-¡Mierda!-gritó Saúl.
Habían trasladado a Coral a la casa, y la joven seguía inconsciente. Todos se habían arremolinado en torno a ella, sin saber qué hacer.
-Lo siento, no pensé...-gimoteó Diego.
-¡Claro que no, no debiste dejarla sola!-graznó Saúl mientras se acercaba amenazadoramente al hombre.
Lidia gritó y trató de parar al joven, que cedió y se sentó al lado de Coral, mientras le cogía mano y le acariciaba el vientre.
-¿Qué podemos hacer?-inquirió Leticia.
-Rezar-respondió Sol.
Poco después, Coral despertó y todos empezaron a bombardearla a preguntas. La joven pidió en silencio que la tierra la tragase. Como el cuestionario no acababa y nadie ponía orden, Coral gritó.
-¡Lo hice a propósito!
Hubo un silencio sepulcral.
-¿Cómo?-preguntó Lidia.
-Me tiré a propósito por las escaleras.
-¿Por qué?
Titubeó.
-Quería perderlo.
Todos se sorprendieron, algunos se llevaban las manos a la boca, otros la miraban, horrorizados, y otros no daban crédito. Como Saúl, que la mirada aparentemente indiferente, pero confuso y destrozado por dentro.
-¿No quieres tener un hijo?-preguntó.
-Claro que quiero. Pero no en este mundo, en un mundo en el que un bebé tiene nulas posibilidades de sobrevivir. Es una vida en la que hay miedo, sed, hambre y dolor. Simplemente quería ahorrárselo-dijo rompiendo en llanto.
-Pero puedes darle una oportunidad-dijo Saúl, lloroso.
-Y voy a dársela-sonrió Coral-. Pero daré mi vida con tal de que nuestro bebé viva la suya. No puedo tener miedo a ser feliz, y lo seré.
La pareja se besó y todo el grupo lo observó, enternecidos.