas de vuelta a Peňacastillo, nada. Ni coches, ni gente, ninguna seňal de vida por ninguna parte. Lo único que había eran zombis.
